Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

FRAY LUIS DE LEÓN

14. Vida retirada

¡Qué descansada vida

la del que huye el mundanal ruïdo,

y sigue la escondida

senda por donde han ido

los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho

de los soberbios grandes el estado,

ni del dorado techo

se admira, fabricado

del sabio moro, en jaspes sustentado.

No cura si la fama

canta con voz su nombre pregonera,

ni cura si encarama

la lengua lisonjera

lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento

si soy del vano dedo señalado,

si en busca de este viento

ando desalentado

con ansias vivas, y mortal cuidado?

¡Oh campo, oh monte, oh río!

¡oh secreto seguro deleitoso!

roto casi el navío,

a vuestro almo reposo

huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,

un día puro, alegre, libre quiero;

no quiero ver el ceño

vanamente severo

de quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves

con su cantar süave no aprendido,

no los cuidados graves

de que es siempre seguido

quien al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,

gozar quiero del bien que debo al cielo,

a solas sin testigo

libre de amor, de celo,

de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera

por mi mano plantado tengo un huerto

que con la primavera

de bella flor cubierto

ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa

de ver y acrecentar su hermosura,

desde la cumbre airosa

una fontana pura

hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego sosegada

el paso entre los árboles torciendo,

el suelo de pasada

de verdura vistiendo,

y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea,

y ofrece mil olores al sentido,

los árboles menea

con un manso ruido

que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro

los que de un flaco leño se confían:

no es mío ver el lloro

de los que desconfían

cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena

cruje, y en ciega noche el claro día

se torna, al cielo suena

confusa vocería,

y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla

mesa de amable paz bien abastada

me baste, y la vajilla

de fino oro labrada

sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-

mente se están los otros abrasando

en sed insaciable

del no durable mando,

tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido

de yedra y lauro eterno coronado,

puesto el atento oído

al son dulce acordado

del plectro sabiamente meneado.

15. A Francisco Salinas

El aire se serena

y viste de hermosura y luz no usada,

Salinas, cuando suena

la música extremada

por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino

mi alma que en olvido está sumida,

torna a cobrar el tino,

y memoria perdida

de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,

en suerte y pensamientos se mejora;

el oro desconoce

que el vulgo ciego adora,

la belleza caduca engañadora.

Traspasa el aire todo

hasta llegar a la más alta esfera,

y oye allí otro modo

de no perecedera

música, que es de todas la primera.

Ve cómo el gran maestro

a aquesta inmensa cítara aplicado,

con movimiento diestro

produce el son sagrado

con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta

de números concordes, luego envía

consonante respuesta,

y entrambas a porfía

mezclan una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega

por un mar de dulzura, y finalmente

en él así se anega,

que ningún accidente

extraño o peregrino oye o siente.

¡Oh desmayo dichoso!

¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!

¡durase en tu reposo

sin ser restituido

jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,

gloria del Apolíneo sacro coro,

amigos, a quien amo

sobre todo tesoro;

que todo lo demás es triste lloro.

¡Oh! suene de contino,

Salinas, vuestro son en mis oídos,

por quien al bien divino

despiertan los sentidos,

quedando a lo demás amortecidos.

16. A Felipe Ruiz

¿Cuándo será que pueda

libre de esta prisión volar al cielo,

Felipe, y en la rueda

que huye más del suelo,

contemplar la verdad pura sin velo?

Allí a mi vida junto

en luz resplandeciente convertido,

veré distinto y junto

lo que es y lo que ha sido,

y su principio propio y escondido.

Entonces veré cómo

el divino poder echó el cimiento

tan a nivel y plomo,

do estable eterno asiento

posee el pesadísimo elemento.

Veré las inmortales

columnas do la tierra está fundada,

las lindes y señales

con que a la mar airada

la Providencia tiene aprisionada.

Por qué tiembla la tierra,

por qué las hondas mares se embravecen,

dó sale a mover guerra

el cierzo, y por qué crecen

las aguas del Océano y descrecen.

De dó manan las fuentes;

quién ceba, y quién bastece de los ríos

las perpetuas corrientes;

de los helados fríos

veré las causas, y de los estíos.

