Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON JUAN DE ARGUIJO

28. Al Guadalquivir, en una avenida

Tú, a quien ofrece el apartado polo,

Hasta donde tu nombre se dilata,

Preciosos dones de luciente plata,

Que envidia el rico Tajo y el Pactolo;

Para cuya corona, como a solo

Rey de los ríos, entreteje y ata

Palas su oliva con la rama ingrata

Que contempla en tus márgenes Apolo;

Claro Guadalquivir, si impetuoso

Con crespas ondas y mayor corriente

Cubrieres nuestros campos mal seguros,

De la mejor ciudad, por quien famoso

Alzas igual al mar la altiva frente,

Respeta humilde los antiguos muros.

29. La tempestad y la calma

Yo vi del rojo sol la luz serena

Turbarse, y que en un punto desparece

Su alegre faz, y en torno se oscurece

El cielo con tiniebla de horror llena.

El austro proceloso airado suena,

Crece su furia, y la tormenta crece,

Y en los hombros de Atlante se estremece

El alto olimpo y con espanto truena;

Mas luego vi romperse el negro velo

Deshecho en agua, y a su luz primera

Restituirse alegre el claro día,

Y de nuevo esplendor ornado el cielo

Miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera

Igual mudanza a la fortuna mía?

30. La avaricia

Castiga el cielo a Tántalo inhumano,

Que en impía mesa su rigor provoca,

Medir queriendo en competencia loca

Saber divino con engaño humano.

Agua en las aguas busca, y con la mano

El árbol fugitivo casi toca;

Huye el copioso Erídano a su boca,

Y en vez de fruta toca el aire vano.

Tú, que espantado de su pena, admiras

Que el cercano manjar en largo ayuno

Al gusto falte y a la vida sobre,

¿Cómo de muchos Tántalos no miras

Ejemplo igual? Y si codicias uno,

Mira el avaro, en sus riquezas pobre.

31.

En segura pobreza vive Eumelo

Con dulce libertad, y le mantienen

Las simples aves, que engañadas vienen

A los lazos y liga sin recelo.

Por mejor suerte no importuna al cielo,

Ni se muestra envidioso a la que tienen

Los que con ansia de subir sostienen

En flacas alas el incierto vuelo.

Muerte tras luengos años no le espanta,

Ni la recibe con indigna queja,

Mas con sosiego grato y faz amiga.

Al fin, muriendo con pobreza tanta,

Ricos juzga sus hijos, pues les deja

La libertad, las aves y la liga.