Doña Perfecta

Don Inocencio había cruzado las manos y recibía los furibundos
rayos de su sobrina con la consternación de un reo
a quien la presencia del verdugo quita ya toda esperanza.

—Por Dios, Remedios—murmuró con voz dolorida,—por
la Virgen Santísima....5

Aquellas crisis y horribles erupciones del manso carácter
de la sobrina eran tan fuertes como raras, y se pasaban a
veces cinco o seis años sin que D. Inocencio viera a Remedios
convertirse en una furia.

—¡Soy madre!... ¡Soy madre!... y puesto que10
nadie mira por mi hijo, miraré yo, yo misma—rugió la
improvisada leona.

—Por María Santísima, mujer, no te arrebates... Mira
que estás pecando... Recemos un Padre nuestro y un
Ave María, y verás cómo se te pasa eso.15

Diciendo esto, el Penitenciario temblaba y sudaba. ¡Pobre
pollo en las garras del buitre! La mujer transformada
acabó de estrujarle con estas palabras:

—Usted no sirve para nada; usted es un mandria...
Mi hijo y yo nos marcharemos de aquí para siempre, para20
siempre. Yo le conseguiré una posición a mi hijo, yo le
buscaré una buena conveniencia, ¿entiende usted? Así
como estoy dispuesta a barrer las calles con la lengua, si de
este modo fuera preciso ganarle la comida, así también
revolveré la tierra para buscar una posición a mi hijo, para25
que suba, y sea rico, y personaje, y caballero, y propietario,
y señor, y grande, y todo cuanto hay que ser, todo, todo.

—¡Dios me favorezca!—exclamó D. Inocencio dejándose
caer en el sillón e inclinando la cabeza sobre el pecho.

Hubo una pausa, durante la cual se oía el agitado resuello30
de la mujer furiosa.

—Mujer—dijo al fin D. Inocencio,—me has quitado
diez años de vida; me has abrasado la sangre; me has
vuelto loco... ¡Dios me dé la serenidad que para
aguantarte necesito! Señor, paciencia, paciencia es lo que
quiero; y tú, sobrina, hazme el favor de llorar y lagrimear y
estar suspirando a moco y baba diez años, pues tu maldita
maña de los pucheros, que tanto me enfada, es preferible a
esas locas iras. Si no supiera que en el fondo eres buena...5
Vaya, que para haber confesado y recibido a Dios
esta mañana, te estás portando.

—Sí, pero es por usted, por usted.

—¿Porque en el asunto de Rosario y de Jacinto te digo
"resignación"?10

—Porque cuando todo marcha bien, usted se vuelve atrás
y permite que el Sr. Rey se apodere de Rosarito.

—¿Y cómo lo voy a evitar? Bien dice la señora que
tienes entendimiento de ladrillo. ¿Quieres que salga por
ahí con una espada, y en un quítame allá esas pajas haga15
picadillo a toda la tropa, y después me encare con Rey y le
diga: "o usted me deja en paz a la niña o le corto el
pescuezo"?

—No, pero cuando aconsejé a la señora que diera un
susto a su sobrino, usted se ha opuesto, en vez de aconsejarle20
lo mismo que yo.

—Tú estás loca con eso del susto.

—Porque "muerto el perro se acabó la rabia."

—Yo no puedo aconsejar eso que llamas susto y que
puede ser una cosa tremenda.25

—Sí, porque soy una matona, ¿no es verdad, tío?

—Ya sabes que los juegos de manos son juegos de villanos.
Además, ¿crees que ese hombre se dejará asustar?
¿Y sus amigos?

—De noche sale solo.30

—¿Tú qué sabes?

—Lo sé todo, y no da un paso sin que yo me entere,
¿estamos? La viuda del Cuzco me tiene al tanto de
todo.

—Vamos, no me vuelvas loco. ¿Y quién le va a dar ese
susto?... Sepámoslo.

—Caballuco.

—¿De modo qué él está dispuesto?...

—No, pero lo estará si usted se lo manda.5

—Vamos, mujer, déjame en paz. Yo no puedo mandar
tal atrocidad. ¡Un susto! ¿Y qué es eso? ¿Tú le has
hablado ya?

