El libro de las mil noches y una noche; t. 1

¡Mis sufrimientos ¡ay! no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fué revelado!... ¡Y ahora el sueño se aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante!

¡Oh amor! ¡Viniste al oir mi voz, pero cuánta tortura dejaste en mis pensamientos!

¡Ten piedad de mí! ¡Déjame gustar del reposo! ¡Y sobre todo, no vayas á visitar á Aquélla que es toda mi alma, para hacerla padecer! ¡Porque Ella es mi consuelo en las penas y peligros!

Cuando el rey oyó estas quejas amargas, se levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían. Llegó hasta una puerta cubierta por un tapiz. Levantó el tapiz, y en un gran salón vió un joven que estaba reclinado en un gran lecho. Este joven era muy hermoso; su frente parecía una flor, sus mejillas igual que la rosa, y en medio de una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar negro. Ya lo dijo el poeta:

¡El joven es esbelto y gentil! ¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman la noche! ¡Su frente es tan blanca que ilumina la noche! ¡Nunca los ojos de los hombres presenciaron una fiesta como el espectáculo de sus gracias!

¡Le conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su mejilla, precisamente debajo de uno de sus ojos!

Al verle, el rey, muy complacido, le dijo: «¡La paz sea contigo!» Y el joven siguió echado en la cama, vistiendo un traje de seda bordado de oro. Con un acento de tristeza que parecía extenderse por toda su persona, devolvió el saludo al rey y dijo: «¡Oh señor! Perdona que no me pueda levantar!» Pero el rey contestó: «¡Oh joven! Entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como del misterio de este palacio y de la causa de tu soledad y de tus lágrimas.» Al oirlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que corrían á lo largo de sus mejillas, y el rey se asombró y le dijo: «¡Oh joven! ¿qué es lo que te hace llorar?» Y el joven respondió: «¿Cómo no he de llorar, si me veo en este estado?» Y el joven, alargando las manos hacia el borde de su túnica, la levantó. Y entonces el rey vió que toda la mitad inferior del joven era de mármol, y la otra mitad, desde el ombligo hasta el cabello de la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo al rey: «Sabe ¡oh señor! que la historia de los peces es una cosa tan extraordinaria, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, á fin de que todo el mundo la viera, sería una gran lección para el observador cuidadoso.»

Y el joven contó la historia que sigue:

Historia del joven encantado y de los peces

«Sabe, ¡oh señor! que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó sesenta años, y después se extinguió en la misericordia del Retribuidor. Después de su muerte, fuí yo sultán y me casé con la hija de mi tío. Me quería con amor tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y así siguió bajo mi protección durante cinco años, hasta que fué un día al hammam, después de haber mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio, y reclinándome en el lugar de costumbre, mandé á dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso á mi cabeza y otra á mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces á la esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo á la que estaba á mis pies: «¡Oh Masauda! ¡Qué desventurada juventud la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama, tan pérfida y tan criminal!» Y la otra respondió: «¡Maldiga Alah á las mujeres adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo se pasa las noches en el lecho de unos y otros.» Y la primera esclava dijo: «Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no hace caso de las acciones de esa mujer.» Y repuso la otra: «Pero ¿qué dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le echa banj[30] y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni adónde va ella, ni lo que hace. Entonces, después de darle á beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así despierta nuestro amo de su sueño.»

En el momento que oí, ¡oh señor! lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos. Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin volvió del hammam. Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos mutuamente de beber, como de costumbre. Después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba á los labios, como de costumbre, pero lo derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido. Y ella dijo entonces: «¡Duerme! ¡Y así no te despiertes nunca más! ¡Por Alah, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu trato.» Después se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta del palacio se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fuí siguiendo hasta que hubo salido del palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas. Entonces habló á las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y ella salió. Y yo eché á andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó á unas colinas formadas por los amontonamientos de escombros, y á una torre coronada por una cúpula y construída de ladrillos. Ella entró por la puerta, y yo me subí á lo alto de la cúpula, donde había una terraza, y desde allí me puse á vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era horrible, tenía el labio superior como la tapadera de una marmita, y el inferior como la marmita misma, ambos tan colgantes, que podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y tendido sobre un montón de cañas de azúcar. Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella, y le dijo: «¡Desdichas sobre ti! ¿Cómo has tardado tanto? He convidado á los negros, que se han bebido el vino y se han entrelazado ya con sus queridas. Y yo no he querido beber por causa tuya.» Ella contestó: «¡Oh dueño mío, querido de mi corazón! ¿no sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría derruído toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la corneja y el mochuelo, y además habría transportado las ruinas al otro lado del Cáucaso.» Y contestó el negro: «¡Mientes, infame! Juro por el honor y por las cualidades viriles de los negros, y por nuestra infinita superioridad sobre los blancos, que como vuelvas á retrasarte otra vez, á partir de este día, repudiaré tu trato y no pondré mi cuerpo encima del tuyo. ¡Oh pérfida traidora! De seguro que te has retrasado para saciar en otra parte tus deseos de hembra. ¡Qué basura! ¡Eres la más despreciable de las mujeres blancas!» Después la cogió debajo de él. Y llegó entre ellos aquello que llegó.»

Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey. Y prosiguió de este modo:

«Cuando oí toda aquella conversación y vi con mis propios ojos eso que siguió entre ambos, el mundo se convirtió en tinieblas para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hija de mi tío rompió á llorar y á lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: «¡Oh amante mío, orgullo de mi corazón! ¡No tengo á nadie mas que á ti! ¡Si me despidieses me moriría! ¡Oh amor mío! ¡Luz de mis ojos!» Y no cesó en su llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Entonces, llena de alegría, se levantó, se quitó todos los vestidos, incluso el calzón, y se quedó completamente desnuda. Y dijo después: «Amo mío, ¿tienes con qué alimentar á tu esclava?» Y contestó el negro: «Levanta la tapadera de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de satisfacerte. En ese jarro que ves ahí hay buza[31] y la puedes beber.» Y ella comió y bebió, y fué á lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y completamente desnuda se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos infectos.

Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto á matar á ambos. Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido...»

En este momento de su narración, Schahrazada vió aproximarse la mañana, y se calló discretamente. Y cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diván estuvo lleno hasta el fin del día. Después el rey volvió á palacio, y Doniazada dijo á su hermana: «Te ruego que prosigas tu relato.» Y ella respondió: «De todo corazón, y como homenaje debido.»

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 8.ª NOCHE

Schahrazada dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el joven encantado dijo al rey:

«Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había matado, porque lanzó un estertor horrible. Y á partir de este momento, nada sé sobre lo que ocurrió. Pero al día siguiente vi que la hija de mi tío se había cortado el pelo y se había vestido de luto. Después me dijo: «¡Oh hijo de mi tío! No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre, que á mi padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de escorpión y que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos para llorar y afligirme.» Fingiendo que la creía, le dije: «Haz lo que creas más conveniente, pues no he de prohibírtelo.» Y permaneció encerrada con su luto, sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo un año, desde su comienzo hasta el otro comienzo. Y transcurrido el año, me dijo: «Deseo construir para mí una tumba en este palacio; allí podré aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos.» Yo le dije: «Haz lo que tengas por conveniente.» Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula, y conteniendo un subterráneo como una tumba. Después transportó allí al negro, que no había muerto, pues sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada á la hija de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo á todas horas vino y buza. Y desde el día en que le herí no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora. Ella iba á verle todos los días, entrando en la cúpula, y sentía á su lado accesos de llanto y de locura, y le daba bebidas y condimentos. Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve paciencia durante este tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse la cara, y decir amargamente estos versos:

¡Partiste, ¡oh muy amado mío! y he abandonado á los hombres y vivo en la soledad, porque mi corazón no puede amar nada desde que partiste, ¡oh muy amado mío!

¡Si vuelves á pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en recuerdo de su vida terrena, y dales el reposo de la tumba donde tú quieras, pero cerca de ti, si vuelves á pasar cerca de tu muy amada!

¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo para hablarme en la tumba! ¡Oh, pero en mi tumba sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!

Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: «¡Oh traidora! sólo hablan así las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño.» Y levantando el brazo, me disponía á herirla, cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie, pronunció unas palabras misteriosas, y dijo: «Por la virtud de mi magia, que Alah te convierta mitad piedra y mitad hombre.» É inmediatamente, señor, quedé como me ves. Y ya no puedo valerme ni hacer un movimiento, de suerte que no estoy ni muerto ni vivo. Después de ponerme en tal estado, encantó las cuatro islas de mi reino, convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y á mis súbditos los transformó en peces. Pero hay más. Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome cien latigazos, hasta que me hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin, cubriéndola con la ropa.»

El joven se echó entonces á llorar y recitó estos versos:

¡Aguardando tu sentencia y tu justicia, ¡oh mi Señor! sufro pacientemente, pues tal es tu voluntad!

¡Pero me ahogan mis desgracias! ¡Y sólo puedo recurrir á ti, ¡oh Señor! ¡oh Alah, adorado por nuestro bendito Profeta!

