Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

GIL POLO

25. Canción

En el campo venturoso,

Donde con clara corriente

Guadalaviar hermoso

Dejando el suelo abundoso

Da tributo al mar potente;

Galatea, desdeñosa

Del dolor que a Licio daña,

Iba alegre y bulliciosa

Por la ribera arenosa

Que el mar con sus ondas baña,

Entre la arena cogiendo

Conchas y piedras pintadas,

Muchos cantares diciendo

Con el son del ronco estruendo

De las ondas alteradas:

Junto el agua se ponía,

Y las ondas aguardaba,

Y en verlas llegar huía;

Pero a veces no podía

Y el blanco pie se mojaba.

Licio, al cual en sufrimiento

Amador ninguno iguala,

Suspendió allí su tormento

Mientras miraba el contento

De su pulida zagala.

Mas cotejando su mal

Con el gozo que ella había

El fatigado zagal

Con voz amarga y mortal

De esta manera decía:

Ninfa hermosa, no te vea

Jugar con el mar horrendo;

Y aunque más placer te sea,

Huye del mar, Galatea,

Como estás de Licio huyendo.

Deja ahora de jugar,

Que me es dolor importuno:

No me hagas más penar,

Que en verte cerca del mar

Tengo celos de Neptuno.

Causa mi triste cuidado

Que a mi pensamiento crea:

Porque ya está averiguado

Que si no es tu enamorado

Lo será cuando te vea.

Y está cierto, porque amor

Sabe desde que me hirió,

Que para pena mayor

Me falta un competidor

Más poderoso que yo.

Deja la seca ribera,

Do está el alga infructuosa:

Guarda que no salga afuera

Alguna marina fiera

Enroscada y escamosa.

Huye ya, y mira que siento

Por ti dolores sobrados;

Porque con doble tormento

Celos me da tu contento

Y tu peligro cuidados.

En verte regocijada

Celos me hacen acordar

De Europa, ninfa preciada,

Del toro blanco engañada

En la ribera del mar.

Y el ordinario cuidado

Hace que piense contino

De aquel desdeñoso alnado,

Orilla el mar arrastrado,

Visto aquel monstruo marino.

Mas no veo en ti temor

De congoja y pena tanta;

Que bien sé por mi dolor

Que a quien no teme al amor

Ningún peligro le espanta.

Guarte pues de un gran cuidado:

Que el vengativo Cupido

Viéndose menospreciado,

Lo que no hace de grado,

Suele hacerlo de ofendido.

Ven conmigo al bosque ameno,

Y al apacible sombrío

De olorosas flores lleno,

Do en el día más sereno

No es enojoso el Estío.

Si el agua te es placentera,

Hay allí fuente tan bella,

Que para ser la primera

Entre todas, solo espera

Que tú te laves en ella.

En aqueste raso suelo

A guardar tu hermosa cara

No basta sombrero o velo;

Que estando al abierto cielo

El sol morena te para.

No escuchas dulces concentos,

Sino el espantoso estruendo

Con que los bravosos vientos

Con soberbios movimientos

Van las aguas revolviendo.

Y tras la fortuna fiera

Son las vistas más suaves

Ver llegar a la ribera

La destrozada madera

De las anegadas naves.

Ven a la dulce floresta,

Do natura no fue escasa:

Donde haciendo alegre fiesta

La más calorosa siesta

Con más deleite se pasa.

Huye los soberbios mares;

Ven, verás cómo cantamos

Tan deleitosos cantares

Que los más duros pesares

Suspendemos y engañamos;

Y aunque quien pasa dolores,

Amor le fuerza a cantarlos,

Yo haré que los pastores

No digan cantos de amores,

Porque huelgues de escucharlos.

Allí, por bosques y prados,

Podrás leer todas horas,

En mil robles señalados

Los nombres más celebrados

De las ninfas y pastoras.

Mas serate cosa triste

Ver tu nombre allí pintado,

En saber que escrita fuiste

Por el que siempre tuviste

De tu memoria borrado.

Y aunque mucho estés airada,

No creo yo que te asombre

Tanto el verte allí pintada,

Como el ver que eres amada

Del que allí escribió tu nombre.

No ser querida y amar

Fuera triste desplacer;

Mas ¿qué tormento o pesar

Te puede, Ninfa, causar

Ser querida y no querer?

Mas desprecia cuanto quieras

A tu pastor, Galatea;

Solo que en estas riberas

Cerca de las ondas fieras

Con mis ojos no te vea.

¿Qué pasatiempo mejor

Orilla el mar puede hallarse

Que escuchar el ruiseñor,

Coger la olorosa flor

Y en clara fuente lavarse?

Pluguiera a Dios que gozaras

De nuestro campo y ribera,

Y porque más lo preciaras,

Ojalá tú lo probaras,

Antes que yo lo dijera.

Porque cuanto alabo aquí

De su crédito lo quito;

Pues el contentarme a mí

Bastará para que a ti

No te venga en apetito.

Licio mucho más le hablara,

Y tenía más que hablalle,

Si ella no se lo estorbara,

Que con desdeñosa cara

Al triste dice que calle.

Volvió a sus juegos la fiera

Y a sus llantos el pastor,

Y de la misma manera

Ella queda en la ribera,

Y él en su mismo dolor.