—Sí, señor; pero no me ha hecho caso, mejor dicho, se
niega a ello. En Orbajosa no hay más que dos personas que10
puedan decidirle con una simple orden: usted o doña
Perfecta.

—Pues que se lo mande la señora si quiere. Jamás
aconsejaré que se empleen medios violentos y brutales.
¿Querrás creer que cuando Caballuco y algunos de los suyos15
estaban tratando de levantarse en armas, no pudieron sacarme
una sola palabra incitándoles a derramar sangre?
No, eso no... Si doña Perfecta quiere hacerlo....

—Tampoco quiere. Esta tarde he estado hablando con
ella dos horas, y dice que predicará la guerra favoreciéndola20
por todos los medios; pero que no mandará a un hombre
que hiera por la espalda a otro. Tendría razón en oponerse
si se tratara de cosa mayor... pero no quiero que haya
heridas; yo no quiero más que un susto.

—Pues si doña Perfecta no quiere ordenar que se dé25
sustos al ingeniero, yo tampoco, ¿entiendes? Antes que
nada es mi conciencia.

—Bueno—repuso la sobrina.—Dígale usted a Caballuco
que me acompañe esta noche... no le diga usted
más que eso.30

—¿Vas a salir tarde?

—Voy a salir, sí señor. Pues qué, ¿no salí también anoche?

—¿Anoche? No lo supe; si lo hubiera sabido, me
hubiera enfadado, sí señora.

—No le diga usted a Caballuco sino lo siguiente: "Querido
Ramos, le estimaré mucho que acompañe a mi sobrina
a cierta diligencia que tiene que hacer esta noche, y que la
defienda si acaso se ve en algún peligro."

—Eso sí lo puedo hacer. Que te acompañe... que te5
defienda. ¡Ah, picarona! tú quieres engañarme, haciéndome
cómplice de alguna majadería.

—Ya... ¿qué cree usted?—dijo irónicamente María
Remedios.—Entre Ramos y yo vamos a degollar mucha
gente esta noche.10

—No bromees. Te repito que no le aconsejaré a Ramos
nada que tenga visos de maldad. Me parece que está
ahí....

Oyóse ruido en la puerta de la calle. Luego sonó la voz
de Caballuco que hablaba con el criado, y poco después el15
héroe de Orbajosa penetró en la estancia.

—Noticias, vengan noticias, Sr. Ramos—dijo el clérigo.—Vaya,
que si no nos da usted alguna esperanza en cambio
de la cena y de la hospitalidad... ¿Qué hay en
Villahorrenda?20

—Alguna cosa—repuso el valentón sentándose con muestras
de cansancio.—Pronto verá usted si servimos para algo.

Como todas las personas que tienen importancia o quieren
dársela, Caballuco mostraba gran reserva.

—Esta noche, amigo mío, se llevará usted, si quiere, el25
dinero que me han dado para....

—Buena falta hace... Como lo huelan los de tropa
no me dejarán pasar—dijo Ramos riendo brutalmente.

—Calle usted, hombre... Ya sabemos que usted pasa
siempre que se le antoja. Pues no faltaba más. Los militares30
son gente de manga ancha... y si se pusieran pesados,
con un par de duros, ¿eh? Vamos, veo que no viene
usted mal armado... No le falta más que un cañón de
a ocho. Pistolitas, ¿eh?... También navaja.

—Por lo que pueda suceder—dijo Caballuco, sacando
el arma del cinto y mostrando su horrible hoja.

—¡Por Dios y la Virgen!—exclamó María Remedios,
cerrando los ojos y apartando con miedo el rostro.—Guarde
usted ese chisme. Me horrorizo sólo de verlo.5

—Si ustedes no lo llevan a mal—dijo Ramos cerrando
el arma,—cenaremos.

María Remedios dispuso todo con precipitación, para que
el héroe no se impacientase.

—Oiga usted una cosa, Sr. Ramos—dijo D. Inocencio10
a su huésped cuando se pusieron a cenar.—¿Tiene usted
muchas ocupaciones esta noche?

