Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON RAMÓN DE CAMPOAMOR

89. ¡Quién supiera escribir!

I

—Escribidme una carta, señor Cura.

—Ya sé para quién es.

—¿Sabéis quién es, porque una noche oscura

Nos visteis juntos? —Pues.

—Perdonad; mas... —No extraño ese tropiezo.

La noche... la ocasión...

Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:

Mi querido Ramón:

—¿Querido?... Pero, en fin, ya lo habéis puesto...

—Si no queréis... —¡Sí, sí!

¡Qué triste estoy! ¿No es eso? —Por supuesto.

¡Qué triste estoy sin ti!

Una congoja, al empezar, me viene...

—¿Cómo sabéis mi mal?

—Para un viejo, una niña siempre tiene

El pecho de cristal.

¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.

¿Y contigo? Un edén.

—Haced la letra clara, señor Cura;

Que lo entienda eso bien.

El beso aquel que de marchar a punto

Te di... —¿Cómo sabéis?...

—Cuando se va y se viene y se está junto

Siempre... no os afrentéis.

Y si volver tu afecto no procura,

Tanto me harás sufrir...

—¿Sufrir y nada más? No, señor Cura,

¡Que me voy a morir!

—¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?...

—Pues, sí, señor, ¡morir!

—Yo no pongo morir. —¡Qué hombre de hielo!

¡Quién supiera escribir!

II

¡Señor Rector, señor Rector! en vano

Me queréis complacer,

Si no encarnan los signos de la mano

Todo el ser de mi ser.

Escribidle, por Dios, que el alma mía

Ya en mí no quiere estar;

Que la pena no me ahoga cada día...

Porque puedo llorar.

Que mis labios, las rosas de su aliento,

No se saben abrir;

Que olvidan de la risa el movimiento

A fuerza de sentir.

Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,

Cargados con mi afán,

Como no tienen quien se mire en ellos,

Cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,

La ausencia el más atroz;

Que es un perpetuo sueño de mi oído

El eco de su voz...

Que siendo por su causa, el alma mía

¡Goza tanto en sufrir!..

Dios mío ¡cuántas cosas le diría

Si supiera escribir!...

III
EPÍLOGO

—Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:

A don Ramón... En fin,

Que es inútil saber para esto arguyo

Ni el griego ni el latín.

90. Lo que hace el tiempo

A Blanca Rosa de Osma

Con mis coplas, Blanca Rosa,

Tal vez te cause cuidados

Por cantar

Con la voz ya temblorosa,

Y los ojos ya cansados

De llorar.

Hoy para ti solo hay glorias,

Y danzas y flores bellas;

Mas después,

Se alzarán tristes memorias,

Hasta de las mismas huellas

De tus pies.

En tus fiestas seductoras

¿No oyes del alma en lo interno

Un rumor,

Que lúgubre a todas horas,

Nos dice que no es eterno

Nuestro amor?

¡Cuánto a creer se resiste

Una verdad tan odiosa

Tu bondad!

¡Y esto fuera menos triste

Si no fuera, Blanca Rosa,

Tan verdad!

Te aseguro, como amigo,

Que es muy raro, y no te extrañe,

Amar bien.

Siento decir lo que digo;

Pero ¿quieres que te engañe

Yo también?

Pasa un viento arrebatado,

Viene amor, y a dos en uno

Funde Dios;

Sopla el desamor helado,

Y vuelve a hacer, importuno,

De uno, dos.

Que amor, de egoísmo lleno,

A su gusto se acomoda

Bien y mal;

En él hasta herir es bueno,

Se ama o no ama, aquí está toda

Su moral.

¡Oh! ¡qué bien cumple el amante,

Cuando aún tiene la inocencia,

Su deber!

Y ¡cómo, más adelante,

Aviene con su conciencia

Su placer!

¿Y es culpable el que, sediento,

Buscando va en nuevos lazos

Otro amor?

¡Sí! culpable como el viento

Que, al pasar, hace pedazos

Una flor.

¿Verdad que es abominable

Que el corazón vagabundo

Mude así,

Sin ser por ello culpable,

Porque esto pasa en el mundo

Porque sí?

Se ama una vez sin medida,

Y aun se vuelve a amar sin tino

Más de dos.

¡Cuán versátil es la vida!

¡Cuán vano es nuestro destino,

Santo Dios!

Él lleve tu labio ayuno

A algún manantial querido

De placer,

Donde dichosa, ninguno

Te enseñe nunca el olvido

Del deber.

Siempre el destino inconstante

Nos da cual vil usurero

Su favor:

Da amor primero y no amante;

Después mucho amante, pero

Poco amor.

Tranquila a veces reposa,

Y otras se marcha volando

Nuestra fe.

Y esto pasa, Blanca Rosa,

Sin saber cómo, ni cuándo,

Ni por qué.

Nunca es estable el deseo,

Ni he visto jamás terneza

Siempre igual.

Y ¿a qué negarlo? No creo

Ni del bien en la fijeza,

Ni del mal.

Este ir y venir sin tasa,

Y este moverse impaciente,

Pasa así,

Porque así ha pasado y pasa,

Porque sí, y ¡ay! solamente

Porque sí.

¡Cuán inútil es que huyamos

De los fáciles amores

Con horror,

Si cuanto más las pisamos,

Más nos embriagan las flores

Con su olor!

El cielo sin duda envía

La lucha a la tormentosa

Juventud;

Pues ¿qué mérito tendría

Sin esfuerzos, Blanca Rosa,

La virtud?

¡Ay! un alma inteligente,

Siempre en nuestra alma divisa

Una flor,

Que se abre infaliblemente

Al soplo de alguna brisa

De otro amor.

Mas dirás: —¿Y en qué consiste

Que todo a mudar convida?—

¡Ay de mí!

En que la vida es muy triste...

Pero aunque triste, la vida

Es así.

Y si no es amor el vaso

Donde el sobrante se vierte

Del dolor,

Pregunto yo: —¿Es digno acaso

De ocuparnos vida y muerte

Tal amor?—

Nunca sepas, Blanca Rosa,

Que es la dicha una locura;

Cual yo sé;

Si quieres ser venturosa,

Ten mucha fe en la ventura,

Mucha fe.

Si eres feliz algún día,

¡Guay, que el recuerdo tirano

De otro amor

No se filtre en tu alegría,

Cual se desliza un gusano

Roedor!

Tú eres de las almas buenas,

Cuyos honrados amores

Siempre son

Los que bendicen sus penas,

Penas que se abren en flores

De pasión.

Con tus visiones hermosas,

Nunca de tu alma el abismo

Llenarás,

Pues la fuerza de las cosas

Puede más que Hércules mismo,

¡Mucho más!...

Si huye una vez la ventura,

Nadie después ve las flores

Renacer

Que cubren la sepultura

De los recuerdos traidores

Del ayer.

¿Y quién es el responsable

De hacer tragar sin medida

Tanta hiel?

¡La vida! ¡esa es la culpable!

La vida, solo es la vida

Nuestra infiel.

La vida, que desalada,

De un vértigo del infierno

Corre en pos:

Ella corre hacia la nada;

¿Quieres ir hacia lo eterno?

Ve hacia Dios.

¡Sí! corre hacia Dios, y Él haga

Que tengas siempre una vieja

Juventud.

La tumba todo lo traga;

Solo de tragarse deja

La virtud.