El rey dijo entonces al joven: «Has añadido una pena á mis penas; pero dime: ¿dónde está esa mujer?» Y respondió el mancebo: «En la tumba, donde está el negro, debajo de la cúpula. Todos los días viene á esta habitación, me desnuda, y me da cien latigazos, y yo lloro y grito, sin poder hacer un movimiento para defenderme. Después de martirizarme, se va junto al negro, llevándole vinos y licores hervidos.» Entonces exclamó el rey: «¡Oh excelente joven! ¡Por Alah! voy á hacerte un favor tan memorable, que después de mi muerte pasará al dominio de la Historia.» Y ya no añadió más, y siguió la conversación hasta que se acercó la noche. Después se levantó el rey y aguardó que llegase la hora nocturna de las brujas. Entonces se desnudó, volvió á ceñirse la espada, y se fué hacia el sitio donde se encontraba el negro. Había allí velas y farolillos colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fué derechamente al negro, le hirió, le atravesó, y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó á hombros, y lo arrojó al fondo de un pozo que había en el jardín. Después volvió á la cúpula, se vistió con las ropas del negro, y se paseó durante un instante á todo lo largo del subterráneo, tremolando en su mano la espada completamente desnuda.

Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó á la habitación del joven. Apenas hubo entrado, desnudó al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó á pegarle. Entonces él gritaba: «¡No me hagas sufrir más! ¡Bastante terrible es mi desgracia! ¡Ten piedad de mí!» Ella respondió: «¿La tuviste de mí? ¿Respetaste á mi amante? Así, pues, ¡toma, toma!» Después le puso la túnica de crin, colocándole la otra ropa por encima, é inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándole la copa de vino y la taza de plantas hervidas. Y al entrar debajo de la cúpula, se puso á llorar é imploró: «¡Oh dueño mío, háblame, hazme oir tu voz!» Y recitó dolorosamente estos versos:

¡Oh corazón mío! ¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa? ¡El amor con que me traspasaste es un tormento que supera mis fuerzas! ¿Hasta cuándo seguirás huyendo de mí? ¡Si sólo querías mi dolor y mi amargura, ya serás feliz, pues bien se han cumplido tus deseos!

Después rompió en sollozos y volvió á implorar: «¡Oh dueño mío! Háblame, que yo te oiga.» Entonces el supuesto negro torció la lengua y empezó á imitar el habla de los negros: «¡No hay fuerza ni poder sin la ayuda de Alah!» La bruja, al oir hablar al negro después de tanto tiempo, dió un grito de júbilo y cayó desvanecida, pero pronto volvió en sí, y dijo: «¿Es que mi dueño está curado?» Entonces el rey, fingiendo la voz y haciéndola muy débil, dijo: «¡Oh miserable libertina! No mereces que te hable.» Y ella dijo: «Pero ¿por qué?» Y él contestó: «Porque siempre estás castigando á tu marido, y él da voces, y esto me quita el sueño toda la noche hasta la mañana. De otro modo, ya habría yo recobrado las fuerzas. Eso precisamente me impide contestarte.» Y ella dijo: «Pues ya que tú me lo mandas, lo libraré del estado en que se encuentra.» Y él contestó: «Sí, líbralo, y recobraremos la tranquilidad.» Y dijo la bruja: «Escucho y obedezco.» Después salió de la cúpula, marchó al palacio, cogió una taza de cobre llena de agua, pronunció unas palabras mágicas, y el agua empezó á hervir como hierve en la marmita. Entonces echó un poco de esta agua al joven, y dijo: «¡Por la fuerza de mi conjuro, te mando que salgas de esa forma y recuperes la primitiva!» Y el joven se sacudió todo él, se puso de pie, y exclamó muy dichoso al verse libre: «¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el profeta de Alah! ¡Sean con Él la bendición y la paz de Alah! Y ella dijo: «¡Vete, y no vuelvas por aquí, porque te mataré!» Y se lo gritó en la cara. Entonces el joven se fué de entre sus manos. Y he aquí todo lo referente á él.

En cuanto á la bruja, volvió en seguida á la cúpula, descendió al subterráneo, y dijo: «¡Oh dueño mío! levántate, que te vea yo.» Y el rey contestó muy débilmente: «Aún no has hecho nada. Queda otra cosa para que recobre la tranquilidad. No has suprimido la causa principal de mis males.» Y ella dijo: «¡Oh amado mío! ¿cuál es esa causa principal?» Y el rey contestó: «Esos peces del lago, los habitantes de la antigua ciudad y de las cuatro islas, no dejan de sacar la cabeza del agua, á medianoche, para lanzar imprecaciones contra ti y contra mí. Y ése es el motivo de que no recobre yo las fuerzas. Libértalos, pues. Entonces podrás venir á darme la mano y ayudarme á levantar, porque seguramente habré vuelto á la salud.»