—Algo hay que hacer—repuso el bravo.—Ésta es la
última noche que vengo a Orbajosa, la ultima. Tengo que
recoger algunos muchachos que quedan por aquí, y vamos a15
ver cómo sacamos el salitre y el azufre que está en casa de
Cirujeda.

—Lo decía—añadió bondadosamente el cura, llenando
el plato de su amigo,—porque mi sobrina quiere que la
acompañe usted un momento. Tiene que hacer no sé qué20
diligencia y es algo tarde para ir sola.

—¿Va a casa de doña Perfecta?—preguntó Ramos.—Allí
he estado hace un momento; no quise detenerme.

—¿Cómo está la señora?

—Miedosilla. Esta noche he sacado los seis mozos que25
tenía en la casa.

—Hombre: ¿cree usted que no hacen falta allí?—dijo
Remedios con zozobra.

—Más falta hacen en Villahorrenda. Dentro de las
casas se pudre la gente valerosa, ¿no es verdad, señor30
canónigo?

—Señor Ramos, aquella casa no debe estar nunca sola—dijo
el Penitenciario.

—Con los criados basta y sobra. ¿Pero usted cree, Sr.

D. Inocencio, que el brigadier se ocupa de asaltar casas
ajenas?

—Sí; pero bien sabe usted que ese ingeniero de tres mil
docenas de demonios....

—Para eso... en la casa no faltan escobas—manifestó5
Cristóbal jovialmente.—Si al fin y al cabo no tendrán
más remedio que casarlos... Después de lo que ha
pasado....

—Señor Ramos—dijo Remedios súbitamente enojada,—se
me figura que no entiende usted gran cosa en esto de10
casar a la gente.

—Dígolo porque esta noche, hace un momento, vi que la
señora y la niña estaban haciendo al modo de una reconciliación.
Doña Perfecta besuqueaba a Rosarito, y todo era
echarse palabrillas tiernas y mimos.15

—¡Reconciliación! usted con eso de los armamentos ha
perdido la chaveta... Pero en fin, ¿me acompaña usted
o no?

—No es a la casa de la señora donde quiere ir—dijo el
clérigo,—sino a la posada de la viuda de Cuzco. Estaba20
diciendo que no se atreve a ir sola, porque teme ser
insultada....

—¿Por quién?

—Bien se comprende. Por ese ingeniero de tres mil o
cuatro mil docenas de demonios. Anoche mi sobrina le vió25
allí y le dijo cuatro frescas, por cuya razón no las tiene todas
consigo esta noche. El mocito es vengativo y procaz.

—No sé si podré ir...—indicó Caballuco,—como
ando ahora escondido, no puedo desafiar al D. José Poquita
Cosa. Si yo no estuviera como estoy, con media cara tapada30
y la otra medio descubierta, ya le había roto treinta veces el
espinazo. ¿Pero qué sucede si caigo sobre él? Que me
descubro; caen sobre mí los soldados, y adiós Caballuco.
En cuanto a darle un golpe a traición, es cosa que no sé
hacer, ni está en mi natural, ni la señora lo consiente
tampoco. Para solfas con alevosía no sirve Cristóbal
Ramos.

—Pero hombre, ¿estamos locos?... ¿qué está usted
hablando?—dijo el Penitenciario con innegables muestras5
de asombro.—Ni por pienso le aconsejo yo a usted que
maltrate a ese caballero. Antes me dejaré cortar la lengua
que aconsejar una bellaquería. Los malos caerán, es verdad;
pero Dios es quien debe fijar el momento, no yo. No
se trata tampoco de dar palos. Antes recibiré yo diez docenas10
de ellos que recomendar a un cristiano la administración
de tales medicinas. Sólo digo a usted una cosa
(añadió, mirando al bravo por encima de los espejuelos), y
es, que como mi sobrina va allá, como es probable, muy
probable, ¿no es eso, Remedios?... que tenga que decir15
algunas palabrejas a ese hombre, recomiendo a usted que
no la desampare en caso de que se vea insultada....

—Esta noche tengo que hacer—repuso lacónica y secamente
Caballuco.

