Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

LOPE DE VEGA

40. Canción

¡Oh libertad preciosa,

No comparada al oro,

Ni al bien mayor de la espaciosa tierra!

Más rica y más gozosa

Que el precioso tesoro

Que el mar del sur entre su nácar cierra;

Con armas, sangre y guerra,

Con las vidas y famas,

Conquistado en el mundo;

Paz dulce, amor profundo,

Que el mal apartas y a tu bien nos llamas:

En ti sola se anida

Oro, tesoro, paz, bien, gloria y vida.

Cuando de las humanas

Tinieblas vi del cielo

La luz, principio de mis dulces días,

Aquellas tres hermanas

Que nuestro humano velo

Tejiendo, llevan por inciertas vías,

Las duras penas mías

Trocaron en la gloria

Que en libertad poseo,

Con siempre igual deseo,

Donde verá por mi dichosa historia,

Quien más leyere en ella,

Que es dulce libertad lo menos della.

Yo pues, señor exento

Desta montaña y prado,

Gozo la gloria y libertad que tengo.

Soberbio pensamiento

Jamás ha derribado

La vida humilde y pobre que sostengo.

Cuando a las manos vengo

Con el muchacho ciego,

Haciendo rostro embisto,

Venzo, triunfo y resisto

La flecha, el arco, la ponzoña, el fuego,

Y con libre albedrío

Lloro el ajeno mal y canto el mío.

Cuando el aurora baña

Con helado rocío

De aljófar celestial el monte y prado,

Salgo de mi cabaña,

Riberas deste río,

A dar el nuevo pasto a mi ganado,

Y cuando el sol dorado

Muestra sus fuerzas graves,

Al sueño el pecho inclino

Debajo un sauce o pino,

Oyendo el son de las parleras aves,

O ya gozando el aura,

Donde el perdido aliento se restaura.

Cuando la noche oscura

Con su estrellado manto

El claro día en su tiniebla encierra,

Y suena en la espesura

El tenebroso canto

De los nocturnos hijos de la tierra,

Al pie de aquesta sierra

Con rústicas palabras

Mi ganadillo cuento

Y el corazón contento

Del gobierno de ovejas y de cabras,

La temerosa cuenta

Del cuidadoso rey me representa.

Aquí la verde pera

Con la manzana hermosa,

De gualda y roja sangre matizada,

Y de color de rosa

La cermeña olorosa

Tengo, y la endrina de color morada;

Aquí de la enramada

Parra que al olmo enlaza,

Melosas uvas cojo;

Y en cantidad recojo,

Al tiempo que las ramas desenlaza

El caluroso estío,

Membrillos que coronan este río.

No me da descontento

El hábito costoso

Que de lascivo el pecho noble infama;

Es mi dulce sustento

Del campo generoso

Estas silvestres frutas que derrama;

Mi regalada cama

De blandas pieles y hojas,

Que algún rey la envidiara,

Y de ti, fuente clara,

Que bullendo, el arena y agua arrojas,

Estos cristales puros,

Sustentos pobres, pero bien seguros.

Estese el cortesano

Procurando a su gusto

La blanda cama y el mejor sustento;

Bese la ingrata mano

Del poderoso injusto,

Formando torres de esperanza al viento;

Viva y muera sediento

Por el honroso oficio,

Y goce yo del suelo,

Al aire, al sol y al hielo,

Ocupado en mi rústico ejercicio;

Que más vale pobreza

En paz, que en guerra mísera riqueza.

Ni temo al poderoso

Ni al rico lisonjeo,

Ni soy camaleón del que gobierna,

Ni me tiene envidioso

La ambición y deseo

De ajena gloria ni de fama eterna;

Carne sabrosa y tierna,

Vino aromatizado,

Pan blanco de aquel día,

En prado, en fuente fría,

Halla un pastor con hambre fatigado;

Que el grande y el pequeño

Somos iguales lo que dura el sueño.

41.

A mis soledades voy,

De mis soledades vengo,

Porque para andar conmigo

Me bastan mis pensamientos.

¡No sé qué tiene la aldea

Donde vivo y donde muero,

Que con venir de mí mismo

No puedo venir más lejos!

Ni estoy bien ni mal conmigo;

Mas dice mi entendimiento

Que un hombre que todo es alma

Está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,

Y solamente no entiendo

Cómo se sufre a sí mismo

Un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,

Fácilmente me defiendo;

Pero no puedo guardarme

De los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,

Pero con falso argumento;

Que humildad y necedad

No caben en un sujeto.