Cuando la bruja oyó estas palabras, que creía del negro, exclamó muy alegre: «¡Oh dueño mío! pongo tu voluntad sobre mi cabeza y sobre mis ojos.» E invocando el nombre de Bismillah, se levantó muy dichosa, echó á correr, llegó al lago, cogió un poco de agua, y...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 9.ª NOCHE

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas palabras misteriosas, los peces empezaron á agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por convertirse en hijos de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba á los habitantes de la ciudad. Y la ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construidos, y cada habitante se puso á ejercer su oficio. Y las montañas volvieron á ser islas como en otro tiempo. Y hete aquí todo lo que hubo respecto á esto. Por lo que se refiere á la bruja, ésta volvió junto al rey, y como le seguía tomando por el negro, le dijo: «¡Oh querido mío! Dame tu mano generosa para besarla.» Y el rey le respondió en voz baja: «Acércate más á mí.» Y ella se aproximó. Y el rey cogió de pronto su buena espada, y le atravesó el pecho con tal fuerza, que la punta le salió por la espalda. Después, dando un tajo, la partió en dos mitades.

Hecho esto, salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie. Entonces le felicitó por su desencantamiento, y el joven le besó la mano y le dió efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: «¿Quieres marchar á tu ciudad, ó acompañarme á la mía?» Y el joven contestó: «¡Oh rey de los tiempos! ¿sabes cuánta distancia hay de aquí á tu ciudad?» Y dijo el rey: «Dos días y medio.» Entonces le dijo el joven: «¡Oh rey! si estás durmiendo, despierta. Para ir á tu capital emplearás, con la voluntad de Alah, todo un año. Si llegaste aquí en dos días y medio, fué porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey! que no he de apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo.» El rey se alegró al oirlo, y dijo: «¡Bendigamos á Alah, que ha dispuesto te encontrase en mi camino! Desde hoy serás mi hijo, ya que Alah no me los ha querido dar hasta ahora.» Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el límite de la alegría.

Dirigiéronse entonces al palacio del rey que había estado encantado. Y el joven anunció á los notables de su reino que iba á partir para la santa peregrinación á la Meca. Y hechos los preparativos necesarios, partieron él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso á su país, del que estaba ausente hacía un año. Marcharon, pues, llevando cincuenta mamalik[32] cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y noche durante un año entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro del rey, muy satisfecho de su regreso, pues había llegado á temer no verle más. Y los soldados se acercaron, y besaron la tierra entre sus manos, y le desearon la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó en su trono. Después llamó al visir y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir supo la historia del joven, le dió la enhorabuena por su desencantamiento y su salvación.

Mientras tanto, el rey gratificó á muchas personas, y después dijo al visir: «Que venga aquel pescador que en otro tiempo me trajo los peces.» Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del desencantamiento de los habitantes de la ciudad. Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y le regaló trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos. Y el pescador dijo que tenía un hijo y dos hijas. Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra. Después el rey conservó al pescador á su lado y le nombró tesorero general. En seguida envió á su visir á la ciudad del joven, situada en las Islas Negras, y le nombró sultán de aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik con numerosos trajes de honor para todos aquellos emires. El visir, al despedirse, besó ambas manos del sultán y salió para su destino. Y el rey y el joven siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas del pescador, gozando una vida de venturosa tranquilidad y cordial esparcimiento. En cuanto al pescador, nombrado tesorero general, se enriqueció mucho y llegó á ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos los días veía á sus hijas, que eran esposas de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos, fué á visitarles la Separadora de los amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! ¡Y ellos murieron!

Pero no creáis que esta historia—prosiguió Schahrazada—sea más maravillosa que la del mandadero.

HISTORIA DEL MANDADERO Y LAS TRES DONCELLAS

Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.

Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su espuerta, se paró delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mosul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y forro de brocado. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros, con largas pestañas, y ¡qué párpados! Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un conjunto de perfectas cualidades. Y dijo con su voz llena de dulzura: «¡Oh mandadero! coge la espuerta y sígueme.» Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió la espuerta y siguió á la joven, hasta que se detuvo á la puerta de una casa. Llamó y salió un nusraní[33], que por un dinar le dió una medida de aceitunas, y ella las puso en la espuerta, diciendo al mozo: «Lleva eso y sígueme.» Y el mandadero exclamó: «¡Por Alah! ¡Bendito día!» Y cogió otra vez la espuerta y siguió á la joven. Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmaní, melocotones de Omán, jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní, bayas de mirto, flores de alheña, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y narcisos. Y lo metió todo en la espuerta del mandadero, y le dijo: «Llévalo.» Y él lo llevó y la siguió, hasta que llegaron á la carnicería, donde dijo la joven: «Corta diez artal de carne»[34]. Y el carnicero corto los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en la espuerta, y dijo: «Llévalo, ¡oh mandadero!» Y él lo llevó así y la siguió, hasta encontrar un vendedor de almendras, al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo: «Llévalo y sígueme.» Y cargó otra vez con la espuerta y la siguió, hasta llegar á la tienda de un confitero, y allí compró ella una bandeja y la cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche. Después colocó todas aquellas golosinas en la bandeja, y la bandeja encima de la espuerta. Entonces el mandadero dijo: «Si me hubieras avisado, habría alquilado una mula para cargar tanta cosa.» Y la joven sonrió al oirlo. Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría. Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: «Lleva la espuerta y sígueme.» Y el mozo la siguió, llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó á un palacio, todo de mármol, con un gran patio que daba al jardín de la parte de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano adornadas con chapas de oro rojo.

