El libro de las tierras vírgenes

La caza de Kaa

Sus manchas son orgullo del Leopardo,
sus cuernos son del búfalo el honor.
Sé limpio, que la fuerza del que caza
se juzga de la piel por el color.
Si te ocurre que un toro te voltea,
ó pruebas del sambhur una cornada,
no dejes el trabajo por contarlo,
que es cosa que tenemos ya olvidada.
Nunca maltrates al cachorro ajeno;
mírale como á un hijo de tu padre,
que, aunque pequeño y torpe, es muy posible,
que á una osa, tal vez, tenga por madre.
¡No hay nadie como yo! dice el cachorro,
cuando derriba la primera pieza;
pero grande es la Selva y él pequeño;
deja que piense en calma, que ahora empieza.

Máximas de Baloo.

Cuanto aquí se refiere ocurrió algún tiempo antes de que Mowgli fuera arrojado de la manada de lobos de Seeonee, y se vengara de Shere Khan, el tigre. Era en la época en que Baloo le enseñaba la Ley de la Selva. El serio, viejo y enorme oso pardo estaba contentísimo con un discípulo tan listo, porque los lobatos no quieren aprender de la Ley de la Selva más que lo que se refiere á su propia manada y tribu; escapándose en cuanto saben de memoria estas palabras de la «Canción de caza»: «Pies que no causan el menor ruido; ojos que ven en la oscuridad; orejas que pueden oir los diferentes vientos desde el cubil; blancos y afilados dientes: todo esto son señales características de nuestros hermanos, exceptuando á Tabaqui, el Chacal, y á la Hiena, que odiamos».

Pero Mowgli, que era un hombrecito, tuvo que aprender bastante más. Algunas veces Bagheera, la pantera negra, se acercaba, curioseando por la selva, para ver cómo le iba á su niño mimado, y, apoyando la cabeza contra un árbol, escuchaba, con sordo ronquido, la lección que Mowgli recitaba á Baloo. Sabía el muchacho trepar á los árboles casi tan bien como nadar, y nadar casi con igual habilidad que correr; por lo cual Baloo, el Maestro de la Ley, le enseñó las del Bosque y del Agua: cómo puede distinguirse una rama carcomida de otra sana; cómo tenía que hablar cortesmente á las abejas silvestres cuando encontrara una de sus colmenas á quince metros sobre el nivel del suelo; qué es lo que había de decir á Mang, el murciélago, cuando fuera á molestarle entre las ramas en mitad del día; cómo tenía que avisar á las serpientes de agua que viven en las lagunas, antes de lanzarse al agua entre ellas. Ni uno sólo de los habitantes de la Selva gusta de que le molesten, y todos están siempre muy dispuestos á arrojarse sobre los intrusos. Después de esto, aprendió Mowgli también la «Consigna del cazador forastero», que hay que ir repitiendo en alta voz hasta que sea contestada, siempre que alguno de los habitantes de la Selva caza fuera de su propio terreno. Traducida la consigna, significa: «Dame permiso para cazar aquí, porque tengo hambre». Y la respuesta dice: «Caza, pues, para buscar comida, pero no para tu recreo».

Todo esto os demostrará las muchas cosas que tuvo que aprender Mowgli de memoria, llegando á cansarse ya de tanto repetir lo mismo más de cien veces; pero es lo que le dijo Baloo á Bagheera un día en que hubo que pegarle y el muchacho se marchó malhumorado:

—Un cachorro humano es un cachorro humano, y tengo el deber de enseñarle toda la Ley de la Selva.

—Pero ten presente lo pequeño que es, dijo la pantera negra, que hubiera echado á perder á Mowgli si ella hubiera podido educarle á su modo. ¿Cómo pueden caber en cabeza tan chica todos tus largos paliques?

—¿Hay, acaso, en la Selva cosa alguna que de puro pequeña no pueda matarse? No. Pues bien: por esta razón le enseño todo eso, y por lo mismo le pego, con mucha suavidad, cuando se le olvida algo.

—¡Con suavidad! ¿Qué sabes tú de suavidades, viejo Patas-de-hierro? gruñó Bagheera. Toda la cara le has llenado hoy de cardenales con tu... suavidad. ¡Uf!...

—Valdría más que estuviera lleno de cardenales de cabeza á pies, mientras fueran causados por mí, que le quiero, que no que le ocurriera alguna desgracia por ignorancia, contestó Baloo con suma gravedad. Ahora le estoy enseñando las Palabras Mágicas de la Selva, que han de protegerle contra los pájaros, contra el Pueblo de las Serpientes y contra todo cuadrúpedo que caza, excepto contra su propia manada. Desde hoy, con sólo recordar tales palabras, podrá ya pedir protección á todos los habitantes de la Selva. ¿No vale esto la pena de recibir algunos golpes?

—Bien, pero cuidado con matar al hombrecito. No es ningún tronco de árbol para que vayas á afilar en él tus embotadas garras. Pero, dime, ¿qué Palabras Mágicas son ésas de que estás hablando? Más probable es que tenga yo que prestar ayuda á alguien, que pedirla (y, al decir esto, estiró Bagheera una de sus patas, contemplando con admiración los acerados cinceles de sus garras); sin embargo, añadió, me gustaría saberlo.

—Llamaré á Mowgli y él te dirá esas palabras... si se le antoja. ¡Ven, Hermanito!

—Tengo la cabeza como un árbol lleno de abejas que zumban, dijo por encima de los que hablaban una vocecilla malhumorada, y Mowgli, en el colmo de la indignación, se deslizó por el tronco de un árbol añadiendo al echar pie á tierra:

—¡Si vengo es por Bagheera y no por tí, Baloo, viejo gordiflón!

—Lo mismo me da, dijo Baloo, aunque le hiriera en lo vivo y le apenara la contestación. Dile, pues, á Bagheera las Palabras Mágicas de la Selva, que te he enseñado hoy.

—¿Las Palabras Mágicas... para qué Pueblo? dijo Mowgli contentísimo al ver la ocasión que se le ofrecía para exhibirse. En la Selva hay muchos lenguajes. Yo los sé todos.

—Algo de ellos sabes, pero no mucho. ¿Ves, Bagheera? Nunca se muestran agradecidos con quien les enseña. Jamás un sólo lobato ha venido á dar las gracias á Baloo por sus enseñanzas. Vamos, dí, pues, las palabras para el Pueblo Cazador... ¡gran sabio!

—«Tú y yo somos de la misma sangre», dijo Mowgli dando á las palabras el acento especial de oso que usan todos los que cazan allí.

—Bueno. Ahora las que sirven para los pájaros.

Repitiólas Mowgli, terminando la frase con el silbido característico del milano.

—Ahora las que son para el Pueblo de las Serpientes, dijo Bagheera.

La contestación fué un silbido indescriptible, tras el cual hizo Mowgli una salvaje pirueta, batió palmas para celebrar su propia habilidad y de un salto se colocó sobre el lomo de Bagheera, sentándose de medio lado y dándole con los talones sobre la reluciente piel, mientras le hacía á Baloo las más horrorosas muecas.