La diferencia conozco,

Porque en él y en mí contemplo,

Su locura en su arrogancia,

Mi humildad en su desprecio.

O sabe naturaleza

Más que supo en otro tiempo,

O tantos que nacen sabios

Es porque lo dicen ellos.

Solo sé que no sé nada,

Dijo un filósofo, haciendo

La cuenta con su humildad,

Adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,

De desdichado me precio;

Que los que no son dichosos,

¿Cómo pueden ser discretos?

No puede durar el mundo,

Porque dicen, y lo creo,

Que suena a vidrio quebrado

Y que ha de romperse presto.

Señales son del juïcio

Ver que todos le perdemos,

Unos por carta de más,

Otros por carta de menos.

Dijeron que antiguamente

Se fue la verdad al cielo:

Tal la pusieron los hombres

Que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos

Los propios y los ajenos,

La de plata los extraños,

Y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,

Si es español verdadero,

Ver los hombres a lo antiguo

Y el valor a lo moderno?

Dijo Dios que comería

Su pan el hombre primero

Con el sudor de su cara,

Por quebrar su mandamiento;

Y algunos inobedientes

A la vergüenza y al miedo,

Con las prendas de su honor

Han trocado los efectos.

Virtud y filosofía

Peregrinan como ciegos:

El uno se lleva al otro,

Llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,

Universal movimiento,

La mejor vida el favor,

La mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,

Y no me espanto, aunque puedo,

Que en lugar de tantas cruces

Haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros

Cuyos mármoles eternos

Están diciendo sin lengua

Que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo,

Porque solamente en ellos

De los poderosos grandes

Se vengaron los pequeños!

Fea pintan a la envidia:

Yo confieso que la tengo

De unos hombres que no saben

Quien vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,

Sin tratos, cuentas ni cuentos,

Cuando quieren escribir

Piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,

Tienen chimenea y huerto;

No los despiertan cuidados,

Ni pretensiones, ni pleitos.

Ni murmuraron del grande,

Ni ofendieron al pequeño;

Nunca, como yo, firmaron

Parabién, ni pascua dieron.

Con esta envidia que digo,

Y lo que paso en silencio,

A mis soledades voy,

De mis soledades vengo.

42.

¡Pobre barquilla mía,

Entre peñascos rota,

Sin velas desvelada,

Y entre las olas sola!

¿Adónde vas perdida?

¿Adónde, di, te engolfas?

Que no hay deseos cuerdos

Con esperanzas locas.

Como las altas naves,

Te apartas animosa

De la vecina tierra,

Y al fiero mar te arrojas.

Igual en las fortunas,

Mayor en las congojas,

Pequeña en las defensas,

Incitas a las ondas.

Advierte que te llevan

A dar entre las rocas

De la soberbia envidia,

Naufragio de las honras.

Cuando por las riberas

Andabas costa a costa,

Nunca del mar temiste

Las iras procelosas.

Segura navegabas;

Que por la tierra propia

Nunca el peligro es mucho

Adonde el agua es poca.

Verdad es que en la patria

No es la virtud dichosa,

Ni se estima la perla

Hasta dejar la concha.

Dirás que muchas barcas

Con el favor en popa,

Saliendo desdichadas,

Volvieron venturosas.

No mires los ejemplos

De las que van y tornan,

Que a muchas ha perdido

La dicha de las otras.

Para los altos mares

No llevas cautelosa,

Ni velas de mentiras,

Ni remos de lisonjas.

¿Quién te engañó, barquilla?

Vuelve, vuelve la proa;

Que presumir de nave

Fortunas ocasiona.

¿Qué jarcias te entretejen?

¿Qué ricas banderolas

Azote son del viento

Y de las aguas sombra?

¿En qué gavia descubres

Del árbol alta copa,

La tierra en perspectiva,

Del mar incultas orlas?

¿En qué celajes fundas

Que es bien echar la sonda,

Cuando, perdido el rumbo,

Erraste la derrota?

Si te sepulta arena,

¿Qué sirve fama heroica?

Que nunca desdichados

Sus pensamientos logran.

¿Qué importa que te ciñan

Ramas verdes o rojas,

Que en selvas de corales

Salado césped brota?

Laureles de la orilla

Solamente coronan

Navíos de alto bordo

Que jarcias de oro adornan.