—Ya lo oyes, Remedios. Deja tu diligencia para20
mañana.

—Eso sí que no puede ser. Iré sola.

—No, no irás, sobrina mía. Tengamos la fiesta en paz.
El Sr. Ramos tiene que hacer y no puede acompañarte.
Figúrate que eres injuriada por ese hombre grosero....25

—¡Insultada... insultada una señora por ese!...—exclamó
Caballuco.—Vamos, no puede ser.

—Si usted no tuviera ocupaciones... ¡bah, bah! ya
estaría yo tranquilo.

—Ocupaciones tengo—dijo el Centauro levantándose30
de la mesa;—pero si es empeño de usted....

Hubo una pausa. El Penitenciario había cerrado los
ojos y meditaba.

—Empeño mío es, Sr. Ramos—dijo al fin.

—Pues no hay más que hablar. Iremos, señora doña María.

—Ahora, querida sobrina—- dijo D. Inocencio entre serio
y jovial,—puesto que hemos concluído de cenar, tráeme la
jofaina.

Dirigió a su sobrina una mirada penetrante, y acompañándolas5
de la acción correspondiente, profirió estas palabras:

—Yo me lavo las manos.



XXVIII

De Pepe Rey a D. Juan Rey

Orbajosa 12 de Abril.

"Querido padre: perdóneme usted si por primera vez le
desobedezco no saliendo de aquí, ni renunciando a mi propósito.
El consejo y ruego de usted son propios de un10
padre bondadoso y honrado: mi terquedad es propia de un
hijo insensato; pero en mí pasa una cosa singular; terquedad
y honor se han juntado y confundido de tal modo, que
la idea de disuadirme y ceder me causa vergüenza. He
cambiado mucho. Yo no conocía estos furores que me15
abrasan. Antes me reía de toda obra violenta, de las exageraciones
de los hombres impetuosos, como de las brutalidades
de los malvados. Ya nada de esto me asombra, porque
en mí mismo encuentro a todas horas cierta capacidad
terrible para la perversidad. A usted puedo hablarle como20
se habla a solas con Dios y con la conciencia; a usted
puedo decirle que soy un miserable, porque es un miserable
quien carece de aquella poderosa fuerza moral contra sí
mismo, que castiga las pasiones y somete la vida al duro
régimen de la conciencia. He carecido de la entereza cristiana25
que contiene el espíritu del hombre ofendido en un
hermoso estado de elevación sobre las ofensas que recibe y
los enemigos que se las hacen; he tenido la debilidad de
abandonarme a una ira loca, poniéndome al bajo nivel de
mis detractores, devolviéndoles golpes iguales a los suyos, y
tratando de confundirles por medios aprendidos en su propia
indigna escuela. ¡Cuánto siento que no estuviera usted
a mi lado para apartarme de este camino! Ya es tarde.5
Las pasiones no tienen espera. Son impacientes, y piden
su presa a gritos y con la convulsión de una espantosa sed
moral. He sucumbido. No puedo olvidar lo que tantas
veces me ha dicho usted, y es que la ira puede llamarse la
peor de las pasiones, porque transformando de improviso10
nuestro carácter, engendra todas las demás maldades, y a
todas les presta su infernal llamarada.

"Pero no ha sido sola la ira, sino un fuerte sentimiento
expansivo lo que me ha traído a tal estado, el amor profundo
y entrañable que profeso a mi prima, única circunstancia15
que me absuelve. Y si el amor no, la compasión me habría
impulsado a desafiar el furor y las intrigas de su terrible
hermana de usted, porque la pobre Rosario, colocada entre
su afecto irresistible y su madre, es hoy uno de los seres
más desgraciados que existen sobre la tierra. El amor que20
me tiene y que corresponde al mío, ¿no me da derecho a
abrir, como pueda, las puertas de su casa y sacarla de allí,
empleando la ley hasta donde la ley alcance, y usando la
fuerza desde el punto en que la ley me desampare? Creo
que la rigurosísima escrupulosidad moral de usted no dará25
una respuesta afirmativa a esta proposición; pero yo he
dejado de ser aquel carácter metódico y puro, conformado
en su conciencia con la exactitud de un tratado. Yo no soy
aquel a quien una educación casi perfecta dió pasmosa irregularidad
en sus sentimientos; ahora soy un hombre como30
otro cualquiera; de un solo paso he entrado en el terreno
común de lo injusto y de lo malo. Prepárese usted a oír
cualquier barbaridad, que será obra mía. Yo cuidaré de
notificar a usted las que vaya cometiendo.