La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vió entonces que había abierto la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza, y todas las perfecciones de su talle y de todo lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En cuanto á su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el rollo que la envuelve.

Por eso, á su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo. Y dijo para sí: «¡Por Alah! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!»

Entonces esta joven tan admirable dijo á su hermana la proveedora y al mandadero: «¡Entrad, y que la acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!»

Y entraron, y acabaron por llegar á una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y unos roperos cuidadosamente cerrados. En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería, cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también roja, y en el lecho había una joven de maravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble hermosura de Arabia, como dijo el poeta:

¡El que mida tu talle, ¡oh joven! y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una rama flexible, juzga con error á pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu cuerpo un hermano!

¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!

Entonces la joven se levantó, y llegando junto á sus hermanas, les dijo: «¿Por qué permanecéis quietas? Quitad la carga de la cabeza de ese hombre.» Entonces entre las tres le aliviaron del peso. Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron: «¡Oh mandadero! vuelve la cara y vete inmediatamente.» Pero el mozo miraba á las jóvenes, encantado de tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo, chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas, frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita la gana de marcharse.

Entonces la mayor de las jóvenes le dijo: «¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?» Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: «Dale otro dinar.» Pero el mandadero replicó: «¡Por Alah, señoras mías! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad y no hay hombre que os haga compañía. ¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita? Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás armonioso como no se reunan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta, y me conduciré como hombre prudente, lleno de sagacidad é inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!»

Y las jóvenes le dijeron: «¡Oh mandadero! ¿no sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas: «Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido.»

Pero el mandadero exclamó: «¡Juro por vuestra vida, ¡oh señoras mías! que yo soy un hombre prudente, seguro y leal! He leído libros y he estudiado crónicas. Sólo cuento cosas agradables, callándome cuidadosamente las cosas tristes. Obro en toda ocasión según dice el poeta:

¡Sólo el hombre bien dotado sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres saben cumplir sus promesas!

¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la puerta está sellada!»

Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: «Sabe, ¡oh mandadero! que en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades. ¿Llevas tú encima con qué indemnizarnos? Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro. ¿Acaso no es tu deseo permanecer con nosotras, acompañarnos á beber, y singularmente hacernos velar toda la noche, hasta que la aurora bañe nuestros rostros?» Y la mayor de las doncellas añadió: «Amor sin dinero no puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza.» Y la que había abierto la puerta dijo: «Si no tienes nada, vete sin nada.» Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: «¡Oh hermanas mías! Dejemos eso, ¡por Alah! pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día. Además, cualquier otro hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento. Y cuando le toque pagar á él, yo lo abonaré en su lugar.»

Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo á la que le había defendido: «¡Por Alah! A ti te debo la primer ganancia del día.» Y dijeron las tres: «Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos sobre nuestra cabeza y nuestros ojos.» Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón. Luego dispuso los frascos, clarificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó, y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.

Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaron la copa y la bebieron, y así por segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó á sus hermanas, y luego al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:

¡Bebe este vino! ¡Él es la causa de toda nuestra alegría! ¡Él da al que lo bebe fuerzas y salud! ¡Él es el único remedio que cura todos los males!

¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!

Después besó las manos á las tres doncellas, y vació la copa. En seguida, aproximándose á la mayor, le dijo: «¡Oh señora mía! ¡Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad!» Y recitó estas estrofas en honor suyo:

¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!

¡Pero conoce á su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo, sabe cómo se lo ha de agradecer!

Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa: «Bebe, ¡oh amigo mío! y que la bebida te aproveche y la digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud.»

Y el mandadero cogió la copa, besó la mano á la joven, y una voz dulce y modulada cantó quedamente estos versos:

¡Yo ofrezco á mi amiga[35] un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas, que sólo la claridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!

Ella se digna aceptarlo, pero me dice, muy risueña: «¿Cómo quieres que beba mis propias mejillas?» Y yo le digo: «¡Bebe, oh llama de mi corazón! ¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo mi sangre, y su mezcla en la copa es toda mi alma!»

Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó á los labios y después fué á sentarse junto á sus hermanas. Y todos empezaron á cantar, á danzar y á jugar con las flores exquisitas. Y mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió á la cabeza. Cuando el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó toda la ropa y se quedó desnuda. Y de un salto echó su alma en el estanque[36], se puso á jugar con el agua, se llenó de ella la boca y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del mandadero, y tendiéndose luego boca arriba, dijo señalando á la cosa situada entre sus muslos:

«¡Oh mi querido! ¿Sabes cómo se llama esto?» Y contestó el mozo: «¡Ah!... ¡ah!... Ordinariamente, suele llamarse la casa de la misericordia.» Pero ella exclamó: «¡Yu! ¡yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?» Y le cogió del pescuezo y empezó á darle golpes. Entonces dijo él: «¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva.» Y repitió ella: «Tampoco es así.» Y el mandadero dijo: «Pues tu pedazo de atrás.» Y ella repitió: «Otra cosa.» Y dijo él: «Es tu zángano.» Pero ella, al oirlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: «Pues dime cómo se llama.» Y ella contestó: «La albahaca de los puentes.» Y exclamó el mozo: «¡Ya era hora! ¡Alabado sea Alah! y él te guarde, ¡oh mi albahaca de los puentes!»

Después volvió á circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en el estanque, é hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se echó en el regazo del mozo, y señalando con el dedo hacia sus muslos y á la cosa situada entre los muslos, preguntó: «¿Cuál es el nombre de esto, luz de mis ojos?» Y él dijo: «Tu grieta.» Pero ella exclamó: «¡Qué palabras tan abominables dice este hombre!» Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala. Y después dijo él: «Entonces será la albahaca de los puentes.» Pero ella replicó: «¡No es eso, no es eso!» Y volvió á darle golpes. Entonces preguntó el mozo: «¿Pues cuál es su nombre?» Y contestó ella: «El sésamo descortezado.» Y él exclamó: «¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado de entre los sésamos! las mejores bendiciones!»

Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus hermanas, y luego se vistió, y fué á tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia sus partes delicadas: «Adivina su nombre.» Entonces él le dijo: «Se llama esto, se llama lo otro.» Y enumerando con los dedos, decía: «El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias.» Y por fin, en vista de sus protestas, acabó por preguntarle, para que no le pegara más: «¿Pues cuál es su nombre?» Y ella contestó: «El khan[37] de Aby-Mansur.»

Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestidos y se metió en el agua. ¡Y su espalda sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo, como se habían lavado las doncellas, y después salió del baño y fué á echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra hermana, y señalando á su virilidad, preguntó á la mayor de todas: «¿Sabes ¡oh soberana mía! cuál es su nombre?» Al oir estas palabras, las tres se echaron á reir tan á gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y exclamaron: «¡Tu zib!» Y él dijo: «No es eso, no es eso.» Y les dió á cada una un mordisco. Entonces dijeron: «¡Tu herramienta!» Y él contestó: «Tampoco es eso.» Y á cada una les dió un pellizco en un seno. Y ellas, asombradas, replicaron: «Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; si que es tu zib, porque se mueve.» Y el mozo seguía negando con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían á más no poder, hasta que acabaron por decirle: «¿Cómo se llama, pues?» Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando á su zib, dijo: «¡Oh señoras mías! vais á oir lo que acaba de decirme este niño: «Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur.»

Y se rieron las tres tan descompasadamente al oirle, que de nuevo doblaron sobre sus partes traseras. Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó á anochecer. Las jóvenes dijeron entonces al mandadero: «Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus hombros.» Pero el mozo exclamó: «¡Por Alah, señoras mías! ¡Más fácil sería á mi alma salir del cuerpo, que á mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su destino por el camino de Alah!» Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: «Hermanas, por vuestra vida, invitémosle á pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es una mala persona sin pudor, y además muy gracioso.» Y dijeron entonces al mandadero: «Puedes pasar aquí la noche, con la condición de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra.» Y él respondió: «Así sea, ¡oh señoras mías!» Y ellas añadieron: «Levántate y lee lo que está escrito encima de la puerta.» Y él se levantó, y encima de la puerta vió las siguientes palabras, escritas con letras de oro: No hables nunca de lo que no te importe, si no, oirás cosas que no te gusten.

Y el mandadero dijo: «¡Oh señoras mías, os pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me importe.»