No quieras que yo sea,

Por tu soberbia pompa,

Faetonte de barqueros

Que los laureles lloran.

Pasaron ya los tiempos

Cuando lamiendo rosas

El céfiro bullía

Y suspiraba aromas.

Ya fieros huracanes

Tan arrogantes soplan

Que, salpicando estrellas,

Del sol la frente mojan;

Ya los valientes rayos

De la vulcana forja,

En vez de torres altas,

Abrasan pobres chozas.

Contenta con tus redes,

A la playa arenosa

Mojado me sacabas;

Pero vivo, ¿qué importa?

Cuando de rojo nácar

Se afeitaba la aurora,

Más peces te llenaban

Que ella lloraba aljófar.

Al bello sol que adoro,

Enjuta ya la ropa,

Nos daba una cabaña

La cama de sus hojas.

Esposa me llamaba,

Yo la llamaba esposa,

Parándose de envidia

La celestial antorcha.

Sin pleito, sin disgusto,

La muerte nos divorcia:

¡Ay de la pobre barca

Que en lágrimas se ahoga!

Quedad sobre la arena,

Inútiles escotas;

Que no ha menester velas

Quien a su bien no torna.

Si con eternas plantas

Las fijas luces doras,

¡Oh dueño de mi barca!

Y en dulce paz reposas,

Merezca que le pidas

Al bien que eterno gozas,

Que adonde estás, me lleve,

Más pura y más hermosa.

Mi honesto amor te obligue;

Que no es digna victoria

Para quejas humanas

Ser las deidades sordas.

Mas ¡ay que no me escuchas!

Pero la vida es corta:

Viviendo, todo falta;

Muriendo, todo sobra.

43. Judit

Cuelga sangriento de la cama al suelo

El hombro diestro del feroz tirano,

Que opuesto al muro de Betulia en vano,

Despidió contra sí rayos al cielo.

Revuelto con el ansia el rojo velo

Del pabellón a la siniestra mano,

Descubre el espectáculo inhumano

Del tronco horrible, convertido en hielo.

Vertido Baco, el fuerte arnés afea

Los vasos y la mesa derribada,

Duermen los guardas, que tan mal emplea;

Y sobre la muralla, coronada

Del pueblo de Israel, la casta hebrea

Con la cabeza resplandece armada.

44.

Suelta mi manso, mayoral extraño,

Pues otro tienes tú de igual decoro:

Suelta la prenda que en el alma adoro,

Perdida por tu bien y por mi daño.

Ponle su esquila de labrado estaño,

Y no le engañen tus collares de oro:

Toma en albricias este blanco toro

Que a las primeras yerbas cumple un año.

Si pides señas, tiene el vellocino

Pardo, encrespado, y los ojuelos tiene

Como durmiendo en regalado sueño.

Si piensas que no soy su dueño, Alcino,

Suelta, y verasle si a mi choza viene;

Que aun tienen sal las manos de su dueño.

45.

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

Que a mi puerta, cubierto de rocío,

Pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,

Pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío

Si de mi ingratitud el hielo frío

Secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

«Alma, asómate agora a la ventana;

Verás con cuánto amor llamar porfía!»

Y ¡cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos,» respondía,

Para lo mismo responder mañana!

46.

Pastor, que con tus silbos amorosos

Me despertaste del profundo sueño;

Tú, que hiciste cayado dese leño

En que tiendes los brazos poderosos;

Vuelve los ojos a mi fe piadosos,

Pues te confieso por mi amor y dueño,

Y la palabra de seguirte empeño

Tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, Pastor que por amores mueres,

No te espante el rigor de mis pecados,

Pues tan amigo de rendidos eres;

Espera pues, y escucha mis cuidados;

Pero ¿cómo te digo que me esperes,

Si estás para esperar los pies clavados?

47. Temores en el favor

Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro,

Y la cándida víctima levanto,

De mi atrevida indignidad me espanto,

Y la piedad de vuestro pecho admiro.

Tal vez el alma con temor retiro,

Tal vez la doy al amoroso llanto;

Que, arrepentido de ofenderos tanto,

Con ansias temo y con dolor suspiro.

Volved los ojos a mirarme humanos;

Que por las sendas de mi error siniestras

Me despeñaron pensamientos vanos.

No sean tantas las miserias nuestras

Que a quien os tuvo en sus indignas manos

Vos le dejéis de las divinas vuestras.