Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON MANUEL MARÍA DE ARJONA

66. La diosa del bosque

¡Oh, si bajo estos árboles frondosos

Se mostrase la célica hermosura

Que vi algún día en inmortal dulzura

Este bosque bañar!

Del cielo tu benéfico descenso

Sin duda ha sido, lúcida belleza:

Deja, pues, diosa, que mi grato incienso

Arda sobre tu altar.

Que no es amor mi tímido alborozo,

Y me acobarda el rígido escarmiento,

Que ¡oh Piritöo! condenó tu intento

Y tu intento, Ixïón.

Lejos de mí sacrílega osadía:

Bástame que con plácido semblante

Aceptes, diosa, a mis anhelos pía,

Mi ardiente adoración.

Mi adoración y el cántico de gloria

Que de mí el Pindo atónito ya espera:

Baja tú a oírme de la sacra esfera

¡Oh radiante deidad!

Y tu mirar más nítido y süave,

He de cantar, que fúlgido lucero;

Y el limpio encanto que infundirnos sabe

Tu dulce majestad.

De pureza jactándose natura,

Te ha formado del cándido rocío

Que sobre el nardo al apuntar de estío

La aurora derramó;

Y excelsamente lánguida retrata

El rosicler pacífico de Mayo

Tu alma: Favonio su frescura grata

A tu hablar trasladó.

¡Oh imagen perfectísima del orden

Que liga en lazos fáciles el mundo,

Solo en los brazos de la paz fecundo,

Solo amable en la paz!

En vano con espléndido aparato

Finge el arte solícito grandezas:

Natura vence con sencillo ornato

Tan altivo disfraz.

Monarcas, que los pérsicos tesoros

Ostentáis con magnífica porfía,

Copiad el brillo de un sereno día

Sobre el azul del mar:

O copie estudio de émula hermosura

De mi deidad el mágico descuido;

Antes veremos la estrellada altura

Los hombres escalar.

Tú, mi verso, en magnánimo ardimiento

Ya las alas del céfiro recibe,

Y al pecho ilustre en que tu numen vive

Vuela, vuela veloz;

Y en los erguidos álamos ufana

Penda siempre esta cítara, aunque nueva;

Que ya a sus ecos hermosura humana

No ha de ensalzar mi voz.