Las cien mejores poesías (lí­ricas) de la lengua castellana

ROMANCES VIEJOS

3. Romance de Abenámar

—¡Abenámar, Abenámar,

moro de la morería,

el día que tú naciste

grandes señales había!

Estaba la mar en calma,

la luna estaba crecida:

moro que en tal signo nace,

no debe decir mentira.—

Allí respondiera el moro,

bien oiréis lo que decía:

—Yo te la diré, señor,

aunque me cueste la vida,

porque soy hijo de un moro

y una cristiana cautiva;

siendo yo niño y muchacho

mi madre me lo decía:

que mentira no dijese,

que era grande villanía:

por tanto pregunta, rey,

que la verdad te diría.

—Yo te agradezco, Abenámar

aquesa tu cortesía.

¿Qué castillos son aquellos?

¡Altos son y relucían!

—El Alhambra era, señor,

y la otra la mezquita;

los otros los Alixares,

labrados a maravilla.

El moro que los labraba

cien doblas ganaba al día,

y el día que no los labra

otras tantas se perdía.

El otro es Generalife,

huerta que par no tenía;

el otro Torres Bermejas,

castillo de gran valía.—

Allí habló el rey don Juan,

bien oiréis lo que decía:

—Si tú quisieses, Granada,

contigo me casaría;

darete en arras y dote

a Córdoba y a Sevilla.

—Casada soy, rey don Juan,

casada soy, que no viuda;

el moro que a mí me tiene

muy grande bien me quería.

4. Romance del rey moro que perdió Alhama

Paseábase el rey moro

por la ciudad de Granada,

desde la puerta de Elvira

hasta la de Vivarrambla.

«¡Ay de mi Alhama!»

Cartas le fueron venidas

que Alhama era ganada:

las cartas echó en el fuego,

y al mensajero matara.

«¡Ay de mi Alhama!»

Descabalga de una mula,

y en un caballo cabalga;

por el Zacatín arriba

subido se había al Alhambra.

«¡Ay de mi Alhama!»

Como en el Alhambra estuvo,

al mismo punto mandaba

que se toquen sus trompetas,

sus añafiles de plata.

«¡Ay de mi Alhama!»

Y que las cajas de guerra

apriesa toquen al arma,

porque lo oigan sus moros,

los de la Vega y Granada.

«¡Ay de mi Alhama!»

Los moros que el son oyeron

que al sangriento Marte llama,

uno a uno y dos a dos

juntado se ha gran batalla.

«¡Ay de mi Alhama!»

Allí habló un moro viejo,

de esta manera hablara:

—¿Para qué nos llamas, rey,

para qué es esta llamada?—

«¡Ay de mi Alhama!»

—Habéis de saber, amigos,

una nueva desdichada:

que cristianos de braveza

ya nos han ganado Alhama.—

«¡Ay de mi Alhama!»

Allí habló un alfaquí

de barba crecida y cana:

—¡Bien se te emplea, buen rey,

buen rey, bien se te empleara!

«¡Ay de mi Alhama!»

Mataste los Bencerrajes,

que eran la flor de Granada;

cogiste los tornadizos

de Córdoba la nombrada.

«¡Ay de mi Alhama!»

Por eso mereces, rey,

una pena muy doblada:

que te pierdas tú y el reino,

y aquí se pierda Granada.—

«¡Ay de mi Alhama!»

5. Romance de Rosa fresca

—Rosa fresca, rosa fresca,

tan garrida y con amor,

cuando vos tuve en mis brazos,

no vos supe servir, no;

y agora que os serviría

no vos puedo haber, no.

—Vuestra fue la culpa, amigo,

vuestra fue, que mía no;

enviástesme una carta

con un vuestro servidor,

y en lugar de recaudar

él dijera otra razón:

que érades casado, amigo,

allá en tierras de León;

que tenéis mujer hermosa

y hijos como una flor.

—Quien os lo dijo, señora,

no vos dijo verdad, no;

que yo nunca entré en Castilla

ni allá en tierras de León,

sino cuando era pequeño,

que no sabía de amor.

6. Romance de Fontefrida

Fonte-frida, fonte-frida,

fonte-frida y con amor,

do todas las avecicas

van tomar consolación,

si no es la tortolica

que está viuda y con dolor.

Por allí fuera a pasar

el traidor del ruiseñor:

las palabras que le dice

llenas son de traïción:

—Si tú quisieses, señora,

yo sería tu servidor.

—Vete de ahí, enemigo,

malo, falso, engañador,

que ni poso en ramo verde,

ni en prado que tenga flor;

que si el agua hallo clara,

turbia la bebía yo;

que no quiero haber marido,

porque hijos no haya, no:

no quiero placer con ellos,

ni menos consolación.

¡Déjame, triste enemigo,

malo, falso, mal traidor,

que no quiero ser tu amiga,

ni casar contigo, no!

7. Romance de Blanca-niña

Blanca sois, señora mía,

más que no el rayo del sol:

¿si la dormiré esta noche

desarmado y sin pavor?

que siete años había, siete,

que no me desarmo, no.