"Pero ni la confesión de mis culpas me quitará la responsabilidad
de los sucesos graves que han ocurrido y ocurrirán;
ni ésta, por mucho que argumente, recaerá toda entera
sobre su hermana de usted. La responsabilidad de doña
Perfecta es inmensa, seguramente. ¿Cuál será la extensión5
de la mía? ¡Ah, querido padre! No crea usted nada de
lo que oiga respecto a mí, y aténgase tan sólo a lo que yo le
revele. Si le dicen que he cometido una villanía deliberada,
responda que es mentira. Difícil, muy difícil me es juzgarme
a mí mismo en el estado de turbación en que me hallo; pero10
me atrevo a asegurar que no he producido deliberadamente el
escándalo. Bien sabe usted a dónde puede llegar la pasión
favorecida en su horrible crecimiento invasor por las circunstancias.

"Lo que más amarga mi vida es haber empleado la ficción,15
el engaño y bajos disimulos. ¡Yo que era la verdad
misma! He perdido mi propia hechura.... Pero, ¿es
esto la perversidad mayor en que puede incurrir el alma?
¿Empiezo ahora o acabo? Nada sé. Si Rosario con su
mano celeste no me saca de este infierno de mi conciencia,20
deseo que venga usted a sacarme. Mi prima es un ángel, y
padeciendo por mí, me ha enseñado muchas cosas que antes
no sabía.

"No extrañe usted la incoherencia de lo que escribo.
Diversos sentimientos me inflaman. Me asaltan a ratos25
ideas dignas verdaderamente de mi alma inmortal; pero a
ratos caigo también en un desfallecimiento lamentable, y
pienso en los hombres débiles y menguados, cuya bajeza me
ha pintado usted con vivos colores para que los aborrezca.
Tal como hoy me hallo, estoy dispuesto al mal y al bien.30
Dios tenga piedad de mí. Ya sé lo que es la oración, una
suplica grave y reflexiva, tan personal que no se aviene con
fórmulas aprendidas de memoria; una expansión del alma
que se atreve a extenderse hasta buscar su origen; lo contrario
del remordimiento, que es una contradicción de la
misma alma, envolviéndose y ocultándose con la ridicula
pretensión de que nadie la vea. Usted me ha enseñado
muy buenas cosas; pero ahora estoy en prácticas, como
decimos los ingenieros; hago estudios sobre el terreno, y5
con esto mis conocimientos se ensanchan y fijan.... Se
me está figurando ahora que no soy tan malo como yo
mismo creo. ¿Será así?

"Concluyo esta carta a toda prisa. Tengo que enviarla
con unos soldados que van hacia la estación de Villahorrenda,10
porque no hay que fiarse del correo de esta gente.


14 de Abril.

"Le divertiría a usted, querido padre, si pudiera hacerle
comprender cómo piensa la gente de este poblachón. Ya
sabrá usted que casi todo este país se ha levantado en
armas. Era cosa prevista, y los políticos se equivocan si15
creen que es cosa de un par de días. La hostilidad contra
nosotros y contra el Gobierno la tienen los orbajosenses en
su espíritu, formando parte de él como la fe religiosa. Concretándome
a la cuestión particular con mi tía, diré a usted
una cosa singular, y es que la pobre señora, que tiene el20
feudalismo en la médula de los huesos, ha imaginado que
yo voy a atacar su casa para robarle su hija, como los
señores de la Edad Media atacaban un castillo enemigo para
consumar cualquier desafuero. No se ría usted, que es
verdad: tales son las ideas de esta gente. Excuso decir a25
usted que me tiene por un monstruo, por una especie de rey
moro herejote; y los militares con quienes he hecho amistad
aquí no merecen mejor concepto. En casa de doña Perfecta
es cosa corriente que la tropa y yo formamos una
coalición diabólica y antireligiosa para quitarle a Orbajosa30
sus tesoros, su fe y sus muchachas. Me consta que su
hermana de usted cree a pie juntillas que yo le voy a tomar
por asalto la casa, y no es dudoso que detrás de la puerta
habrá alguna barricada.

