Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON FEDERICO BALART

99. Restitución

Estas pobres canciones que te consagro,

En mi mente han nacido por un milagro.

Desnudas de las galas que presta el arte,

Mi voluntad en ellas no tiene parte:

Yo no sé resistirlas ni suscitarlas;

Yo ni aun sé comprenderlas al formularlas;

Y es en mí su lamento, sentido y grave,

Natural como el trino que lanza el ave.

Santas inspiraciones que tú me envías,

Puedo decir, esposa, que no son mías:

Pensamiento y palabra de ti recibo:

Tú en silencio las dictas; yo las escribo.


Desde que abandonaste nuestra morada,

De la mortal escoria purificada,

Transformado está el fondo del alma mía,

Y voces oigo en ella que antes no oía.

Todo cuanto, en la tierra y el mar y el viento,

Tiene matiz, aroma, forma o acento,

De mi ánimo abatido turba la calma

Y en canción se convierte dentro del alma.

Y es que, en estas tinieblas donde me pierdo,

Todo está confundido con tu recuerdo:

¡Sin él, todo es silencio, sombra y vacío

En la tierra y el viento y el mar bravío!


Revueltos peñascales, áspera breña

Donde salta el torrente de peña en peña;

Corrientes bullidoras del claro río;

Religiosos murmullos del bosque umbrío;

Tórtola que en sus frondas unes tus quejas

Al calmante zumbido de las abejas;

Águila que levantas el corvo vuelo

Por el azul espacio que cubre el cielo;

Golondrina que emigras cuando el Octubre,

Con sus pálidas hojas el suelo cubre,

Y al amor de tu nido tornas ligera

Cuando esparce sus flores la primavera;

Aura mansa que llevas, en vuelo tardo,

Efluvios de azucena, jazmín y nardo;

Brisas que en el desierto sois mensajeras

De los tiernos amores de las palmeras

(¡De las pobres palmeras que, separadas,

Se miran silenciosas y enamoradas!);

Pardas nieblas del valle, nieves del monte,

Cambiantes y vislumbres del horizonte;

Tempestad que bramando con ronco acento

Tus cabellos de lluvia tiendes al viento;

Solitaria ensenada, restinga ignota

Donde oculta su nido la gavïota;

Olas embravecidas que pone a raya

Con sus rubias arenas la corva playa;

Grutas donde repiten con sordo acento

Sus querellas y halagos la mar y el viento;

Velas desconocidas que en lontananza

Pasáis como los sueños de la esperanza;

Nebuloso horizonte, tras cuyo velo

Sus límites confunden la mar y el cielo;

Rayo de sol poniente que te abres paso

Por los rotos celajes del triste ocaso;

Melancólico rayo de blanca luna

Reflejado en la cresta de escueta duna;

Negra noche que dejas de monte a monte

Granizado de estrellas el horizonte;

Lamento misterioso de la campana

Que en la nocturna sombra suena lejana,

Pidiendo por ciudades y por desiertos

La oración de los vivos para los muertos;

Plegaria que te elevas entre la nube

Del incienso que en ondas al cielo sube

Cuando al Señor dirigen himnos fervientes

Santos anacoretas y penitentes:

Catedrales ruinosas, mudas y muertas,

Cuyas góticas naves hallo desiertas,

Cuyas leves agujas, al cielo alzadas,

Parecen oraciones petrificadas;

Torres donde, por cima de la veleta

Que a merced de los vientos se agita inquieta,

Señalando regiones que nadie ha visto

Tiende inmóvil sus brazos la fe de Cristo:

Luces, sombras, murmullos, flores, espumas,

Transparentes neblinas, espesas brumas,

Valles, montes, abismos, tormentas, mares,

Auras, brisas, aromas, nidos y altares,

Vosotras en el fondo del alma mía

Despertáis siempre un eco de poesía:

Y es que siempre a vosotros encuentro unido

El recuerdo doliente del bien perdido.

Sin él, ¿qué es la grandeza, qué es el tesoro

De la tierra y el viento y el mar sonoro?


Ya lo ves: las canciones que te consagro,

En mi mente han nacido por un milagro.

Nada en ellas es mío, todo es don tuyo:

Por eso a ti, de hinojos, las restituyo.

¡Pobres hojas caídas de la arboleda,

Sin su verdor el alma desnuda queda!

Pero no, que aún te deben mis desventuras

Otras más delicadas, otras más puras:

Canciones que, por miedo de profanarlas,

En el alma conservo sin pronunciarlas;

Recuerdos de las horas que, embelesado,

En nuestro pobre albergue pasé a tu lado,

Cuando al alma y al cuerpo daban pujanza

Juventud y cariño, fe y esperanza;

Cuando, lejos del mundo parlero y vano,

Íbamos por la vida mano con mano;

Cuando, húmedos los ojos, juntas las palmas,

En una se fundían nuestras dos almas:

Canciones silenciosas que el alma hieren;

Canciones que en mí nacen y que en mí mueren;

¡Hechizadas canciones, con cuyo encanto

A mis áridos ojos se agolpa el llanto!

Y aun a veces aplacan mis amarguras

Otras más misteriosas, otras más puras:

Canciones sin palabra, sin pensamiento,

Vagas emanaciones del sentimiento;

Silencioso gemido de amor y pena

Que, en el fondo del pecho, callado suena;

Aspiración confusa que, en vivo anhelo,

Ya es canción, ya plegaria que sube al cielo;

Inquietudes del alma, de amor herida;

Vagos presentimientos de la otra vida;

Éxtasis de la mente que a Dios se lanza;

Luminosos destellos de la esperanza;

Voces que me aseguran que podré verte

Cuando al mundo mis ojos cierre la muerte:

¡Canciones que, por santas, no tienen nombres

En la lengua grosera que hablan los hombres!

Esas son las que endulzan mi amargo duelo;

Esas son las que el alma llaman al cielo;

Esas de mi esperanza fijan el polo,

¡Y esas son las que guardo para mí solo!