DON LUIS DE GÓNGORA
48. Angélica y Medoro
En un pastoral albergue
Que la guerra entre unos robles
Lo dejó por escondido
O lo perdonó por pobre,
Do la paz viste pellico
Y conduce entre pastores
Ovejas del monte al llano
Y cabras del llano al monte,
Mal herido y bien curado,
Se alberga un dichoso joven,
Que sin clavarle Amor flecha
Le coronó de favores.
Las venas con poca sangre,
Los ojos con mucha noche,
Lo halló en el campo aquella
Vida y muerte de los hombres.
Del palafrén se derriba,
No porque al moro conoce,
Sino por ver que la yerba
Tanta sangre paga en flores.
Límpiale el rostro, y la mano
Siente al Amor que se esconde
Tras las rosas, que la muerte
Va violando sus colores.
Escondiose tras las rosas,
Porque labren sus arpones
El diamante del Catay
Con aquella sangre noble.
Ya le regala los ojos,
Ya le entra, sin ver por dónde,
Una piedad mal nacida
Entre dulces escorpiones.
Ya es herido el pedernal,
Ya despide el primer golpe
Centellas de agua, ¡oh piedad,
Hija de padres traidores!
Yerbas le aplica a sus llagas,
Que si no sanan entonces,
En virtud de tales manos
Lisonjean los dolores.
Amor le ofrece su venda,
Mas ella sus velos rompe
Para ligar sus heridas;
Los rayos del sol perdonen.
Los últimos nudos daba
Cuando el cielo la socorre
De un villano en una yegua
Que iba penetrando el bosque.
Enfrénanle de la bella
Las tristes piadosas voces,
Que los firmes troncos mueven
Y las sordas piedras oyen;
Y la que mejor se halla
En las selvas que en la corte,
Simple bondad, al pío ruego
Cortésmente corresponde.
Humilde se apea el villano,
Y sobre la yegua pone
Un cuerpo con poca sangre,
Pero con dos corazones.
A su cabaña los guía;
Que el sol deja su horizonte
Y el humo de su cabaña
Le va sirviendo de norte.
Llegaron temprano a ella,
Do una labradora acoge
Un mal vivo con dos almas,
Una ciega con dos soles.
Blando heno en vez de pluma
Para lecho les compone,
Que será tálamo luego
Do el garzón sus dichas logre.
Las manos, pues, cuyos dedos
Desta vida fueron dioses,
Restituyen a Medoro
Salud nueva, fuerzas dobles,
Y le entregan, cuando menos,
Su beldad y un reino en dote,
Segunda envidia de Marte,
Primera dicha de Adonis.
Corona un lascivo enjambre
De cupidillos menores
La choza, bien como abejas
Hueco tronco de alcornoque.
¡Qué de nudos le está dando
A un áspid la envidia torpe,
Contando de las palomas
Los arrullos gemidores!
¡Qué bien la destierra Amor,
Haciendo la cuerda azote,
Porque el caso no se infame
Y el lugar no se inficione!
Todo es gala el africano,
Su vestido espira olores,
El lunado arco suspende
Y el corvo alfanje depone.
Tórtolas enamoradas
Son sus roncos atambores,
Y los volantes de Venus
Sus bien seguidos pendones.
Desnuda el pecho anda ella,
Vuela el cabello sin orden;
Si lo abrocha, es con claveles,
Con jazmines si lo coge.
El pie calza en lazos de oro,
Porque la nieve se goce,
Y no se vaya por pies
La hermosura del orbe.
Todo sirve a los amantes,
Plumas les baten veloces,
Airecillos lisonjeros,
Si no son murmuradores.
Los campos les dan alfombras,
Los árboles pabellones,
La apacible fuente sueño,
Música los ruiseñores.
Los troncos les dan cortezas,
En que se guarden sus nombres
Mejor que en tablas de mármol
O que en láminas de bronce.
No hay verde fresno sin letra,
Ni blanco chopo sin mote;
Si un valle Angélica suena,
Otro Angélica responde.
Cuevas do el silencio apenas
Deja que sombras las moren,
Profanan con sus abrazos
A pesar de sus horrores.
Choza pues, tálamo y lecho,
Contestes destos amores,
El cielo os guarde, si puede,
De las locuras del Conde.
49.
Servía en Orán al Rey
Un español con dos lanzas,
Y con el alma y la vida
A una gallarda africana,
Tan noble como hermosa,
Tan amante como amada,
Con quien estaba una noche
Cuando tocaron al arma.
Trescientos Zenetes eran
Deste rebato la causa;
Que los rayos de la luna
Descubrieron las adargas;
Las adargas avisaron
A las mudas atalayas,
Las atalayas los fuegos,
Los fuegos a las campanas;
Y ellas al enamorado,
Que en los brazos de su dama
Oyó el militar estruendo
De las trompas y las cajas.
Espuelas de honor le pican
Y freno de amor le para;
No salir es cobardía,
Ingratitud es dejalla.
Del cuello pendiente ella,
Viéndole tomar la espada,
Con lágrimas y suspiros
Le dice aquestas palabras:
«Salid al campo, Señor,
Bañen mis ojos la cama;
Que ella me será también,
Sin vos, campo de batalla.
»Vestíos y salid apriesa,
Que el general os aguarda;
Yo os hago a vos mucha sobra
Y vos a él mucha falta.