"Pero no puede ser de otra manera. Aquí tienen las
ideas más anticuadas acerca de la sociedad, de la religión,5
del Estado, de la propiedad. La exaltación religiosa que
les impulsa a emplear la fuerza contra el Gobierno, por
defender una fe que nadie ha atacado y que ellos no tienen
tampoco, despierta en su ánimo resabios feudales, y como
resolverían sus cuestiones por la fuerza bruta y a sangre y10
fuego, degollando a todo el que no piense como ellos, creen
que no hay en el mundo quien emplee otros medios.

"Lejos de ser mi intento hacer quijotadas en la casa de
esa señora, he procurado evitarle algunas molestias, de que
no se libraron los demás vecinos. Por mi amistad con el15
brigadier no les han obligado a presentar, como se mandó,
una lista de todos los hombres de su servidumbre que se
han marchado con la facción; y si se le registró la casa,
me consta que fue por fórmula; y si le desarmaron los seis
hombres que allí tenía, después ha puesto otros tantos y20
nada se le ha hecho. Vea usted a lo que está reducida mi
hostilidad a la señora.

"Verdad es que yo tengo el apoyo de los jefes militares;
pero lo utilizo tan sólo para no ser insultado o maltratado
por esta gente implacable. Mis probabilidades de éxito25
consisten en que las autoridades recientemente puestas por
el jefe militar son todas amigas. Tomo de ellas mi fuerza
moral y les intimido. No sé si me veré en el caso de cometer
alguna acción violenta; pero no se asuste usted, que el
asalto y toma de la casa es una pura y loca preocupación30
feudal de su hermana de usted. La casualidad me ha
puesto en situación ventajosa. La ira, la pasión que arde
en mí, me impulsarán a aprovecharla. No sé hasta dónde
iré.

17 de Abril.

"La carta de usted me ha dado un gran consuelo. Sí;
puedo conseguir mi objeto, usando tan sólo los recursos de
la ley, eficaces completamente para esto. He consultado a
las autoridades de aquí, y todas me confirman en lo que
usted me indica. Estoy contento. Ya que he inculcado en5
el ánimo de mi prima la idea de la desobediencia, que sea
al menos al amparo de las leyes sociales. Haré lo que
usted me manda, es decir, renunciaré a la colaboración un
poco fea de Pinzón; destruiré la solidaridad aterradora que
establecí con los militares; dejaré de envanecerme con el10
poder de ellos; pondré fin a las aventuras, y en el momento
oportuno procederé con calma, prudencia y toda la benignidad
posible. Mejor es así. Mi coalición, mitad seria,
mitad burlesca, con el ejército, ha tenido por objeto ponerme
al amparo de las brutalidades de los orbajosenses y de los15
criados y deudos de mi tía. Por lo demás, siempre he
rechazado la idea de lo que llamamos la intervención armada.

"El amigo que me favorecía ha tenido que salir de la
casa; pero no estoy en completa incomunicación con mi
prima. La pobrecita demuestra un valor heroico en medio20
de sus penas, y me obedecerá ciegamente.

"Esté usted sin cuidado respecto a mi seguridad personal.
Por mi parte nada temo y estoy muy tranquilo.


20 de Abril.

"Hoy no puedo escribir más que dos líneas. Tengo
mucho que hacer. Todo concluirá dentro de unos días.25
No me escriba usted más a este lugarón. Pronto tendrá el
gusto de abrazarle su hijo.

PEPE."