—¡Ea! ¡Ea! ¡Bien merecido tenías el cardenal! dijo, con ternura, el oso pardo. Algún día me lo agradecerás. Volvióse, entonces, para decirle á Bagheera cómo había pedido á Hathi, el Elefante Salvaje, que sabe todas esas cosas, que le dijera las Palabras Mágicas, y, cómo Hathi llevó á Mowgli á una laguna para obtener de una serpiente de agua la Palabra que sirve para todas las Serpientes, porque Baloo no podía pronunciarla; finalmente, cómo Mowgli podía considerarse ya á salvo de todas las eventualidades que pudieran presentársele en la Selva, porque ni serpientes, ni pájaros, ni fieras le causarían daño alguno.

—No hay que temer á nadie, dedujo de lo expuesto Baloo, dándose suaves golpecitos con aire de orgullo sobre el enorme y peludo vientre.

—Excepto á los de su propia tribu, dijo Bagheera para sí. Y añadió luego, en voz alta, dirigiéndose á Mowgli:

—¡Ten un poco de cuidado con mis costillas, Hermanito! ¿Qué significa tanto bailoteo?

Mowgli había intentado repetidas veces hacerse oir estirándole á Bagheera la piel del hombro y dándole fuertemente con los pies.

Cuando los dos le escucharon gritó á voz en cuello:

—De modo que yo tendré una tribu de mi propiedad y la dirigiré por entre las ramas durante todo el día.

—¿Qué nueva locura es ésa? ¿Ya estás haciendo castillos en el aire? dijo Bagheera.

—Sí, y le tiraré ramas y porquería al viejo Baloo, continuó diciendo Mowgli. Me lo han prometido. ¡Ah!

¡Woof! La gruesa pata de Baloo arrojó á Mowgli del sitio en que estaba sentado sobre la espalda de Bagheera, y desde el suelo donde, frente á sus patas delanteras, quedó tendido, pudo ver que el oso estaba incomodado.

—Mowgli, dijo Baloo, tú has hablado con los Bandar-log (el Pueblo de los Monos).

Mowgli miró á Bagheera para ver si la pantera se había incomodado también, y vió que los ojos de ésta tenían tan dura expresión como si fueran dos piedras de jade.

—Tú has estado con el Pueblo de los Monos... con los monos grises... el pueblo sin Ley... los que comen cuanto se les presenta. ¡Qué vergüenza!

—Cuando Baloo me hizo daño en la cabeza, dijo Mowgli que seguía aún tendido de espaldas, me marché, y entonces los monos grises bajaron de los árboles y se acercaron compadeciéndome. Nadie más que ellos me hizo caso. Y al decirlo, su voz se alteró un poco.

—¡La piedad del Pueblo de los Monos! refunfuñó Baloo. ¡La quietud del torrente que baja del monte! ¡El fresco de un sol de verano! ¿Y qué ocurrió después, hombrecito?

—Después... después... Diéronme nueces y muy buenas cosas que comer, y... y me llevaron en brazos á lo más alto de los árboles... y dijeron que yo era su hermano, que éramos de la misma sangre, sólo que yo no tenía cola, y que algún día sería su jefe.

—No tienen jefe, dijo Bagheera. Mienten. Siempre han mentido.

—Conmigo fueron muy amables y me rogaron que volviera á verles. ¿Por qué no me habéis llevado nunca á donde está el Pueblo de los Monos? Andan en dos pies como yo. No me pegan, no tienen las patas duras... Juegan todo el día. ¡Dejadme subir á donde están ellos! ¡Baloo, malo! ¡Déjame subir! Jugaremos otra vez.

—Oye, hombrecito, dijo el oso, y su voz retumbó como un trueno en noche calurosa. Te he enseñado toda la Ley de la Selva para que te sirva con todos los pueblos que en la selva existen... excepto el de los Monos que viven en los árboles. Esos no tienen Ley. Esos son los repudiados de todo el mundo. No poseen lenguaje propio, sino que usan palabras robadas que oyen por casualidad cuando escuchan, y atisban, y están en acecho allá arriba en las ramas. Su camino no es el nuestro. No tienen jefes. No tienen memoria. Presumen, y charlan, y pretenden ser un gran pueblo ocupado en asuntos importantísimos; pero la caída de una nuez desde el árbol les provoca la risa y basta para que todo lo olviden. Nosotros, los de la Selva, no nos tratamos con ellos. No bebemos donde los monos beben; no vamos á donde los monos van; no cazamos donde ellos cazan; no morimos donde ellos mueren. ¿Me has oído antes de ahora hablar de los Bandar-log?

—No, dijo Mowgli en voz muy baja, pues el silencio fué completo en el bosque, en cuanto calló Baloo.

—El Pueblo de la Selva los tiene desterrados de su boca y de su pensamiento. Son muchísimos, malos, sucios, desvergonzados, y desean, si es que puede decirse de ellos que tengan algún deseo fijo, llamar nuestra atención. Pero nosotros no les hacemos caso, ni siquiera cuando arrojan sobre nuestras cabezas nueces é inmundicias.

Apenas había acabado de hablar cuando una lluvia de nueces y de ramas cayó desde las copas de los árboles, mientras se oían toses, aullidos y rumor de saltos por entre el ramaje.

—Al Pueblo de la Selva, dijo Baloo, le está prohibido todo trato con el Pueblo de los Monos. Acuérdate.

Prohibido, dijo Bagheera; pero paréceme que Baloo debía haberte prevenido antes contra ellos.

—¿Yo?... ¿Yo? ¿Cómo podía yo adivinar que iba á ocurrírsele el jugar con gentuza de esta calaña? ¡El Pueblo de los Monos! ¡Qué asco!

Nueva lluvia cayó sobre ellos, y ambos echaron á correr hacia otro sitio, llevándose consigo á Mowgli.

Lo que Baloo había dicho de los monos era la pura verdad. Ellos vivían en las copas de los árboles, y como las fieras rara vez miran hacia lo alto, no se ofrecía nunca la ocasión de que se cruzaran en el mismo camino. Pero siempre que veían un lobo enfermo, un tigre herido ó un oso, los monos se divertían en atormentarle, y arrojaban palos y nueces á cualquier fiera, sólo por divertirse y por el gusto de llamar la atención. Entonces aullaban, chillaban luego canciones sin sentido alguno, invitando al Pueblo de la Selva á encaramarse en sus árboles para pelear, ó bien se enredaban en furiosas batallas entre ellos mismos por cualquier fruslería, y dejaban después los muertos donde el Pueblo de la Selva pudiera verlos. Siempre estaban á punto de tener un jefe, de poseer leyes y usos propios, pero nunca lo lograban, porque de un día al otro se les borraba todo de la memoria, y así se contentaban con decir constantemente esta misma frase: «Lo que los Bandar-log piensan ahora toda la Selva lo pensará después,» y esta idea les consolaba. Ninguna de las fieras podía llegar hasta sus alturas; pero, por otra parte, ninguna se fijaba en ellos, y de ahí su alegría cuando vieron que Mowgli iba á buscarles para mezclarse en sus juegos y que esto irritaba grandemente á Baloo.

No se propusieron pasar de ahí, porque los Bandar-log nunca se proponen nada; pero ocurriósele á uno de ellos una idea que le pareció magnífica, y la expuso á los demás, persuadiéndoles de que convenía á la tribu conservar á una persona tan útil como Mowgli, porque él sabía entrelazar ramas de modo que protegieran contra el viento, y así, si le cogían, podrían obligarle á que les enseñara. Claro es que Mowgli, como hijo de leñador, había heredado de su padre toda clase de instintivas habilidades, y solía construir chozas con las ramas caídas, sin pensar siquiera en que tal cosa supiese hacer; mas el Pueblo de los Monos, observándolo desde los árboles, consideraba aquel simple juego como una maravilla. Lo que es esta vez, decían, iban, verdaderamente, á tener un jefe, y á ser el pueblo más sabio de toda la Selva... tan sabio que á todos causaría admiración y envidia. Siguieron, como consecuencia de todo esto, con el mayor sigilo, á Baloo, Bagheera y Mowgli á través de la selva, hasta que llegó la hora de la siesta, y Mowgli, que se sentía en realidad avergonzado de sí mismo, se durmió entre la pantera y el oso, resolviendo no tener más tratos con el Pueblo de los Monos.

Después de esto, lo único que recordó fué el haber sentido el contacto de unas manos sobre sus piernas y brazos (manos duras, fuertes y chiquitas), y en seguida el choque de unas ramas en la cara, y luego el hallarse mirando hacia abajo á través del movedizo ramaje, mientras Baloo despertaba á toda la selva con sus roncos gritos y Bagheera saltaba tronco arriba del árbol, enseñando todos los dientes. Aullaron los Bandar-log con aire de triunfo, y se acogieron, jugueteando, á las más altas ramas, donde Bagheera no se atrevió á seguirlos. Entre tanto gritaban:

—¡Se ha fijado en nosotros! ¡Bagheera se ha fijado en nosotros! ¡Todo el Pueblo de la Selva nos admira por nuestra habilidad y astucia!

Comenzaron, entonces, su huída, y esa huída del Pueblo de los Monos á través del país arbóreo es una de las cosas verdaderamente indescriptibles. Tienen sus caminos reales y sus atajos, sus subidas y bajadas, todo trazado á quince, veinte ó treinta metros sobre el nivel del suelo, y por allí pueden viajar hasta de noche, si es preciso. Dos de los monos más fuertes cogieron á Mowgli por los sobacos, y se lo llevaron atravesando las copas de los árboles, dando saltos de una altura como de seis metros. Á haber ido completamente libres, su velocidad hubiera sido mayor; pero el peso del muchacho les embarazaba y detenía algo. Por más que se sintiera mareado y medio enfermo, Mowgli no pudo menos de deleitarse en aquella loca carrera, aunque los trozos de tierra que vislumbraba allá abajo le aterrorizaban, y aquel pararse y partir de nuevo al fin de cada balanceo en el vacío le tenía con el alma en un hilo. Llevábanle sus acompañantes hacia lo más alto de la copa de un árbol, hasta que sentía crujir y doblarse con su peso las más delgadas ramas de la cima, y entonces, con un fuerte resoplido, se arrojaban al aire, avanzando y descendiendo á la vez, para elevarse de nuevo y quedar colgados, por las manos ó por los pies, de las ramas más bajas del próximo árbol. Á veces divisaba millas y millas de extensión en que todo era quieta y verde selva, de igual modo que un hombre encaramado en un mástil abarca con la mirada, en el mar, millas enteras, y entonces el ramaje le sacudía la cara, y él y su guía llegaban casi al nivel del suelo. De tal suerte, saltando, y haciendo ruido, y resoplando fuertemente, y dando chillidos, la tribu entera de los Bandar-log pasó por sus caminos trazados en los árboles, llevando prisionero á Mowgli.

Hubo un momento en que temió éste que le dejaran caer, y entonces comenzó á ponerse de malhumor; pero, como era demasiado listo para rebelarse abiertamente, se limitó á pensar qué haría. Lo primero que se le ocurrió fué avisar á Baloo y á Bagheera, porque, al ver la velocidad con que huían los monos, bien se le alcanzaba que sus amigos iban á quedarse muy rezagados. Era completamente inútil mirar hacia abajo, pues nada podía ver más que las puntas de las ramas á uno y otro lado, y así dirigió hacia arriba sus miradas, logrando divisar á lo lejos, en la azul inmensidad, á Rann, el milano, balanceándose y describiendo curvas en el aire, mientras vigilaba la selva, esperando que los seres se murieran en ella. Vió Rann que los monos se habían apoderado de algo que se llevaban, y abatió el vuelo algunos centenares de metros para averiguar si aquella presa era comestible. Al ver á Mowgli arrastrado hasta lo más alto de la copa de un árbol, y al oirle gritar, sorprendióse no poco el milano y le contestó con un silbido: «Tú y yo somos de la misma sangre». La oleada de las ramas cerróse por encima del muchacho; pero Rann se apartó con un balanceo hasta el árbol más próximo en el preciso momento en que asomaba de nuevo la carita morena de Mowgli.

—¡Sigue mi pista! gritó éste. ¡Avisa á Baloo, de la manada de Seeonee, y á Bagheera, del Consejo de la Peña!

—¿En nombre de quién, hermano? dijo Rann, que nunca había visto á Mowgli, aunque claro está que había oído hablar de él.

—En nombre de Mowgli, la Rana. ¡El hombrecito es como me llaman! ¡Sigue mi pist...a!

Las últimas palabras las chilló cuando ya le balanceaban en el aire; pero Rann movió la cabeza en señal de asentimiento, y se elevó hasta que no parecía ya mayor que un grano de polvo, y allí cernióse observando con el telescopio de sus ojos el moverse de las copas de los árboles, al paso de la escolta de monos que conducía á Mowgli.

—No se alejarán mucho, no, dijo con risa ahogada. Nunca llevan á feliz término lo que comienzan á realizar. Los Bandar-log andan siempre picoteando aquí y allá cosas nuevas. Pero lo que es esta vez, ó yo estoy ciego, ó han picado en algo que va á darles qué hacer, porque Baloo no es ningún polluelo que se caiga del nido, y bien sé yo que Bagheera es muy capaz de matar algo más que cabras. Así diciendo, mecióse en el aire, abiertas las alas, recogidas bajo el cuerpo las patas, y esperó.

Entre tanto, Baloo y Bagheera andaban locos de furor y de pena. Bagheera se encaramó á los árboles hasta donde nunca se atreviera á llegar antes; pero quebráronse bajo su peso las delgadas ramas, y resbaló hasta el suelo, llenas las garras de cortezas.

—¿Por qué no se lo advertiste al hombrecito? le decía rugiendo al pobre Baloo, que sostenía un trote algo pesado, con la esperanza de adelantarse á los monos. ¿De qué ha servido el que casi le mataras á golpes si no habías de prevenirle contra esto?

—¡Date prisa! ¡Date prisa! Aún... aún podría ser que les alcanzáramos, dijo Baloo jadeando.

—¡Al paso que vamos! No cansaría ni á una vaca herida. Maestro de la Ley... azota-cachorros... con que tuvieras que agitarte del modo que lo haces, durante un cuarto de legua de distancia, tendrías bastante para reventar. ¡Descansa y piensa! Traza un plan. No es éste el momento de perseguirles. Si les seguimos muy de cerca podrían dejarle caer.

¡Arrula! ¡Woo! Quizá lo han hecho ya, cansados de llevarle. ¿Quién se fía de los Bandar-log? ¡Pon murciélagos muertos sobre mi cabeza! ¡Dame por toda comida huesos negros! ¡Méteme en una colmena de abejas silvestres para que me piquen hasta matarme, y entiérrame luego al lado de una hiena, porque soy el más desgraciado de cuantos osos existen! ¡Arulala! ¡Wahooa! ¡Ah! ¡Mowgli, Mowgli! ¿Por qué no te previne contra el Pueblo de los Monos, en vez de romperte la cabeza? ¿Quién sabe, si á golpes le saqué de la memoria la lección del día, y se hallará sólo en la selva, sin la ayuda de las Palabras Mágicas?

Baloo cogióse la cabeza entre las patas y se arrastró gimoteando.

—Cuando menos, hace un momento me dijo á mí todas las palabras correctamente, replicó Bagheera con impaciencia. Baloo, continuó, tú has perdido la memoria y el propio respeto. ¿Qué pensaría de mí la Selva toda si yo, la pantera negra, me hiciera una pelota como Ikki, el puerco espín, y empezara á aullar?

—¿Qué me importa á mí lo que la Selva piense? Á estas horas quizá él ha muerto ya.

—Á no ser que le dejaran caer por juego, ó que le mataran por pereza, no creo yo que haya que temer por el hombrecito. Él es listo, y bien enseñado está, y, sobre todo, cuenta con sus ojos, que atemorizan á todo el Pueblo de la Selva. Pero (y hay que reconocer que grave mal es éste) se halla en poder de los Bandar-log, que como viven en los árboles, no tienen miedo á nuestra gente. Bagheera se lamió, al decir esto, una de sus patas delanteras con aire preocupado.

—¡Tonto de mí! ¡Oh! ¡Cuán obeso, moreno y estúpido desenterrador de raíces soy! dijo Baloo desenroscándose de un brinco. Gran verdad es lo que afirma Hathi, el elefante salvaje, cuando dice que «cada uno tiene su miedo peculiar». Pues bien: ellos, los Bandar-log temen á Kaa, la serpiente de la Peña. Se encarama tan bien como ellos; les roba sus pequeñuelos por la noche... Su sólo nombre basta para helarles de espanto hasta las endiabladas colas. Vamos á ver á Kaa.

—¿Y qué va á hacer? No es de nuestra tribu, puesto que no tiene patas... y, además, la maldad está escrita en sus ojos, dijo Bagheera.

—Es muy vieja y muy astuta. Ante todo hay que pensar en que siempre está hambrienta, contestó Baloo esperanzado. Prométele muchas cabras.

—En cuanto come una, duerme un mes entero. Bien pudiera ser que estuviera durmiendo ahora; pero ¿y si se le antojara preferir el matar las cabras por su propia cuenta? Bagheera, que sabía muy poco de Kaa, se inclinaba, naturalmente, á la desconfianza.

—En tal caso, tú y yo juntos, vieja cazadora, la haríamos entrar en razón. Aquí Baloo frotó su hombro, de desteñido color moreno, contra la pantera, y ambos se alejaron en busca de Kaa, la serpiente pitón de la Peña.

Halláronla tendida al sol en el tibio reborde de una roca, recreándose en la contemplación de su hermosa piel nueva, porque acababa de pasar, cambiándola, diez días en el más completo retiro, y ahora estaba verdaderamente espléndida, con la enorme cabeza roma á lo largo del suelo, enroscado en fantásticos nudos y curvas el cuerpo de nueve metros de largo, y relamiéndose al pensar en la próxima comida.

—Está en ayunas, dijo Baloo con un gruñido de satisfacción, en cuanto vió la hermosa piel moteada de amarillo y de color de tierra. ¡Mucho cuidado, Bagheera! Queda siempre medio ciega después del cambio de piel, y ataca con la mayor facilidad.

No era Kaa serpiente venenosa (y la verdad es que despreciaba por cobardes á las de tal clase); pero su poder estribaba en su fuerza de presión, y cuando ella había envuelto á alguien en sus enormes anillos, bien podía darse ya por terminada toda lucha.

—¡Buena caza! gritó Baloo sentándose sobre sus cuartos traseros. Como todas las serpientes de su especie, Kaa era bastante sorda y no oyó bien, al principio, lo que le decían. Enrollóse en forma de espiral por lo que pudiera ocurrir, conservando baja la cabeza.

—¡Buena caza para todos! contestó. ¡Ah! ¿Eres tú, Baloo? ¿Y qué haces aquí? ¡Buena caza, Bagheera! Cuando menos uno de nosotros necesita comer. ¿Sabéis si hay por ahí algo á mano? ¿Algún gamo, por ejemplo, aunque sea joven? Estoy vacía como un pozo seco.

—De caza vamos, dijo Baloo como al descuido, porque bien sabía que con Kaa no hay que apresurarse: es harto grande para andar con prisas.

—Permitidme que vaya con vosotros, dijo Kaa. Un zarpazo de más ó de menos nada significa para Bagheera y Baloo; pero yo... yo he de esperar días y días en alguna senda del bosque, ó pasar media noche encaramándome á los árboles, para tener la suerte de tropezar con algún mono joven. ¡Pss naw! Las ramas no son ya como cuando yo era joven. Las más tiernas están podridas, y secas las mayores.

—Acaso tu enorme peso tenga algo que ver con este asunto, dijo Baloo.

—Sí, no me falta longitud...no me falta... contestó Kaa con cierto orgullo. Pero, con todo, no es mía la culpa, sino del ramaje nuevo. En mi última cacería poco faltó... muy poco... para que me cayera, y, como mi cola no rodeaba el tronco del árbol, el ruido que produje despertó á los Bandar-log, que comenzaron á insultarme.

—Lombriz de tierra, amarilla y sin patas, dijo, entre dientes, Bagheera, como si tratara de recordar algo.

¡Sssss! ¿Me han llamado eso alguna vez? dijo Kaa.

—Algo parecido es lo que nos gritaron á nosotros en el último cuarto de luna que ha pasado, pero ningún caso les hicimos. Son capaces de decir cualquier cosa... hasta que te has quedado sin dientes, y que no te atreves á hacer frente á cualquier cosa que sea mayor que un cabrito, porque... (vamos que esos Bandar-log son unos desvergonzados)... porque les tienes miedo á los cuernos, siguió diciendo con suavidad Bagheera.

Ahora bien: una serpiente, sobre todo una tan circunspecta serpiente pitón como era Kaa, raras veces da muestras de estar incomodada; pero Baloo y Bagheera pudieron ver entonces cómo se movían é hinchaban á cada lado del cuello de Kaa sus enormes músculos.

—Los Bandar-log han huído de su acostumbrado terreno, dijo con voz baja. Cuando hoy salí á tomar el sol, oí sus gritos entre las copas de los árboles.

—Precisamente... precisamente vamos siguiendo su pista, contestó Baloo; pero las palabras se le atascaron en la garganta, porque aquélla era la primera vez, si la memoria no le engañaba, que alguien perteneciente al Pueblo de la Selva confesaba su interés por algo que pudieran hacer los monos.

—Indudablemente no dejará de ser importante lo que obliga á dos cazadores como vosotros, que sois jefes y directores entre los vuestros, á seguir los pasos de los Bandar-log, replicó Kaa cortesmente, llena de curiosidad.

—En honor de la verdad, comenzó á decir Baloo, yo no soy más que el anciano, y á veces bastante tonto, Maestro de la Ley, encargado de enseñársela á los lobatos de Seeonee, y Bagheera que aquí está presente...

—Es Bagheera, dijo la pantera negra, cerrando ambas quijadas con un castañeteo, porque no estaba ella para modestias. Lo que nos ocurre es esto, Kaa: esos ladrones de nueces y de hojas de palmera nos han robado á nuestro hombrecito, del cual acaso hayas oido hablar.

—Algo le oí á Ikki (cuyas púas le hacen ser muy presuntuoso) de una especie de hombre que fué admitido en una manada de lobos; pero yo no creí nada de eso. Ikki anda siempre con cuentos que oye mal y cuenta peor.

—Pero en este caso ha dicho la verdad. El hombrecito es tal que jamás hubo otro como él, dijo Baloo. El mejor, el más listo y más gallardo de todos... mi discípulo, que hará famoso en todas las selvas el nombre de Baloo... y, vaya, que yo... ó, mejor dicho, que nosotros... le queremos de veras, Kaa.

¡Ts! ¡Ts! contestó ésta sacudiendo la cabeza; también yo he sabido lo que es querer. ¡Podría contaros cosas que...!

—Que reclaman una noche clara y el estómago lleno para apreciarlas debidamente, dijo con prontitud Bagheera. Nuestro hombrecito está ahora en poder de los Bandar-log, y nos consta que de todo el Pueblo de la Selva no temen ellos á nadie más que á Kaa.

—Á nadie más que á mí. Y no les falta razón, dijo Kaa. Charlatanes, locos y vanos... vanos, locos y charlatanes: así son los monos. Pero si algo humano se halla entre ellos, está en peligro. La nuez que cogen les cansa pronto, y la tiran. Llevarán una rama durante medio día, proponiéndose hacer con ella grandes cosas, y luego la partirán en dos pedazos. En verdad que el hombrecito ese no es digno de envidia. Al insultarme ¿no me llamaron también pez amarillo...? ¿eh?

—Lombriz... lombriz... lombriz de tierra, dijo Bagheera,... y otras cosas más que no puedo repetir ahora por vergüenza.

—Habrá que enseñarles á hablar con más respeto de su maestro. ¡Aaa-sss! Tendremos que refrescarles algo la memoria. Pero, decidme ¿y á donde se os llevaron el cachorro?

—Sólo la selva puede saberlo. Creo que hacia el lado por donde se pone el sol. Pensábamos nosotros que tú lo sabrías, Kaa.

—¿Yo? ¿Y cómo? Suelo apoderarme de ellos cuando se me ponen al paso, pero no voy á cazar á los Bandar-log, ni á las ranas... ó á esa espuma verde que hay en las lagunas, y que, para el caso, es lo mismo.

—¡Eh!, ¡eh!, ¡eh!, ¡Arriba!, ¡arriba! ¡Mira hacia arriba, Baloo, de la manada de Seeonee!

Baloo miró hacia lo alto para ver de donde venía la voz que le llamaba, y vió á Rann, el milano, que descendía barriendo el espacio con las alas desplegadas, en cuyos bordes, vueltos hacia arriba, brillaba la luz del sol. Era ya casi para Rann la hora del sueño, pero hasta entonces había estado buscando á Baloo por toda la selva, sin lograr hallarle, por culpa de lo espeso que era el ramaje.

—¿Qué hay?, dijo Baloo.

—He visto á Mowgli entre los Bandar-log. El mismo me encargó que te lo dijera. He estado en acecho: se lo han llevado al otro lado del río... á la ciudad de los monos... á las Moradas Frías. Lo mismo pueden quedarse allí una noche que diez, ó que un rato. He encargado á los murciélagos que vigilaran durante las horas de obscuridad. Esto es cuanto tengo que decirte. ¡Buena suerte para todos!

—¡Buena suerte, que te llenes el buche y duermas bien, Rann!, gritó Bagheera. No me olvidaré de tí en mi próxima caza: la cabeza de lo que mate, para tí quedará reservada, porque eres el mejor de todos los milanos.

—Lo que he hecho no es nada... no es nada. El muchacho se acordó de decir las Palabras Mágicas, y yo no podía menos de cumplir con mi deber, contestó Rann elevándose por los aires trazando círculos, para dirigirse luego á su escondrijo.

—¡Vamos, veo que no ha perdido la lengua!, dijo Baloo, con sonrisa de satisfacción y orgullo. ¡Y pensar que, siendo tan joven, se ha acordado de las Palabras Mágicas que sirven para los pájaros, en el preciso instante en que le llevaban á través de los árboles!

—¡Bien se lo metiste en la cabeza!, contestó Bagheera. Pero estoy orgullosa de él. Y ahora vamos á las Moradas Frías.

Todo el Pueblo de la Selva sabía donde estaba este sitio, pero ninguno de ellos iba nunca allí, porque lo que llamaban las Moradas Frías era una antigua ciudad abandonada, perdida y enterrada en la selva, y pocas veces se ve que las fieras usen un sitio donde antes estuvieron los hombres. Lo hará el jabalí; pero no las tribus cazadoras. Por otra parte, los mismos monos vivían allí tan poco como en cualquier otro punto fijo, y ningún animal que se respetara algo se hubiera acercado hasta la distancia que alcanza la vista, excepto en épocas de sequía, cuando las medio arruinadas cisternas y los estanques conservaban un poco de agua.

—La jornada se nos llevará media noche... yendo á toda velocidad, dijo Bagheera, con lo cual Baloo se puso muy serio.

—Iré tan aprisa como pueda, contestó lleno de ansiedad.

—No nos atrevemos á esperarte: síguenos, Baloo. Kaa y yo no podemos ir á paso tardo.

—Tenga pies ó no, puedo yo correr tanto como tú con los cuatro que tienes, dijo Kaa lacónicamente.

Esforzóse Baloo en acelerar el paso; pero tuvo que sentarse echando los bofes; y así, le dejaron para que fuera más despacio, mientras Bagheera se adelantaba con el rápido galope propio de la pantera. Kaa no dijo una palabra; pero por mucho que corriera Bagheera, la enorme serpiente pitón de la Peña no se dejaba adelantar. Venció Bagheera al llegar á un torrente lleno de agua, porque ella lo pasó de un salto, mientras Kaa tenía que nadar, fuera del agua la cabeza y una pequeña parte del cuello; pero, al llegar á tierra, pronto la serpiente recuperó lo perdido.

—¡Por el cerrojo que me dió la libertad (dijo Bagheera al desvanecerse la última luz del crepúsculo), te aseguro que eres buena andadora!

—Tengo hambre, dijo Kaa. Por otra parte, me han llamado rana con manchas...

—Lombriz... lombriz de tierra... y amarilla por añadidura.

—Lo mismo da. Sigamos. Y Kaa parecía derramarse toda ella por encima de la tierra, buscando con ojo seguro el camino más corto, y siguiéndolo estrictamente.

Allá en las Moradas Frías, en lo que menos podían pensar los monos era en los amigos de Mowgli. Lleváronse al muchacho á la ciudad perdida, y con eso se quedaron muy satisfechos de momento. No había visto Mowgli, hasta entonces, ninguna ciudad india, y aunque aquélla no fuera ya más que un montón de ruinas, túvola por espléndida y maravillosa. Edificóla un rey, tiempo atrás, en la cumbre de una colina, y aún podían adivinarse las calzadas de piedra que conducían á las destrozadas puertas, cuyas últimas astillas colgaban de los goznes, comidos por el moho. Crecían árboles á uno y otro lado de las paredes; caídas y hechas pedazos estaban las almenas, y silvestres enredaderas pendían de las ventanas, á lo largo de los muros, en grandes y apretadas masas.

Coronaba la colina un gran palacio sin techo; el mármol de los patios y fuentes estaba rajado y cubierto de manchas rojas y verdes; y hasta en los mismos sitios empedrados de los patios donde solían vivir los elefantes del rey, las piedras habían sido separadas unas de otras por la hierba y por los árboles nuevos que entre ellas crecían. Desde el palacio podían verse innumerables hileras de casas sin techo, que habían constituído la ciudad y eran ahora como destapadas colmenas que sólo llenaban negras sombras; la informe piedra que había sido un ídolo, en la plaza donde cuatro avenidas desembocaban; los hoyos y hoyuelos en las esquinas de las calles, donde existieron en otro tiempo los pozos públicos; y las rotas cúpulas de los templos con higueras silvestres que crecían á los lados. Llamaban los monos á este sitio su ciudad, y despreciaban al Pueblo de la Selva porque vivía en el bosque. Y, sin embargo, jamás supieron para qué se habían levantado aquellos edificios ni cómo habían de usarlos. Sentábanse formando círculos en la antecámara de la real sala del Consejo, y se rascaban buscando pulgas y echándoselas de hombres; ó bien entraban y salían, corriendo, de aquellas casas sin techo, y recogían pedazos de yeso y ladrillos viejos, llevándolos á un rincón, para olvidarse después del sitio donde los habían escondido y comenzar á pelearse y á gritar en vacilantes grupos, poniéndose luego, de pronto, á jugar, subiendo y bajando de las terrazas del jardín real, y sacudiendo los rosales y los naranjos por diversión, para ver caer las flores y los frutos. Habían explorado todos los pasadizos y caminos subterráneos que existían en el palacio, los centenares de obscuras salitas; pero jamás se acordaron de lo que habían visto ó dejado de ver, y así se paseaban de uno en uno, de dos en dos ó por grupos, diciéndose unos á otros que hacían lo mismo que los hombres hacen. Bebían en las cisternas, ensuciaban el agua, armaban peleas por ello, y luego, en montón, lanzábanse juntos gritando: «No hay nadie en la selva tan sabio, tan bueno, tan listo, tan fuerte y comedido como los Bandar-log». Entonces volvían á las andadas, hasta que, al fin, se cansaban de estar en la ciudad, y regresaban á las copas de los árboles, con la esperanza de que el Pueblo de la Selva se fijaría en ellos.

Á Mowgli, que había sido educado conforme á la Ley de la Selva, no le gustó este género de vida, ni llegó á entenderla. La tarde tocaba ya á su fin cuando los monos se lo llevaron á las Moradas Frías, y en vez de irse á dormir, como Mowgli hubiera hecho después del largo viaje, cogiéronse de las manos y comenzaron á bailar y á cantar las más descabelladas canciones. Uno de los monos les echó un discurso, en el cual les dijo que la captura de Mowgli marcaba una nueva etapa en la historia de los Bandar-log, porque iba á enseñarles el modo de formar, juntando palos y cañas, un refugio contra la lluvia y el frío. Mowgli cogió algunas enredaderas y comenzó á entretejerlas, al paso que los monos trataban de imitarle; pero, al cabo de pocos minutos, había dejado ya de interesarles aquello, y se estiraban unos á otros la cola, ó saltaban puestos de cuatro patas y tosiendo.

—Quisiera comer, dijo Mowgli. En esta parte de la selva soy forastero. Dadme, pues, comida ó permiso para cazar aquí.

Veinte ó treinta monos saltaron en seguida fuera del recinto, para traerle nueces y papayas silvestres; pero se enredaron en una pelea por el camino, y les pareció luego demasiada molestia el volver con los restos de aquellos frutos. Mowgli sentía el cuerpo adolorido, estaba tan malhumorado como hambriento, y anduvo errante por la ciudad abandonada, lanzando de cuando en cuando el grito de caza de los forasteros; pero, como nadie le contestara, se convenció de que verdaderamente había ido á parar á malísimo sitio.

—Cuanto dijo Baloo respecto á los Bandar-log no es más que la verdad, pensó. No tienen Ley, ni grito de caza, ni jefes... nada más que loca palabrería y unas manos muy pequeñas y muy ladronas. Por lo tanto, si me matan de hambre, ó de cualquier otro modo, á nadie podré culpar más que á mí mismo. Pero yo he de hacer lo posible para volver á mi propia selva. Baloo me pegará, de fijo, mas prefiero eso que ir á caza de pétalos de rosa en compañía de los Bandar-log.

No bien hubo llegado á las murallas de la ciudad, hiciéronle retroceder los monos, diciéndole que no sabía él la felicidad que le había caído con estar allí, y pellizcándole para enseñarle á ser agradecido. Apretó él los dientes y nada dijo; pero fué, entre el alboroto producido por los monos, á una terraza colocada sobre los depósitos de piedra roja destinados al agua, y que se hallaban entonces á medio llenar. Había allí, en mitad de la terraza, una glorieta de mármol blanco construída para uso de reinas que murieron cien años ha. El techo, en forma de cúpula, estaba medio hundido, y, al caer, había cerrado el pasadizo subterráneo que comunicaba con el palacio, abierto, en otro tiempo, para que por él pudieran pasar las reinas; pero las paredes estaban hechas de una especie de biombos de mármol recortado, hermosísima labor cincelada, blanca como la leche, y con incrustaciones de ágata, cornalina, jaspe y lapislázuli; y cuando la luna se asomó por detrás de la colina, brilló á través de los calados, proyectando sobre el suelo sombras parecidas á un bordado de terciopelo negro. Por más derrengado, soñoliento y muerto de hambre que estuviera Mowgli no pudo menos de reirse cuando veinte, á la vez, de los Bandar-log comenzaron á decirle lo grandes, sabios, fuertes y discretos que eran, y la locura que él había cometido al intentar separarse de ellos.

—Somos grandes; somos libres; somos admirables. Somos el más admirable pueblo que hay en toda la Selva. Todos lo decimos, y, por lo tanto, no puede menos de ser verdad, gritaban. Ahora bien: como es la primera vez que puedes escucharnos y has de tener ocasión de repetir nuestras palabras al Pueblo de la Selva para que en lo futuro se fije en nosotros, vamos á decirte cuanto se refiere á nuestras importantísimas personalidades.

Nada objetó Mowgli á esto, y los monos se reunieron por centenares en la terraza para escuchar á sus propios oradores, que cantaban alabanzas á los Bandar-log, y cuantas veces ocurría que uno de los oradores callara, por un instante, para tomar aliento, gritaban todos á la vez:

—¡Cierto es! ¡Lo mismo opinamos nosotros! Mowgli movía la cabeza en señal de asentimiento y parpadeaba, añadiendo un cuando le preguntaban algo y sentía que la cabeza se le iba, aturdido por el alboroto.

—Tabaqui, el chacal, debe de haber mordido á todos éstos, y ahora se han vuelto locos. Verdaderamente eso es dewanee, la locura. ¿Pero esta gente no duerme? Por allá asoma una nube que cubrirá á la luna. Si la nube fuera bastante grande, quizá podría escaparme valiéndome de la obscuridad. Pero me siento fatigado.

También dos amigos de Mowgli contemplaban aquella misma nube desde los medio cegados fosos que circundaban las murallas de la ciudad, porque, sabiendo lo peligroso que era el habérselas con el Pueblo de los Monos cuando éstos se juntaban en crecido número, Bagheera y Kaa no querían arriesgarse demasiado. Jamás los monos aceptan la lucha como no sea en la proporción de ciento contra uno, y pocos son en la Selva los que se avienen con tan desiguales condiciones.

—Iré hacia el lado oeste de la muralla, dijo Kaa en voz tan baja que parecía leve susurro, y desde allí me lanzaré rápidamente aprovechando el declive del terreno. Á mí no podrán echárseme encima á centenares; pero...

—Ya sé lo que hay qué hacer. ¡Si Baloo estuviera aquí!... Mas habrá que limitarse á lo que se pueda. Cuando esa nube pase por delante de la luna, cubriéndola, yo iré á la terraza. Allí celebran una especie de Consejo para hablar del muchacho.

—¡Buena caza! dijo Kaa con aire feroz, y se deslizó suavemente hacia el lado occidental del muro. Casualmente era éste el que se hallaba en mejor estado, y la enorme serpiente tardó algo en hallar camino practicable por entre las piedras.

La luna quedó cubierta por la nube, y cuando Mowgli se preguntaba qué iba á pasar allí entonces, oyó los pasos ligerísimos de Bagheera que estaba ya en la terraza. La pantera negra había subido el declive casi sin ruido alguno, y empezó á repartir golpes (porque comprendió que morder era perder el tiempo) á diestro y siniestro entre la multitud de monos, que se hallaban sentados alrededor de Mowgli en círculos de cincuenta ó sesenta de fondo. Sonó un aullido general de miedo y de rabia, y entonces, como Bagheera tropezara con los cuerpos que rodaban por el suelo pateando debajo del suyo, uno de los monos gritó:

—¡No es más que uno sólo! ¡Matadle! ¡Matadle!

Desordenada masa de monos, mordiendo, arañando, rasgando y arrancando cuanto podía, precipitóse sobre Bagheera, mientras cinco ó seis se apoderaban de Mowgli, lo arrastraban hacia lo alto de la glorieta, y lo metían por el agujero de la rota cúpula, dejándole caer. Cualquier muchacho educado entre los hombres hubiérase lastimado grandemente, porque la caída era desde cuatro metros de altura, por lo menos; pero Mowgli cayó como Baloo le había enseñado á hacer: de pie.

—Quédate aquí, le gritaron los monos, hasta que hayamos matado á tus amigos, y más tarde vendremos á jugar contigo... si el Pueblo Venenoso te ha dejado con vida.

—¡Vosotros y yo somos de la misma sangre! dijo Mowgli, apresurándose á pronunciar las Palabras Mágicas que sirven para las serpientes. Podía oir distintamente roces y silbidos entre los escombros que le rodeaban, y así, para mejor asegurarse, volvió á gritar lo mismo.

—¡Verdad esss! ¡Abajo las capuchas, vosotras! dijeron media docena de voces muy bajas (cada sitio en ruinas se convierte en la India, tarde ó temprano, en morada de serpientes, y la antigua glorieta estaba hecha un hormiguero de cobras). Estate quieto, Hermanito, porque tus pies podrían lastimarnos.

Mowgli procuró no moverse lo más mínimo, mirando á través de los calados de mármol y escuchando el ruido de la furiosa lucha contra la pantera negra: los aullidos, el rechinar de dientes y el golpear de la refriega, el hondo, ronco resoplido de Bagheera mientras retrocedía, avanzaba, revolvíase ó se hundía bajo las enormes masas de sus enemigos. Por la primera vez en su vida, Bagheera no luchaba ya más que para salvar su pellejo.

—Baloo debe de andar por ahí cerca, porque Bagheera no se hubiera atrevido á venir sola, pensó Mowgli; y entonces gritó:

—¡Á las cisternas, Bagheera, á las cisternas! ¡Vé y zambúllete dentro! ¡Al agua!

Oyó Bagheera la voz, y, comprendiendo que Mowgli estaba á salvo, sintió renacer sus fuerzas. Desesperadamente, palmo á palmo, abrióse camino en dirección de las cisternas, repartiendo golpes en silencio. Entonces, desde el muro en ruinas más próximo á la selva, elevóse el rugiente grito de guerra de Baloo. El buen oso había hecho todo lo posible; pero, aún así, no pudo llegar antes.

—¡Bagheera, aquí estoy! gritó. ¡Ya subo! ¡Corro á ayudarte! ¡Ahuwora! ¡Resbalan las piedras bajo mis plantas; pero espérame! ¡Oh, infames Bandar-log!

Llegó, casi sin aliento, á la terraza, y su cuerpo desapareció, en seguida, hasta la altura de la cabeza, en una verdadera oleada de monos; pero plantóse resueltamente en dos pies, y, abriendo los brazos, cogió entre ellos el mayor número posible de enemigos, y comenzó á golpearlos con un continuo ¡paf! ¡paf! ¡paf!, parecido al chapoteo de una rueda de palas. El ruido de algo que cae en el agua advirtió á Mowgli de que Bagheera se había abierto paso hasta llegar á la cisterna, en la cual no podían ya perseguirla los monos.

Estaba echada la pantera, con agua hasta el cuello, respirando ansiosamente por la abierta boca, mientras los monos la vigilaban, desde los rojos escalones, en filas de á tres de fondo, subiendo y bajando rabiosamente, prontos á saltar sobre ella, desde todos los lados á la vez, en cuanto intentara salir para ir en ayuda de Baloo. Entonces fué cuando levantó Bagheera la cabeza, chorreándole el agua desde la barba, y, perdida ya toda esperanza, lanzó, en busca de protección, el grito que sirve para las serpientes: «Tú y yo somos de la misma sangre», porque creyó que, en el último momento, Kaa se había vuelto atrás. Hasta Baloo, medio ahogado bajo la masa de monos que le detenía en el borde de la terraza, no pudo menos de reirse cuando oyó á la pantera negra pidiendo auxilio.

Estaba Kaa, en aquellos precisos instantes, acabando de abrirse paso por entre el muro situado hacia el oeste, y, con el último esfuerzo que hizo para trasponerlo, produjo el desprendimiento de una de las piedras de la albardilla, que fué á parar al foso. No quería desperdiciar ni una sola de las ventajas que le proporcionaba el terreno, y así se enroscó y desenroscó una ó dos veces, para cerciorarse de que todo su larguísimo cuerpo estaba en disposición de trabajar con lucimiento.

Hizo esto mientras se verificaba la lucha en que Baloo representaba el principal papel; mientras aullaban los monos en la cisterna alrededor de Bagheera, y Mang, el murciélago, volando de un lado á otro, esparcía noticias de la gran batalla por toda la Selva, de tal suerte que hasta Hathi, el elefante salvaje, comenzó á dar bramidos, y, á lo lejos, dispersos grupos de monos que despertaron fueron, brincando por los árboles, á ayudar á sus compañeros de las Moradas Frías, al propio tiempo que todas las aves diurnas de algunas leguas á la redonda poníanse alerta. Entonces Kaa atacó en línea recta, rápidamente, sintiendo el vivo deseo de matar. Todo el poder que en la lucha tiene una serpiente pitón estriba en el empuje con que su cabeza embiste, apoyada por el fuerte y pesado cuerpo. Si os imagináis una lanza, un ariete ó un martillo que pese media tonelada y pueda ser movido por una inteligencia fría, calmosa, que viva en el asta ó mango, tendréis aproximada idea de lo que era Kaa en el terreno de la lucha. Una serpiente pitón que mida nada más que un metro ó metro y medio de longitud puede muy bien derribar á un hombre, si se lanza contra él de frente, dándole en mitad del pecho, y ya recordaréis que Kaa tenía nueve metros de largo. Su primera embestida fué contra el centro de la imponente masa que rodeaba á Baloo: fué una embestida á boca cerrada, silenciosa, y no necesitó ir acompañada de la segunda. Los monos huyeron á la desbandada, gritando: ¡Kaa! ¡Es Kaa! ¡Corred! ¡Corred!

Generaciones enteras de monos habían aprendido á portarse debidamente gracias á los cuentos que de Kaa les contaban sus mayores, de aquella ladrona nocturna que podía deslizarse á lo largo de las ramas con el mismo silencio con que el musgo crece, y llevarse consigo el mono más fuerte de cuantos jamás vivieron en el mundo; de la vieja Kaa, que tan fácilmente podía tomar el aspecto de una rama muerta ó de un carcomido tronco de árbol, de tal suerte que los más hábiles podían engañarse, hasta que la rama se apoderaba de ellos. Kaa era para los monos lo más temible de toda la selva, porque ninguno de ellos sabía hasta donde llegaba su poderío; ninguno se atrevía á mirarla cara á cara; y ninguno, tampoco, salió nunca con vida de entre sus anillos. Así fué que, muertos de miedo, huyeron hacia los muros ó los techos de las casas, y Baloo pudo respirar, al fin. Su piel era más gruesa que la de Bagheera; pero había sufrido gravemente en la lucha. Abrió entonces Kaa la boca, por primera vez, produjo largo silbido, que era una de sus palabras, y los monos que desde lejos acudían presurosos en defensa de sus compañeros de las Moradas Frías, quedáronse en el mismo sitio donde se hallaban, completamente acobardados, hasta que con su peso dobláronse y crujieron las ramas. Los que estaban sobre los muros y casas vacías cesaron en su gritería, y en medio del reposo que reinó en la ciudad, Mowgli pudo oir á Bagheera sacudiéndose de encima el agua, al salir de la cisterna.

Estalló, entonces, de nuevo, el clamoreo de antes. Encaramáronse por las paredes los monos á mayor altura; agarráronse al cuello de los grandes ídolos de piedra, y chillaron saltando por los almenados muros; mientras Mowgli, bailoteando en la glorieta, miraba por los calados de mármol, y graznaba como un buho en son de burla y para demostrar su alegría.

—Saca al hombrecito fuera de esa trampa, que yo nada más puedo hacer ya, dijo Bagheera sin aliento casi. Cojámoslo y vamos. Podría ser que volvieran á atacarnos.

—No se moverán hasta que yo se lo mande. ¡Quietos!; ¡Asssí! Silbó Kaa estas palabras, y la ciudad quedó en silencio una vez más. Y continuó Kaa, dirigiéndose á Bagheera:

—No pude venir antes, hermana; pero me parece que te oí llamar...

—Acaso... acaso haya gritado en medio de la refriega, contestó Bagheera. Baloo ¿te han hecho daño?

—No estoy muy seguro de que, de tanto estirarme, no me hayan convertido en un centenar de diminutos oseznos, contestó gravemente Baloo, alargando primero una pata y después otra. ¡Wow! Tengo todo el cuerpo adolorido... Creo que á tí, Kaa, te debemos la vida Bagheera y yo...

—No importa. ¿Donde está el hombrecito?

—¡Aquí, en la trampa! No puedo encaramarme para salir de ella, gritó Mowgli, que veía sobre su cabeza la curva de la rota cúpula.

—Sacadle de aquí. Está bailando como Mao, el pavo real, y va á aplastar á nuestros pequeñuelos, dijeron desde adentro las cobras.

—¡Ja¡ ¡Ja! exclamó Kaa riendo, en todas partes tiene amigos este hombrecito. Échate un poco para atrás. Y vosotros, Pueblo Venenoso, escondeos. Voy á derribar la pared.

Practicó Kaa un detenido examen hasta descubrir en los calados de mármol una grieta que indicaba un punto débil; dió encima dos ó tres golpecitos con la cabeza para calcular así la distancia conveniente, y entonces, levantando del suelo por completo el cuerpo, en una longitud de cerca de dos metros, dió con toda su fuerza media docena de terribles golpes en que la nariz fué lo primero que pegó contra el mármol. La glorieta se hizo pedazos, que cayeron envueltos en una nube de polvo y de escombros, y Mowgli saltó por el boquete abierto, arrojándose entre Baloo y Bagheera, y pasando un brazo alrededor del cuello de cada uno.

—¿Te han hecho daño? dijo Baloo, abrazándole tiernamente.

—Todo el cuerpo me duele, tengo hambre y estoy lleno de cardenales; pero ¡oh! ¡cómo os han puesto á vosotros! Estáis cubiertos de sangre.

—También otros lo están, contestó Bagheera relamiéndose y mirando el gran número de monos muertos que había en la terraza, en torno de la cisterna.

—¡Eso no es nada... no es nada! ¡Lo principal es que tú te hayas salvado, ranita mía, orgullo mío!

—Ya hablaremos de eso después, dijo Bagheera, tan secamente que no gustó á Mowgli poco ni mucho. Pero ahí está Kaa, á la cual debemos, tú la vida, y nosotros el haber ganado la batalla. Dale las gracias, según nuestra costumbre, Mowgli.

Volvióse éste y vió, á poquísima distancia de su cabeza, á la gran serpiente pitón, que balanceaba la suya.

—De modo que éste es el hombrecito, dijo Kaa. Muy fina tiene la piel, y en realidad no deja de parecerse algo á los Bandar-log. Cuida, hombrecito, de que algún día, allá á la hora del crepúsculo, al acabar de cambiar yo la piel, no me equivoque y te tome por un mono.

—Tú y yo somos de la misma sangre, contestó Mowgli. La vida me salvaste esta noche; lo que yo mate en la caza será para tí, Kaa, siempre que sientas hambre.

—Mil gracias, Hermanito, dijo Kaa, cuyos ojos brillaron maliciosamente. ¿Y qué es lo que puede matar tan fiero cazador? Desde ahora pido permiso para seguirle cuando vaya de cacería.

—Nada mato... soy demasiado pequeño para ello... pero acorralo las cabras haciéndolas ir hacia el sitio en que están los que pueden apoderarse de ellas. Cuando tengas el vientre vacío vente conmigo y verás si te engaño. Tengo cierta destreza en el manejo de éstas (y al decirlo mostraba sus manos), y, si algún día llegas á caer en una trampa, podría ser que te pagara entonces la deuda que tengo contraída contigo, con Bagheera y con Baloo, aquí presentes. ¡Buena suerte para todos, maestros míos!