Las soberanas aguas

del aire en la región quién las sostiene;

de los rayos las fraguas;

dó los tesoros tiene

de nieve Dios, y el trueno dónde viene.

¿No ves cuando acontece

turbarse el aire todo en el verano?

el día se ennegrece,

sopla el gallego insano,

y sube hasta el cielo el polvo vano;

Y entre las nubes mueve

su carro Dios ligero y reluciente,

horrible son conmueve,

relumbra fuego ardiente,

treme la tierra, humíllase la gente.

La lluvia baña el techo,

envían largos ríos los collados;

su trabajo deshecho,

los campos anegados

miran los labradores espantados.

Y de allí levantado

veré los movimientos celestiales,

así el arrebatado

como los naturales,

las causas de los hados, las señales.

Quién rige las estrellas

veré, y quién las enciende con hermosas

y eficaces centellas;

por qué están las dos osas,

de bañarse en el mar siempre medrosas.

Veré este fuego eterno

fuente de vida y luz dó se mantiene;

y por qué en el invierno

tan presuroso viene,

por qué en las noches largas se detiene.

Veré sin movimiento

en la más alta esfera las moradas

del gozo y del contento,

de oro y luz labradas,

de espíritus dichosos habitadas.

17. Noche serena

Cuando contemplo el cielo

de innumerables luces adornado,

y miro hacia el suelo

de noche rodeado,

en sueño y en olvido sepultado:

El amor y la pena

despiertan en mi pecho una ansia ardiente;

despiden larga vena

los ojos hechos fuente;

la lengua dice al fin con voz doliente:

Morada de grandeza,

templo de claridad y hermosura,

mi alma que a tu alteza

nació, ¿qué desventura

la tiene en esta cárcel baja, oscura?

¿Qué mortal desatino

de la verdad aleja así el sentido,

que de tu bien divino

olvidado, perdido

sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado

al sueño, de su suerte no cuidando,

y con paso callado

el cielo vueltas dando

las horas del vivir le va hurtando.

¡Ay! despertad, mortales;

mirad con atención en vuestro daño;

¿las almas inmortales

hechas a bien tamaño

podrán vivir de sombra y solo engaño?

¡Ay! levantad los ojos

a aquesta celestial eterna esfera,

burlaréis los antojos

de aquesa lisonjera

vida, con cuanto teme y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto

el bajo y torpe suelo, comparado

a aqueste gran trasunto,

do vive mejorado

lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto

de aquestos resplandores eternales,

su movimiento cierto,

sus pasos desiguales,

y en proporción concorde tan iguales:

La luna cómo mueve

la plateada rueda, y va en pos de ella

la luz do el saber llueve,

y la graciosa estrella

de amor le sigue reluciente y bella:

Y cómo otro camino

prosigue el sanguinoso Marte airado,

y el Júpiter benino

de bienes mil cercado

serena el cielo con su rayo amado:

Rodéase en la cumbre

Saturno, padre de los siglos de oro,

tras él la muchedumbre

del reluciente coro

su luz va repartiendo y su tesoro:

¿Quién es el que esto mira,

y precia la bajeza de la tierra,

y no gime y suspira

por romper lo que encierra

el alma, y de estos bienes la destierra?

Aquí vive el contento,

aquí reina la paz: aquí asentado

en rico y alto asiento

está al amor sagrado

de honra y de deleites rodeado.

Inmensa hermosura

aquí se muestra toda; y resplandece

clarísima luz pura,

que jamás anochece;

eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos!

¡oh prados con verdad frescos y amenos!

¡riquísimos mineros!

¡Oh deleitosos senos!

¡repuestos valles de mil bienes llenos!

18. Morada del cielo

Alma región luciente,

prado de bienandanza, que ni al hielo

ni con el rayo ardiente

falleces, fértil suelo

producidor eterno de consuelo:

De púrpura y de nieve

florida la cabeza coronado,

a dulces pastos mueve

sin honda ni cayado,

el buen Pastor en ti su hato amado.