XXIX

De Pepe Rey a Rosarito Polentinos

"Dale a Estebanillo la llave de la huerta y encárgale que
cuide del perro. El muchacho está vendido a mí en cuerpo
y alma. No temas nada. Sentiré mucho que no puedas
bajar, como la otra noche. Haz todo lo posible por conseguirlo.
Yo estaré allí después de media noche. Te diré5
lo que he resuelto, y lo que debes hacer. Tranquilízate,
niña mía, porque he abandonado todo recurso imprudente y
brutal. Ya te contaré. Esto es largo y debe ser hablado.
Me parece que veo tu susto y congoja al considerarme tan
cerca de ti. Pero hace ocho días que no te he visto. He10
jurado que esta ausencia de ti concluirá pronto, y concluirá.
El corazón me dice que te veré. Maldito sea yo si no te
veo."



XXX

El ojeo

Una mujer y un hombre penetraron después de las diez
en la posada de la viuda de Cuzco, y salieron de ella dadas15
las once y media.

—Ahora, señora doña María—dijo el hombre,—la
llevaré a usted a su casa, porque tengo que hacer.

—Aguarde usted, Sr. Ramos, por amor de Dios—repuso
ella.—¿Por qué no nos llegamos al Casino a ver si sale?20
Ya ha oído usted.... Esta tarde estuvo hablando con él
Estebanillo, el chico de la huerta.

—¿Pero usted busca a D. José?—preguntó el Centauro
de muy mal humor.—¿Qué nos importa? El noviazgo con
doña Rosario paró donde debía parar, y ahora no hay más25
remedio sino que la señora tiene que casarlos. Ésa es mi
opinión.

—Usted es un animal—dijo Remedios con enfado.

—Señora, yo me voy.

—Pues qué, hombre grosero, ¿me va usted a dejar sola
en medio de la calle?

—Si usted no se va pronto a su casa, sí señora.5

—Eso es... me deja usted sola, expuesta a ser insultada....
Oiga usted, Sr. Ramos. Don José saldrá ahora
del Casino, como de costumbre. Quiero saber si entra en
su casa o sigue adelante. Es un capricho, nada más que
un capricho.10

—Yo lo que sé es que tengo que hacer, y van a dar las
doce.

—Silencio—dijo Remedios,—ocultémonos detrás de la
esquina.... Un hombre viene por la calle de la Tripería
Alta. Es él.15

—Don José.... Le conozco en el modo de andar.
Se ocultaron y el hombre pasó.

—Sigámosle—dijo María Remedios con zozobra.—
Sigámosle a corta distancia, Ramos.

—Señora....20

—Nada más sino hasta ver si entra en su casa.

—Un minutillo nada más, doña Remedios. Después me
marcharé.

Anduvieron como treinta pasos, a regular distancia del
hombre que observaban. La sobrina del Penitenciario se25
detuvo al fin, y pronunció estas palabras:

—No entra en su casa.

—Irá a casa del brigadier.

—El brigadier vive hacia arriba, y D. Pepe va hacia
abajo, hacia casa de la señora.30

—¡De la señora!—exclamó Caballuco andando a prisa.
Pero se engañaban; el espiado pasó por delante de la
casa de Polentinos, y siguió adelante.

—¿Ve usted cómo no?

—Señor Ramos, sigámosle—dijo Remedios, oprimiendo
convulsamente la mano del Centauro.—Tengo una corazonada.

—Pronto hemos de saberlo, porque el pueblo se acaba.

—No vayamos tan de prisa... puede vernos.... Lo5
que yo pensé, Sr. Ramos; va a entrar por la puerta condenada
de la huerta.

—¡Señora, usted se ha vuelto loca!

—Adelante, y lo veremos.

La noche era obscura y no pudieron los observadores precisar10
dónde había entrado el Sr. de Rey; pero cierto ruido
de visagras mohosas que oyeron, y la circunstancia de no
encontrar al joven en todo lo largo de la tapia, les convencieron
de que se había metido dentro de la huerta. Caballuco
miró a su interlocutora con estupor. Parecía lelo.15

—¿En qué piensa usted?... ¿Todavía duda?