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 10.ª NOCHE

Doniazada dijo: «¡Oh hermana mía, acaba la relación!» Y Schahrazada contestó: «Con mucho agrado, y como un deber de generosidad.» Y prosiguió:

He llegado á saber, ¡oh rey poderoso! que cuando el mandadero hizo su promesa á las jóvenes, se levantó la proveedora, colocó los manjares delante de los comensales, y todos comieron muy regaladamente. Después de esto encendieron las velas, quemaron maderas olorosas é incienso, y volvieron á beber y comer todas las golosinas compradas en el zoco, sobre todo el mandadero, que al mismo tiempo decía versos, cerrando los ojos mientras recitaba y moviendo la cabeza. Y de pronto se oyeron fuertes golpes en la puerta, lo que no les perturbó en sus placeres, pero al fin la menor de las jóvenes se levantó, fué á la puerta, y luego volvió y dijo: «Bien llena va á estar nuestra mesa esta noche, pues acabo de encontrar junto á la puerta á tres ahjam[38] con las barbas afeitadas y tuertos del ojo izquierdo. Es una coincidencia asombrosa. He visto inmediatamente que eran extranjeros, y deben venir del país de los Rum. Cada uno es diferente, pero los tres son tan ridículos de fisonomía, que hacen reir. Si los hiciésemos entrar nos divertiríamos con ellos.» Y sus hermanas aceptaron. «Diles que pueden entrar, pero entérales de que no deben hablar de lo que no les importe, si no quieren oir cosas desagradables.» Y la joven corrió á la puerta, muy alegre, y volvió trayendo á los tres tuertos. Llevaban las mejillas afeitadas, con unos bigotes retorcidos y tiesos, y todo indicaba que pertenecían á la cofradía de mendicantes llamados saalik[39].

Apenas entraron, desearon la paz á la concurrencia, y las jóvenes se quedaron de pie y los invitaron á sentarse. Una vez sentados, los saalik miraron al mandadero, y suponiendo que pertenecía á su cofradía, dijeron: «Es un saaluk como nosotros, y podrá hacernos amistosa compañía.» Pero el mozo, que los había oído, se levantó de súbito, los miró airadamente y exclamó: «Dejadme en paz, que para nada necesito vuestro afecto. Y empezad por cumplir lo que veréis escrito encima de esa puerta.» Las doncellas estallaron de risa al oir estas palabras, y se decían: «Vamos á divertirnos con este mozo y los saalik.» Después ofrecieron manjares á los saalik, que los comieron muy gustosamente. Y la más joven les ofreció de beber, y los saalik bebieron uno tras otro. Y cuando la copa estuvo en circulación, dijo el mandadero: «Hermanos nuestros, ¿lleváis en el saco alguna historia ó alguna maravillosa aventura con que divertirnos?» Estas palabras los estimularon, y pidieron que les trajesen instrumentos. Y entonces la más joven les trajo inmediatamente un pandero de Mosul adornado con cascabeles, un laúd de Irak y una flauta de Persia. Y los tres saalik se pusieron de pie, y uno cogió el pandero, otro el laúd y el tercero la flauta. Y los tres empezaron á tocar, y las doncellas los acompañaban con sus cantos. Y el mandadero se moría de gusto, admirando la hermosa voz de aquellas mujeres.

En este momento volvieron á llamar á la puerta. Y como de costumbre, acudió á abrir la más joven de las tres doncellas.

Y he aquí el motivo de que hubiesen llamado:

Aquella noche, el califa Harún Al-Rachid había salido á recorrer la ciudad, para ver y escuchar por sí mismo cuanto ocurriese. Le acompañaba su visir Giafar-Al-Barmaki[40] y el portaalfanje Masrur, ejecutor de sus justicias. El califa, en estos casos, acostumbraba á disfrazarse de mercader.

Y paseando por las calles había llegado frente á aquella casa y había oído los instrumentos y los ecos de la fiesta. Y el califa dijo al visir Giafar: «Quiero que entremos en esta casa, para saber qué son esas voces.» Y el visir Giafar replicó: «Acaso sea un atajo de borrachos, y convendría precavernos por si nos hiciesen alguna mala partida.» Pero el califa dijo: «Es mi voluntad entrar ahí. Quiero que busques la forma de entrar y sorprenderlos.» Al oir esta orden, el visir contestó: «Escucho y obedezco.» Y Giafar avanzó y llamó á la puerta. Y al momento fué á abrir la más joven de las tres hermanas.

Cuando la joven hubo abierto la puerta, el visir le dijo: «¡Oh señora mía! somos mercaderes de Tabaria[41]. Hace diez días llegamos á Bagdad con nuestros géneros, y habitamos en el khan de los mercaderes. Uno de los comerciantes del khan nos ha convidado á su casa y nos ha dado de comer. Después de la comida, que ha durado una hora, nos ha dejado en libertad de marcharnos. Hemos salido, pero ya era de noche, y como somos extranjeros, hemos perdido el camino del khan, y ahora nos dirigimos fervorosamente á vuestra generosidad para que nos permitáis entrar y pasar la noche aquí. Y ¡Alah os tendrá en cuenta esta buena obra!»

