Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON JOSÉ SELGAS

91. El Estío

Mayo recoge el virginal tesoro;

Desciñe Flora su gentil guirnalda;

La sombra busca el manantial sonoro

Del alto monte en la risueña falda;

Campos son ya de púrpura y de oro

Los que fueron de rosa y esmeralda;

Y apenas riza su corriente el río

A los primeros soplos del Estío.

El soto ameno y la enramada umbrosa,

El valle alegre y la feraz ribera,

Con voz desalentada y cariñosa

Despiden a la dulce Primavera;

Muere en su tallo la inocente rosa;

Desfallece la altiva enredadera;

Y en desigual y tenue movimiento

Gime en el bosque fatigado el viento.

Por la alta cumbre del collado asoma

La blanca aurora su rosada frente,

Reparte perlas y recoge aroma;

Se abre la flor que su mirada siente;

Repite sus arrullos la paloma

Bajo las ramas del laurel naciente;

Y allá por los tendidos olivares

Se escuchan melancólicos cantares.

Del aura dócil al impulso blando

La rubia mies en la llanura ondea;

Del dulce nido alrededor volando

La alondra gira y de placer gorjea;

Las ondas de la fuente suspirando

Quiebran el rayo de la luz febea,

Y en delicados mágicos colores

El fruto asoma al expirar las flores.

Sobre los montes que cercando toca

La niebla tiende su bordado encaje;

Desde el peñón de la desierta roca

Lánzase audaz el águila salvaje;

El seco vientecillo que sofoca

Cubre de polvo el pálido follaje;

Y por el monte y por la vega umbría

Crece el calor y se derrama el día.

Y en el árido ambiente se dilata

La esencia de la flor de los tomillos,

Y lento el río su raudal desata

Entre mimbres y juncos amarillos;

Y si al cubrir sus círculos de plata

Con sus plumeros blandos y sencillos

La caña dócil la corriente roza,

Trémula el agua de placer solloza.

Del valle en tanto en la pendiente orilla

Manso cordero del calor sosiega;

Se oyen los cantos de la alegre trilla;

Suenan los ecos de la tarda siega;

Ardiente el sol en el espacio brilla;

El cielo azul su majestad despliega,

Y duermen a la sombra los pastores,

Y se abrasan de sed los segadores.

Presta sombra a la rústica majada

La noble encina que a la edad resiste;

En su copa de fruto coronada

La vid de verde majestad se viste;

A su pie la doncella enamorada

Canta de amor, pero su canto es triste,

Que, en el profundo afán que la devora,

Amores canta porque celos llora.

Y el eco de su voz, dulce al oído

Más que el tierno arrullar de la paloma,

Por el monte y el valle repetido,

Tristes, confusas vibraciones toma;

Y en las ondas del aire suspendido

Se escapa al fin por la quebrada loma,

Y sin que el aura devolverlo pueda

Todo en reposo y en silencio queda.

Mudas están las fuentes y las aves;

No circula ni un átomo de viento;

Cortadas por el sol lentas y graves

Caen las hojas del árbol macilento;

Tenue vapor en ráfagas suaves

Se levanta con fácil movimiento,

Y mezclando en la luz su sombra extraña,

Va formando la nube en la montaña.

Hinchada, al fin, soberbia, se desprende

Del horizonte azul la nube densa,

Y el fuego del relámpago la enciende,

Y gira por la atmósfera suspensa.

Y ya sus flancos inflamados tiende,

Ya el vapor de su seno se condensa,

Y soltando el granizo en lluvia escasa

La rompe el trueno, y se divide y pasa.

Y el sol que se reclina en Occidente

De su encendido manto se despoja,

Y en los blancos celajes del Oriente

Se pierde el rayo de su lumbre roja.

Brilla la gota de agua trasparente

Detenida en el polvo de la hoja,

Y tendiendo el crepúsculo su planta

Del fondo de los valles se levanta.

Como el ensueño dulce y regalado

Que en la fiebre de amor templa el desvelo,

Vertiendo en nuestro espíritu agitado

La misteriosa esencia del consuelo;

Así por el ambiente reposado

De estrellas y vapor bordando el cielo,

Breves y llenas de feraz rocío

Cruzan las noches del ardiente Estío.

Y en tristes ecos el silencio crece,

Y en tibio resplandor la sombra vaga;

La luz de las estrellas se estremece

Y en el limpio raudal brilla y se apaga;

Naturaleza entera se adormece

En el hondo placer que la embriaga,

Y lleva al aura en vacilantes giros

Besos, sombras, perfumes y suspiros.

Más puro que la tímida esperanza

Que sueña el alma en el amor primero,

Su rayo débil desde Oriente lanza,

Sol de la noche, virginal lucero;

Triste y sereno por el cielo avanza

De la cándida luna mensajero,

Por ella viene, y suspirando ella,

Síguele en pos enamorada y bella.

Cuantos guardáis la tímida inocencia

Que a la esperanza y al amor convida;

Los que en el alma la impalpable esencia

De su primer amor lloráis perdida;

Cuantos con dolorosa indiferencia

Vais apurando el cáliz de la vida;

Todos llegad, y bajo el bosque umbrío

Sentid las noches del ardiente Estío.

Las del tirano amor, desengañadas,

Pálidas y dulcísimas doncellas,

Vosotras que lloráis desconsoladas

Solo el delito de nacer tan bellas;

Mirad entre las nubes sosegadas

Cómo cruzan el cielo las estrellas;

Que no hay duda, ni afán, ni desconsuelo

Que no se calme contemplando el cielo.

Y tú, tierna a mi voz, blanca hermosura,

Fuente de virginal melancolía,

Más hermosa a mis ojos y más pura

Que el rayo azul con que despunta el día;

Corazón abrasado de ternura,

Espíritu de amor y de armonía,

Ven y derrama en el tranquilo viento

El ámbar delicado de tu aliento.

La dulce vaguedad que me enajena

Aumenta la inquietud de mi deseo;

Tu voz perdida en el ambiente suena;

Donde mis ojos van tu sombra veo;

De amor y afán mi corazón se llena,

Porque en tu amor y en mi esperanza creo;

Y así suspende el sentimiento mío

La tibia noche del ardiente Estío.

Noche serena y misteriosa, en donde

Dormido vaga el pensamiento humano,

Todo a los ecos de tu voz responde,

La mar, el monte, la espesura, el llano;

Acaso Dios entre tu sombra esconde

La impenetrable luz de algún arcano;

Tal vez cubierta de tu inmenso velo

Se confunde la tierra con el cielo.