Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON JUAN MARÍA MAURY

70. La timidez

A las márgenes alegres

Que el Guadalquivir fecunda,

Y adonde ostenta pomposo

El orgullo de su cuna,

Vino Rosalba, sirena

De los mares que tributan

A España, entre perlas y oro,

Peregrinas hermosuras.

Más festiva que las auras,

Más ligera que la espuma,

Hermosa como los cielos,

Gallarda como ninguna,

Con el hechicero adorno

De tantas bellezas juntas,

No hay corazón que no robe,

Ni quietud que no destruya.

Así Rosalba se goza,

Mas la que tanto procura

Avasallar libertades,

Al cabo empeña la suya.

Lisardo, joven amable,

Sobresale entre la turba

De esclavos que por Rosalba

Sufren de amor la coyunda.

Tal vez sus floridos años

No bien de la edad adulta

Acaban de ver cumplida

La primavera segunda.

Aventajado en ingenio,

Rico en bienes de fortuna,

Dichoso, en fin, si supiera

Que audacias amor indulta,

Idólatra más que amante,

Con adoración profunda,

A Rosalba reverencia,

Y deidad se la figura.

Un día alcanza otro día

Sin que su amor le descubra;

El respeto le encadena

Y ella su respeto culpa.

Bien a Lisardo sus ojos

Dijeran que más presuma;

Pero él, comedido amante,

O los huye o no los busca.

Perdido y desconsolado,

Una noche en que natura

A meditación convida

Con su pompa taciturna,

Mientras el disco mudable,

En que ceñirse acostumbra,

Entre celajes de nácar

Esconde tímida luna;

Al margen del sacro río

La inocente suerte acusa,

Y así fatiga los aires

Con endechas importunas:

«Baja tu vuelo

Amor altivo,

Mira que al cielo

Osado va;

Buscas en vano

Correspondencia;

Amor insano,

Déjame ya.

»Déjame el alma

Que otra vez libre

Plácida calma

Vuelva a tener:

¡Qué digo, necio!

El cielo sabe

Si más aprecio

Mi padecer.

»Gima y padezca.

Una esperanza

Sin que merezca

A mi deidad;

Sin que le pida

Jamás el premio

De mi perdida

Felicidad.

»Tímida boca,

Nunca le digas

La pasión loca

Del corazón,

Adonde oculto

Está su templo,

Y ofrenda y culto

Lágrimas son.»

Más dijera, pero el llanto,

En que sus ojos abundan,

Le interrumpe, y las palabras

En la garganta se anudan.

Cuando junto a la ribera,

En un valle donde muchas

Del árbol grato a Minerva

Opimas ramas se cruzan,

Süave cuanto sonora,

Lisardo otra voz escucha,

Que, enamorando los ecos

Tales acentos modula:

«Prepara el ensayo

De más atractivos

La rosa en los vivos

Albores de Mayo:

»Si al férvido rayo

Su cáliz expone,

Que el sol la corone

En premio ha logrado,

Y es reina del prado

Y amor de Dïone.

»¡Oh fuente! En eterno

Olvido quedaras

Si no te lanzaras

Del seno materno;

»Tal vez el invierno

Tu curso demora,

Mas tú, vencedora,

Burlando las nieves,

A tu ímpetu debes

Los besos de Flora.

»Y tú, que en dolores

Consumes los años,

Autor de tus daños

Por vanos temores,

»En pago de amores

No temas enojos,

Enjuga los ojos;

Que el dios que te hiere

Más culto no quiere

Que audacias y arrojos.»

Rayo son estas palabras

Que al ciego joven alumbran,

Quien su engaño reconoce

Y la voz que las pronuncia.

Y al valle se arroja, adonde

Testigos de su ventura

Fueron las amigas sombras

De la noche y selva muda;

Mas muda la selva en vano

Y en vano la sombra oscura;

No sufre orgullosa Venus

Que sus victorias se encubran.

Lo que celaron los ramos

Las cortezas lo divulgan,

Que en ellas dulces memorias

Con emblemas perpetúan.

Las Náyades en los troncos

La fe y amor que se juran

Leyeron, y ruborosas

Se volvieron a sus urnas.