Él va, y en pos dichosas

le siguen sus ovejas, do las pace

con inmortales rosas,

con flor que siempre nace,

y cuanto más se goza más renace.

Ya dentro a la montaña

del alto bien las guía; ya en la vena

del gozo fiel las baña,

y les da mesa llena,

pastor y pasto él solo, y suerte buena.

Y de su esfera cuando

la cumbre toca altísimo subido

el sol, él sesteando

de su hato ceñido

con dulce son deleita el santo oído.

Toca el rabel sonoro,

y el inmortal dulzor al alma pasa,

con que envilece el oro,

y ardiendo se traspasa

y lanza en aquel bien libre de tasa.

¡Oh son, oh voz, siquiera

pequeña parte alguna descendiese

en mi sentido, y fuera

de sí el alma pusiese

y toda en ti, oh amor, la convirtiese!

Conocería dónde

sesteas, dulce Esposo, y desatada

de esta prisión a donde

padece, a tu manada

junta, no ya andará perdida, errada.

19. En la Ascensión

¡Y dejas, Pastor santo,

tu grey en este valle hondo, escuro,

con soledad y llanto,

y tú rompiendo el puro

aire, te vas al inmortal seguro!

¿Los antes bienhadados,

y los agora tristes y afligidos,

a tus pechos criados,

de Ti desposeídos,

a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos

que vieron de tu rostro la hermosura,

que no les sea enojos?

quien oyó tu dulzura,

¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado

¿quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto

al viento fiero airado?

estando tú encubierto

¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay! nube envidïosa

aun de este breve gozo ¿qué te aquejas?

¿dó vuelas presurosa?

¡cuán rica tú te alejas!

¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

20. Imitación de diversos

Vuestra tirana exención

y ese vuestro cuello erguido

estoy cierto que Cupido

pondrá en dura sujeción.

Vivid esquiva y exenta;

que a mi cuenta

vos serviréis al amor

cuando de vuestro dolor

ninguno quiera hacer cuenta.

Cuando la dorada cumbre

fuere de nieve esparcida,

y las dos luces de vida

recogieren ya su lumbre:

cuando la ruga enojosa

en la hermosa

frente y cara se mostrare,

y el tiempo que vuela helare

esa fresca y linda rosa:

Cuando os viéredes perdida,

os perderéis por querer,

sentiréis que es padecer

querer y no ser querida.

Diréis con dolor, Señora,

cada hora:

¡quién tuviera, ay sin ventura,

o agora aquella hermosura

o antes el amor de agora!

A mil gentes que agraviadas

tenéis con vuestra porfía,

dejaréis en aquel día

alegres y bien vengadas.

Y por mil partes volando

publicando

el amor irá este cuento,

para aviso y escarmiento

de quien huye de su bando.

¡Ay! por Dios, Señora bella,

mirad por vos, mientras dura

esa flor graciosa y pura,

que el no gozalla es perdella,

y pues no menos discreta

y perfeta

sois que bella y desdeñosa,

mirad que ninguna cosa

hay que a amor no esté sujeta.

El amor gobierna el cielo

con ley dulce eternamente,

¿y pensáis vos ser valiente

contra él acá en el suelo?

Da movimiento y viveza

a belleza

el amor, y es dulce vida;

y la suerte más valida

sin él es triste pobreza.

¿Qué vale el beber en oro,

el vestir seda y brocado,

el techo rico labrado,

los montones de tesoro?

¿Y qué vale si a derecho

os da pecho

el mundo todo y adora,

si a la fin dormís, Señora,

en el solo y frío lecho?

21. Soneto

Agora con la aurora se levanta

mi luz, agora coge en rico ñudo

el hermoso cabello, agora el crudo

pecho ciñe con oro, y la garganta.

Agora vuelta al cielo pura y santa

las manos y ojos bellos alza, y pudo

dolerse agora de mi mal agudo;

agora incomparable tañe y canta.

Ansí digo, y del dulce error llevado,

presente ante mis ojos la imagino,

y lleno de humildad y amor la adoro.

Mas luego vuelve en sí el engañado

ánimo, y conociendo el desatino,

la rienda suelta largamente al lloro.