»Bien podéis salir desnudo
Pues mi llanto no os ablanda;
Que tenéis de acero el pecho
Y no habéis menester armas.»
Viendo el español brioso
Cuánto le detiene y habla,
Le dice así: «Mi señora,
Tan dulce como enojada,
»Porque con honra y amor
Yo me quede, cumpla y vaya,
Vaya a los moros el cuerpo,
Y quede con vos el alma.
»Concededme, dueño mío,
Licencia para que salga
Al rebato en vuestro nombre,
Y en vuestro nombre combata.»
50.
Entre los sueltos caballos
De los vencidos Zenetes,
Que por el campo buscaban
Entre lo rojo lo verde,
Aquel español de Orán
Un suelto caballo prende,
Por sus relinchos lozano
Y por sus cernejas fuerte,
Para que lo lleve a él,
Y a un moro cautivo lleve,
Que es uno que ha cautivado,
Capitán de cien Zenetes.
En el ligero caballo
Suben ambos, y él parece,
De cuatro espuelas herido,
Que cuatro vientos lo mueven.
Triste camina el alarbe,
Y lo más bajo que puede
Ardientes suspiros lanza
Y amargas lágrimas vierte.
Admirado el español
De ver cada vez que vuelve
Que tan tiernamente llore
Quien tan duramente hiere,
Con razones le pregunta
Comedidas y corteses
De sus suspiros la causa,
Si la causa lo consiente.
El cautivo, como tal,
Sin excusarlo, obedece,
Y a su piadosa demanda
Satisface desta suerte:
«Valiente eres, capitán,
Y cortés como valiente;
Por tu espada y por tu trato
Me has cautivado dos veces.
»Preguntado me has la causa
De mis suspiros ardientes,
Y débote la respuesta
Por quien soy y por quien eres.
»Yo nací en Gelves el año
Que os perdísteis en los Gelves,
De una berberisca noble
Y de un turco mata-siete.
»En Tremecén me crié
Con mi madre y mis parientes
Después que murió mi padre,
Corsario de tres bajeles.
»Junto a mi casa vivía,
Porque más cerca muriese,
Una dama del linaje
De los nobles Melioneses:
»Extremo de las hermosas,
Cuando no de las crueles,
Hija al fin destas arenas
Engendradoras de sierpes.
»Era tal su hermosura,
Que se hallaran claveles
Más ciertos en sus dos labios
Que en los dos floridos meses.
»Cada vez que la miraba
Salía el sol por su frente,
De tantos rayos vestido
Cuantos cabellos contiene.
»Juntos así nos criamos,
Y Amor en nuestras niñeces
Hirió nuestros corazones
Con arpones diferentes.
»Labró el oro en mis entrañas
Dulces lazos, tiernas redes,
Mientras el plomo en las suyas
Libertades y desdenes.
»Mas, ya la razón sujeta,
Con palabras me requiere
Que su crueldad le perdone
Y de su beldad me acuerde;
»Y apenas vide trocada
La dureza desta sierpe,
Cuando tú me cautivaste;
Mira si es bien que lamente.
»Esta, español, es la causa
Que a llanto pudo moverme;
Mira si es razón que llore
Tantos males juntamente.»
Conmovido el capitán
De las lágrimas que vierte,
Parando el veloz caballo,
Que paren sus males quiere.
«Gallardo moro, le dice,
Si adoras como refieres,
Y si como dices amas,
Dichosamente padeces
»¿Quién pudiera imaginar,
Viendo tus golpes crueles,
Que cupiera alma tan tierna
En pecho tan duro y fuerte?
»Si eres del Amor cautivo,
Desde aquí puedes volverte;
Que me pedirán por robo
Lo que entendí que era suerte.
»Y no quiero por rescate
Que tu dama me presente
Ni las alfombras más finas
Ni las granas más alegres.
»Anda con Dios, sufre y ama,
Y vivirás si lo hicieres,
Con tal que cuando la veas
Pido que de mí te acuerdes.»
Apeose del caballo,
Y el moro tras él desciende,
Y por el suelo postrado,
La boca a sus pies ofrece.
«Vivas mil años, le dice,
Noble capitán valiente,
Que ganas más con librarme
Que ganaste con prenderme.
»Alá se quede contigo
Y te dé vitoria siempre
Para que extiendas tu fama
Con hechos tan excelentes.»
51.
Ande yo caliente,
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados
Como píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
De plata y nieve el enero
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
Que yo más quiero pasar
De Yepes a Madrigar
La regalada corriente,
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente.
52.
La más bella niña
De nuestro lugar,
Hoy viuda y sola
Y ayer por casar,
Viendo que sus ojos
A la guerra van,
A su madre dice
Que escucha su mal:
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Pues me disteis, madre,
En tan tierna edad
Tan corto el placer,
Tan largo el penar,
Y me cautivasteis
De quien hoy se va
Y lleva las llaves
De mi libertad,
Dejadme llorar
Orillas del mar.
En llorar conviertan
Mis ojos de hoy más
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz.
Dejadme llorar
Orillas del mar.
No me pongáis freno
Ni queráis culpar;
Que lo uno es justo,
Lo otro por demás.
Si me queréis bien
No me hagáis mal;
Harto peor fue
Morir y callar.
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Váyanse las noches,
Pues ido se han
Los ojos que hacían
Los míos velar;
Váyanse, y no vean
Tanta soledad
Después que en mi lecho
Sobra la mitad.
Dejadme llorar
Orillas del mar.