Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON ALBERTO LISTA

67. Al Sueño

El himno del desgraciado

«El grande y el pequeño

Iguales son lo que les dura el sueño.»

Desciende a mí, consolador Morfeo,

Único dios que imploro,

Antes que muera el esplendor febeo

Sobre las playas del adusto moro.

Y en tu regazo el importuno día

Me encuentre aletargado,

Cuando triunfante de la niebla umbría

Asciende al trono del cenit dorado.

Pierda en la noche y pierda en la mañana

Tu calma silenciosa

Aquel feliz que en lecho de oro y grana

Estrecha al seno la adorada esposa.

Y el que halagado con los dulces dones

De Pluto y de Citeres,

Las que a la tarde fueron ilusiones,

A la aurora verá ciertos placeres.

No halle jamás la matutina estrella

En tus brazos rendido

Al que bebió en los labios de su bella

El suspiro de amor correspondido.

¡Ah! déjalos que gocen. Tu presencia

No turbe su contento;

Que es perpetua delicia su existencia

Y un siglo de placer cada momento.

Para ellos nace, el orbe colorando,

La sonrosada aurora,

Y el ave sus amores va cantando,

Y la copia de Abril derrama Flora.

Para ellos tiende su brillante velo

La noche sosegada,

Y de trémula luz esmalta el cielo,

Y da al amor la sombra deseada.

Si el tiempo del placer para el dichoso

Huye en veloz carrera,

Une con breve y plácido reposo

Las dichas que ha gozado a las que espera.

Mas ¡ay! a un alma del dolor guarida

Desciende ya propicio;

Cuanto me quites de la odiosa vida,

Me quitarás de mi inmortal suplicio.

¿De qué me sirve el súbito alborozo

Que a la aurora resuena,

Si al despertar el mundo para el gozo,

Solo despierto yo para la pena?

¿De qué el ave canora, o la verdura

Del prado que florece,

Si mis ojos no miran su hermosura,

Y el universo para mí enmudece?

El ámbar de la vega, el blando ruido,

Con que el raudal se lanza,

¿Qué son ¡ay! para el triste que ha perdido,

Último bien del hombre, la esperanza?

Girará en vano, cuando el sol se ausente,

La esfera luminosa;

En vano, de almas tiernas confidente,

Los campos bañará la luna hermosa.

Esa blanda tristeza que derrama

A un pecho enamorado,

Si su tranquila amortiguada llama

Resbala por las faldas del collado,

No es para un corazón de quien ha huido

La ilusión lisonjera,

Cuando pidió, del desengaño herido,

Su triste antorcha a la razón severa.

Corta el hilo a mi acerba desventura,

Oh tú, sueño piadoso;

Que aquellas horas que tu imperio dura

Se iguala el infeliz con el dichoso.

Ignorada de sí yazca mi mente,

Y muerto mi sentido;

Empapa el ramo, para herir mi frente,

En las tranquilas aguas del olvido.

De la tumba me iguale tu beleño

A la ceniza yerta,

Solo ¡ay de mí! que del eterno sueño,

Mas felice que yo, nunca despierta.

Ni aviven mi existencia interrumpida

Fantasmas voladores,

Ni los sucesos de mi amarga vida

Con tus pinceles lánguidos colores.

No me acuerdes crüel de mi tormento

La triste imagen fiera;

Bástale su malicia al pensamiento,

Sin darle tú el puñal para que hiera.

Ni me halagues con pérfidos placeres,

Que volarán contigo;

Y el dolor de perderlos cuando huyeres

De atreverme a gozar será el castigo.

Deslízate callado, y encadena

Mi ardiente fantasía;

Que asaz libre será para la pena

Cuando me entregues a la luz del día.

Ven, termina la mísera querella

De un pecho acongojado.

¡Imagen de la muerte! después de ella

Eres el bien mayor del desgraciado.