Entonces la joven los miró, le pareció que en efecto tenían maneras de mercaderes y un aspecto muy respetable, por lo cual fué á buscar á sus dos hermanas para pedirles parecer. Y ellas le dijeron: «Déjales entrar.» Entonces fué á abrirles la puerta, y le preguntaron: «¿Podemos entrar, con vuestro permiso?» Y ella contestó: «Entrad.» Y entraron el califa, el visir y el portaalfanje, y al verlos, las jóvenes se pusieron de pie y les dijeron: «¡Sed bien venidos, y que la acogida en esta casa os sea tan amplia como amistosa! Sentaos, ¡oh huéspedes nuestros! Sólo tenemos que imponeros una condición: No habléis de lo que no os importe, si no queréis oir cosas que no os gusten.» Y ellos respondieron: «Ciertamente que sí.» Y se sentaron, y fueron invitados á beber y á que circulase entre ellos la copa. Después el califa miró á los tres saalik, y se asombró mucho al ver que los tres estaban tuertos del ojo izquierdo. Y miró en seguida á las jóvenes, y al advertir su hermosura y su gracia, quedó aún más perplejo y sorprendido. Las doncellas siguieron conversando con los convidados, invitándoles á beber con ellas, y luego presentaron un vino exquisito al califa, pero éste lo rechazó, diciendo: «Soy un buen hadj»[42]. Entonces la más joven se levantó y colocó delante de él una mesita con incrustaciones finas, encima de la cual puso una taza de porcelana de China, y echó en ella agua de la fuente, que enfrió con un pedazo de hielo, y lo mezcló todo con azúcar y agua de rosas, y después se lo presentó al califa. Y él aceptó, y le dió las gracias, diciendo para sí: «Mañana tengo que recompensarla por su acción y por todo el bien que hace.»

Las doncellas siguieron cumpliendo sus deberes de hospitalidad y sirviendo de beber. Pero cuando el vino produjo sus efectos, la mayor de las tres hermanas se levantó, cogió de la mano á la proveedora y le dijo: «¡Oh hermana mía! levántate y cumplamos nuestro deber.» Y su hermana le contestó: «Me tienes á tus órdenes.» Entonces la más pequeña se levantó también, y dijo á los saalik que se apartaran del centro de la sala y que fuesen á colocarse junto á las puertas. Quitó cuanto había en medio del salón y lo limpió. Las otras dos hermanas llamaron al mandadero, y le dijeron: «¡Por Alah! ¡Cuán poco nos ayudas! Cuenta que no eres un extraño, sino de la casa.» Y entonces el mozo se levantó, se remangó la túnica, y apretándose el cinturón, dijo: «Mandad y obedeceré.» Y ellas contestaron: «Aguarda en tu sitio.» Y á los pocos momentos le dijo la proveedora: «Sígueme, que podrás ayudarme.»

Y la siguió fuera de la sala, y vió dos perras de la especie de las perras negras, que llevaban cadenas al cuello. El mandadero las cogió y las llevó al centro de la sala. Entonces la mayor de las hermanas se remangó el brazo, cogió un látigo, y dijo al mozo: «Trae aquí una de esas perras.» Y el mandadero, tirando de la cadena del animal, le obligó á acercarse, y la perra se echó á llorar y levantó la cabeza hacia la joven. Pero ésta, sin cuidarse, de ello, la tumbó á sus pies y empezó á darle latigazos en la cabeza, y la perra chillaba y lloraba, y la joven no la dejó de azotar hasta que se le cansó el brazo. Entonces tiró el látigo, cogió á la perra en brazos, la estrechó contra su pecho, le secó las lágrimas y la besó en la cabeza, que le tenía cogida entre sus manos. Después dijo al mandadero: «Llévatela y tráeme la otra.» Y el mandadero trajo la otra, y la joven la trató lo mismo que á la primera.

Entonces el califa sintió que su corazón se llenaba de lástima y que el pecho se le oprimía de tristeza, y guiñó el ojo al visir Giafar para que interrogase sobre aquello á la joven, pero el visir le respondió por señas que lo mejor era callarse.

En seguida la mayor de las doncellas se dirigió á sus hermanas y les dijo: «Hagamos lo que es nuestra costumbre.» Y las otras contestaron: «Obedecemos.» Y entonces se subió al lecho, chapeado de plata y oro, y dijo á las otras dos: «Veamos ahora lo que sabéis.» Y la más pequeña se subió al lecho, mientras que la otra se marchó á sus habitaciones y volvió trayendo una bolsa de raso con flecos de seda verde; se detuvo delante de las jóvenes, abrió la bolsa y extrajo de ella un laúd. Después se lo entregó á su hermana pequeña, que lo templó y se puso á tañerlo, cantando estas estrofas con una voz sollozante y conmovida: