UIEN es ese que gira en torno de nuestro monte, antes de que la muerte le haya hecho emprender su vuelo, y abre y cierra los ojos según su voluntad?
—Ignoro quién sea; pero sé que no va solo: pregúntale tú que estás más próximo a él, y acógele con dulzura, de modo que le hagas hablar.
Así razonaban a mi derecha dos espíritus, apoyado uno contra otro: después levantaron la cabeza para dirigirme la palabra, y dijo uno de ellos:
—¡Oh alma que, encerrada aún en tu cuerpo, te encaminas hacia el Cielo! Consuélanos por caridad, y dinos de dónde vienes y quién eres; pues la gracia que de Dios has recibido nos causa el asombro que produce una cosa que no ha existido jamás.
Yo les contesté:
—Por en medio de la Toscana serpentea un riachuelo, que nace en Falterona, y al que no le bastan cien millas de curso: a orillas de este río he recibido mi persona: deciros quién soy yo, sería hablar en vano, porque mi nombre aún no es muy conocido.
—Si he penetrado bien tu entendimiento con el mío—me respondió el que me había preguntado—, hablas del Arno.
Y el otro le dijo:
—¿Por qué oculta el nombre de aquel río, como se hace con una cosa horrible?
Y la sombra a quien le preguntaban esto respondió como debía:
—No lo sé; pero es muy digno de desaparecer el nombre de tal valle; porque desde su origen (donde la alpestre cordillera de que está desprendido el Peloro es tan copiosa de aguas, que en pocos sitios lo será más) hasta el punto en que restituye lo que el cielo ha sacado del mar, a quien deben los ríos el caudal que va con ellos, todos sus pobladores, enemistados con la virtud, la persiguen como a una serpiente, ya sea por desventura del país, o ya por una mala costumbre que los arrastra; por lo cual tienen los habitantes de aquel mísero valle tan pervertida su naturaleza, que parece que Circe los haya apacentado. Aquel río lleva primero su débil curso por entre sucios puercos, más dignos de bellotas que de otro alimento condimentado para uso de los hombres. Llegando abajo, encuentra viles gozquecillos, más rabiosos de lo que permite su fuerza, y a quienes tuerce con desdén el hocico. Va descendiendo, y cuanto más acrecienta su caudal, tanto más encuentra los perros convertidos en lobos la maldecida y desdichada fosa: bajando luego por entre profundas gargantas, tropieza con las engañosas zorras, que no temen lazo que pueda cogerlas. No he de dejar de decirlo, aunque haya quien me oiga; y le convendrá a ése, con tal que se acuerde de lo que un espíritu de verdad me revela. Veo a tu sobrino, que se convierte en cazador cruel de aquellos lobos sobre la orilla del feroz río, y a todos los atemoriza. Vende por dinero su carne, aun estando viva: después los mata como si fuesen bueyes viejos, y quita a muchos la vida y a sí mismo el honor. Ensangrentado sale de la triste selva, dejándola de tal modo, que de aquí a mil años no volverá a su estado primitivo[65].
Como al anuncio de futuros males se turba el rostro del que lo escucha, venga de donde quiera el peligro que le amenace, así vi yo turbarse y entristecerse a la otra alma, que estaba vuelta escuchando, apenas hubo recapacitado aquellas palabras. El lenguaje de la una y el rostro de la otra excitaban en mí el deseo de saber sus nombres: híceles entre ruegos esta pregunta; por lo cual, el espíritu que antes me había hablado repuso:
—Quieres que yo condescienda en hacer por ti lo que tú no quieres hacer por mí; pero pues Dios permite que se trasluzca tanto su gracia en ti, no dejaré de satisfacer tus deseos. Sabe, pues, que yo soy Guido del Duca: de tal modo abrasó la envidia mi sangre, que cuando veía un hombre feliz, hubieras podido contemplar la lividez de mi rostro. Por eso ahora siego la mies de mi simiente.—¡Oh raza humana!, ¿por qué pones tu corazón en lo que requiere una posesión exclusiva? Este es Rinieri, honra y prez de la casa de Calboli, la cual no ha tenido después ningún heredero de sus virtudes. Y no es sólo su descendencia la que, entre el Po y los montes, el mar y el Reno, se encuentra hoy despojada de los bienes que entrañan la verdad y subliman el ánimo; pues dentro de esos límites todo el terreno está cubierto de plantas venenosas, de tal modo que tarde podrá volvérsele a meter en cultivo. ¿Dónde está el buen Licio y Enrique Manardi, Pedro Traversaro y Guido de Carpigna? ¡Oh, romañoles, raza bastardeada! ¿Cuándo nacerá en Bolonia un nuevo Fabbro? ¿Cuándo en Faenza echará raíces otro Bernardino de Fosco, hermoso tronco salido de una insignificante semilla? No te asombres, Toscano, si ves que lloro al recordar a Guido de Prata, y a Ugolino de Azzo, que vivió entre nosotros; a Federico Tignoso y a todos los suyos; a la familia Traversara y los Anastagi, casas ambas que están hoy desheredadas de la virtud de sus mayores: no te asombre mi duelo al recordar las damas y los caballeros, los afanes y agasajos que inspiraban amor y cortesía, allí donde han llegado a ser tan depravados los corazones. ¡Oh Brettinoro! ¿por qué no desapareciste cuando tu antigua familia y muchos de tus habitantes huyeron por no ser culpables? Bien hace Bagnacaval en no reproducirse; y por el contrario, hace mal Castrocaro y peor Conio, que se empeña en procrear tales condes. Los Pagani se portarán bien cuando huya el Demonio; pero no tanto que consigan dejar de sí un recuerdo puro. ¡Oh Ugolino de Fantoli!, tu nombre está bien seguro; pues no es de esperar que haya quien, degenerando, pueda obscurecerlo. Pero déjame, ¡oh Toscano!; que ahora me son más gratas las lágrimas que las palabras: tanto es lo que me ha oprimido la mente nuestra conversación.
Sabíamos que aquellas almas queridas nos oían andar; y pues que callaban, debíamos estar seguros del camino que seguíamos. Luego que andando nos encontramos solos, llegó directamente a nosotros una voz, que hendió el aire como un rayo, diciendo: "El que me encuentre debe darme la muerte;" y huyó como el trueno que se aleja, cuando de pronto se desgarra la nube. Apenas cesamos de oirla, percibimos otra, la cual retumbó con gran estrépito, semejante al trueno que sigue inmediatamente al relámpago: "Yo soy Aglauro, que me convertí en piedra." Entonces, para unirme más al Poeta, dí un paso hacia atrás y no hacia adelante. Ya se había calmado el aire por todas partes, cuando él me dijo:
—Aquel fué el duro freno que debería contener al hombre en sus límites; pero mordéis tan fácilmente el cebo, que os atrae con su anzuelo el antiguo adversario, sirviendoos de poco el freno o el reclamo. El cielo os llama y gira en torno vuestro mostrándoos sus eternas bellezas, y sin embargo, vuestras miradas se dirijen hacia la Tierra; por lo cual os castiga Aquél que lo ve todo.