Más negras tengo mis carnes

que un tiznado carbón.

—Dormilda, señor, dormilda,

desarmado sin temor,

que el conde es ido a la caza

a los montes de León.

—Rabia le mate los perros,

y águilas el su halcón,

y del monte hasta casa

a él arrastre el morón.—

Ellos en aquesto estando

su marido que llegó:

—¿Qué hacéis, la Blanca-niña,

hija de padre traidor?

—Señor, peino mis cabellos,

péinolos con gran dolor,

que me dejéis a mi sola

y a los montes os vais vos.

—Esa palabra, la niña,

no era sino traición:

¿cúyo es aquel caballo

que allá bajo relinchó?

—Señor, era de mi padre,

y envióoslo para vos.

—¿Cúyas son aquellas armas

que están en el corredor?

—Señor, eran de mi hermano,

y hoy os las envió.

—¿Cúya es aquella lanza,

desde aquí la veo yo?

—Tomalda, conde, tomalda,

matadme con ella vos,

que aquesta muerte, buen conde

bien os la merezco yo.

8. Romance del conde Arnaldos

¡Quién hubiese tal ventura

sobre las aguas del mar,

como hubo el conde Arnaldos

la mañana de San Juan!

Con un falcón en la mano

la caza iba a cazar,

vio venir una galera

que a tierra quiere llegar.

Las velas traía de seda,

la jarcia de un cendal,

marinero que la manda

diciendo viene un cantar

que la mar facía en calma,

los vientos hace amainar,

los peces que andan nel hondo

arriba los hace andar,

las aves que andan volando

nel mástel las faz posar.

Allí fabló el conde Arnaldos,

bien oiréis lo que dirá:

—Por Dios te ruego, marinero,

dígasme ora ese cantar.—

Respondiole el marinero,

tal respuesta le fue a dar:

—Yo no digo esta canción

sino a quien conmigo va.

9. Romance de la hija del rey de Francia

De Francia partió la niña,

de Francia la bien guarnida:

íbase para París,

do padre y madre tenía.

Errado lleva el camino,

errado lleva la guía:

arrimárase a un roble

por esperar compañía.

Vio venir un caballero

que a París lleva la guía.

La niña desque lo vido

de esta suerte le decía:

—Si te place, caballero,

llévesme en tu compañía.

—Pláceme, dijo, señora,

pláceme, dijo, mi vida.—

Apeose del caballo

por hacelle cortesía;

puso la niña en las ancas

y él subiérase en la silla.

En el medio del camino

de amores la requería.

La niña desque lo oyera

díjole con osadía:

—Tate, tate, caballero,

no hagáis tal villanía:

hija soy de un malato

y de una malatía;

el hombre que a mí llegase

malato se tornaría.—

El caballero con temor

palabra no respondía.

A la entrada de París

la niña se sonreía.

—¿De qué vos reís, señora?

¿de qué vos reís, mi vida?

—Ríome del caballero,

y de su gran cobardía,

¡tener la niña en el campo

y catarle cortesía!—

Caballero con vergüenza

estas palabras decía:

—Vuelta, vuelta, mi señora,

que una cosa se me olvida.—

La niña como discreta

dijo: —Yo no volvería,

ni persona, aunque volviese,

en mi cuerpo tocaría:

hija soy del rey de Francia

y de la reina Constantina,

el hombre que a mí llegase,

muy caro le costaría.

10. Romance de doña Alda

En París está doña Alda

la esposa de don Roldán,

trescientas damas con ella

para la acompañar:

todas visten un vestido,

todas calzan un calzar,

todas comen a una mesa,

todas comían de un pan,

sino era doña Alda,

que era la mayoral.

Las ciento hilaban oro,

las ciento tejen cendal,

las ciento tañen instrumentos

para doña Alda holgar.

Al son de los instrumentos

doña Alda adormido se ha:

ensoñado había un sueño,

un sueño de gran pesar.

Recordó despavorida

y con un pavor muy grand,

los gritos daba tan grandes

que se oían en la ciudad.

Allí hablaron sus doncellas,

bien oiréis lo que dirán:

—¿Qué es aquesto, mi señora?

¿quién es el que os hizo mal?

—Un sueño soñé, doncellas,

que me ha dado gran pesar;

que me veía en un monte

en un desierto lugar:

de so los montes muy altos

un azor vide volar,

tras dél viene una aguililla

que lo ahinca muy mal.

El azor con grande cuita

metiose so mi brial;

el aguililla con grande ira

de allí lo iba a sacar;

con las uñas lo despluma,

con el pico lo deshaz.—

Allí habló su camarera,

bien oiréis lo que dirá:

—Aquese sueño, señora,

bien os lo entiendo soltar;

el azor es vuestro esposo,

que viene de allén la mar;

el águila sedes vos,

con la cual ha de casar,

y aquel monte es la iglesia

donde os han de velar.

—Si así es, mi camarera,

bien te lo entiendo pagar.—

Otro día de mañana

cartas de fuera le traen;

tintas venían de dentro,

de fuera escritas con sangre,

que su Roldán era muerto

en la caza de Roncesvalles.