Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

DON VENTURA RUIZ AGUILERA

92. Epístola

(A Don Damián Menéndez Rayón y Don Francisco Giner de los Ríos)

No arrojará cobarde el limpio acero

mientras oiga el clarín de la pelea,

soldado que su honor conserve entero;

ni del piloto el ánimo flaquea

porque rayos alumbren su camino

y el golfo inmenso alborotarse vea.

¡Siempre luchar!... del hombre es el destino;

y al que impávido lucha, con fe ardiente,

le da la gloria su laurel divino.

Por sosiego suspira eternamente;

pero ¿dónde se oculta, dónde mana

de esta sed inmortal la ansiada fuente?...

En el profundo valle, que se afana

cuando del año la estación florida

lo viste de verdura y luz temprana;

en las cumbres salvajes, donde anida

el águila que pone junto al cielo

su mansión de huracanes combatida,

el límite no encuentra de su anhelo;

ni porque esclava suya haga la suerte,

tras íntima inquietud y estéril duelo.

Aquel solo el varón dichoso y fuerte

será, que viva en paz con su conciencia

hasta el sueño apacible de la muerte.

¿Qué sirve el esplendor, qué la opulencia,

la oscuridad, ni holgada medianía,

si a sufrir el delito nos sentencia?

Choza del campesino, humilde y fría,

alcázar de los reyes, corpulento,

cuya altitud al monte desafía,

bien sé yo que, invisible como el viento,

huésped que el alma hiela, se ha sentado

de vuestro hogar al pie el remordimiento.

¿Qué fue del corso altivo, no domado

hasta asomar de España en las fronteras

cual cometa del cielo desgajado?

El poder que le dieron sus banderas

con asombro y terror de las naciones

¿colmó sus esperanzas lisonjeras?...

Cayó; y entre los bárbaros peñones

de su destierro, en las nocturnas horas

le acosaron fatídicas visiones;

y diéronle tristeza las auroras,

y en el manso murmullo de la brisa

voces oyó gemir acusadoras.

Más conforme recibe y más sumisa

la voluntad de Dios, el alma bella

que abrojos siempre lacerada pisa.

Francisco, así pasar vimos aquella

que te arrulló en sus brazos maternales,

y hoy, vestida de luz, los astros huella:

que al tocar del sepulcro los umbrales,

bañó su dulce faz con dulce rayo

la alborada de goces inmortales.

Y así, Damián, en el risueño mayo

de una vida sin mancha, como arbusto

que el aquilón derriba en el Moncayo,

pasó también tu hermano, y la del justo

severa majestad brilló en su frente,

de un alma religiosa templo augusto.

Huya de las ciudades el que intente

esquivar la batalla de la vida

y en el ocio perderla muellemente:

que a la virtud el riesgo no intimida;

cuando náufragos hay, los ojos cierra

y se lanza a la mar embravecida.

Avaro miserable es el que encierra

la fecunda semilla en el granero,

cuando larga escasez llora la tierra.

Compadecer la desventura quiero

del que, por no mirar la abierta llaga,

de su limosna priva al pordiosero.

Ebrio, y alegre, y victorioso vaga

el vicio por el mundo cortesano:

su canto de sirena ¿a quién no embriaga?

Los que dones reciben de su mano

himnos alzan de júbilo, y de flores

rinden tributo en el altar profano.

En tanto, de la fiesta a los rumores,

criaturas sin fin, herido el seno,

responden con el ¡ay! de sus dolores.

Mas el hombre de espíritu sereno

y de conciencia inquebrantable (roca

donde se estrella, sin mancharla, el cieno)

la horrible sien del ídolo destoca,

y con acento de anatema inflama

tal vez en noble ardor la turba loca.

Jinete de experiencia y limpia fama,

armado va de freno y dura espuela

donde una voz en abandono clama;

de heroica pasión en alas vuela,

y en ella clava el acicate agudo

por acudir al mal que le desvela.

Si un instante el error cegarle pudo,

los engañosos ímpetus reprime,

y es su propia razón freno y escudo.

Sin tregua combatir por el que gime;

defender la justicia y verdad santa,

llena la mente de ideal sublime;

caminar hacia el bien con firme planta,

a la edad consolando que agoniza,

apóstol de otra edad que se adelanta,

es empresa que al vulgo escandaliza;

por loco siempre o necio fue tenido

quien lanzas en su pro rompe en la liza.

Si a tierna compasión alguien movido

vio al generoso hidalgo de Cervantes,

¡cuántos, con risa, viéronle caído!

Acomete a quiméricos gigantes,

de sus delirios prodigiosa hechura,

y es de niños escarnio y de ignorantes.

Mas él, dándoles cuerpo, se figura

limpiar de monstruos la afligida tierra,

y llanto arranca al bueno su locura.

Así debe sufrir, en cruda guerra,

(sin vergonzoso pacto ni sosiego)

contra el mal, que a los débiles aterra,

el que abrasado en el celeste fuego

de inagotable caridad, no atiende

solo de su interés el torpe ruego.

Árbol de seco erial, las ramas tiende

al que rendido llega de fatiga,

y del sol, cariñoso, le defiende.

Él sabe que sus frutos no prodiga

heredad que se deja sin cultivo;

sabe que del sudor brota la espiga,

como de agua sonoro raudal vivo,

si del trabajo el útil instrumento

hiende la roca en que durmió cautivo.

¡Oh del bosque anhelado apartamiento,

cuyos olmos son arpas melodiosas

cuando sacude su follaje el viento!

¡Oh fresco valle, donde crecen rosas

de perfumado cáliz, y azucenas,

que liban las abejas codiciosas!

¡Oh soledades de armonías llenas!

en vano me brindáis ocio y amores,

mientras haya un esclavo entre cadenas.

Que aún pide con sacrílegos rumores

ver libre a Barrabás la muchedumbre

y alzados en la Cruz los redentores.

Que del sombrío Gólgota en la cumbre,

regada con la sangre del Cordero

sublime en humildad y mansedumbre,

mártires ¡ay! aún suben al madero

que ha de ser, convertido en árbol santo,

patria y hogar del universo entero.

Padecer es vivir; riego es el llanto

a quien la flor del alma, con su esencia

debe perpetuo y virginal encanto.

Amigos, bendecid la Providencia

si mandare a la vuestra ese rocío,

y nieguen los malvados su clemencia.

¡Qué alegre y qué gentil llega el navío

al puerto salvador, cuando aún le azota

con fiera saña el huracán bravío!

Así el justo halla al fin de su derrota

por el mar de la vida proceloso,

del claro cielo en la extensión remota

puerto seguro y eternal reposo.