—¿Qué debo hacer?—preguntó el bravo lleno de confusión.—
¿Le daremos un susto?... No sé lo que pensará
la señora. Dígolo, porque esta noche estuve a verla, y me
pareció que la madre y la hija se reconciliaban.20

—No sea usted bruto.... ¿Por qué no entra?

—Ahora me acuerdo de que los mozos armados ya no
están ahí, porque yo les mandé salir esta noche.

—Y aún duda este marmolejo lo que ha de hacer. Ramos,
no sea usted cobarde y entre en la huerta.25

—¿Por dónde, si han cerrado la puertecilla?

—Salte usted por encima de la tapia.... ¡Qué pelmazo!
Si yo fuera hombre....

—Pues arriba.... Aquí hay unos ladrillos gastados
por donde suben los chicos a robar fruta.30

—Arriba pronto. Yo voy a llamar a la puerta principal
para que despierte la señora, si es que duerme.

El Centauro subió, no sin dificultad. Montó a caballo
breve instante sobre el muro, y después desapareció entre

la negra espesura de los árboles. María Remedios corrió
desalada hacia la calle del Condestable, y cogiendo el aldabón
de la puerta principal, llamó... llamó tres veces con
toda el alma y la vida.



XXXI

Doña Perfecta

Ved con cuánta tranquilidad se consagra a la escritura la5
señora doña Perfecta. Penetrad en su cuarto, a pesar de lo
avanzado de la hora, y la sorprenderéis en grave tarea,
compartido su espíritu entre la meditación y unas largas y
concienzudas cartas que traza a ratos con segura pluma y
correctos perfiles. Dale de lleno en el rostro y busto y manos10
la luz del quinqué, cuya pantalla deja en dulce penumbra
el resto de la persona y la pieza casi toda. Parece una
figura luminosa evocada por la imaginación en medio de las
vagas sombras del miedo.

Es extraño que hasta ahora no hayamos hecho una afirmación15
muy importante, y es que doña Perfecta era hermosa,
mejor dicho, era todavía hermosa, conservando en su semblante
rasgos de acabada belleza. La vida del campo, la falta
absoluta de presunción, el no vestirse, el no acicalarse, el
odio a las modas, el desprecio de las vanidades cortesanas20
eran causa de que su nativa hermosura no brillase o brillase
muy poco. También la desmejoraba la intensa amarillez que
tenía su rostro, indicando una fuerte constitución biliosa.

Negros y rasgados los ojos, fina y delicada la nariz, ancha
y despejada la frente, todo observador la consideraba como25
acabado tipo de la humana figura; pero había en aquellas
facciones cierta expresión de dureza y soberbia que era
causa de antipatía. Así como otras personas, aun siendo
feas, llaman, doña Perfecta despedía. Su mirar, aun acompañado
de bondadosas palabras, ponía entre ella y las personas30
extrañas la infranqueable distancia de un respeto
receloso; mas para las de casa, es decir, para sus deudos,
parciales y allegados, tenía una singular atracción. Era
maestra en dominar, y nadie la igualó en el arte de hablar
el lenguaje que mejor cuadraba a cada oreja.5

Su hechura biliosa, y el comercio excesivo con personas
y cosas devotas, que exaltaban sin fruto ni objeto su imaginación,
la habían envejecido prematuramente, y siendo joven
no lo parecía. Podría decirse de ella que con sus hábitos y
su sistema de vida se había labrado una corteza, un forro10
pétreo, insensible, encerrándose dentro como el caracol en
su casa portátil. Doña Perfecta salía pocas veces de su
concha.

Sus costumbres intachables, y aquella bondad pública que
hemos observado en ella desde el momento de su aparición15
en nuestro relato, eran causa de su gran prestigio en Orbajosa.
Sostenía además relaciones con excelentes damas de
Madrid, y por este medio consiguió la destitución de su
sobrino. Ahora, en el momento presente de nuestra historia,
la hallamos sentada junto al pupitre, que es el confidente20
único de sus planes y el depositario de sus cuentas
numéricas con los aldeanos, y de sus cuentas morales con
Dios y la sociedad. Allí escribió las cartas que trimestralmente
recibía su hermano; allí redactaba las esquelitas
para incitar al juez y al escribano a que embrollaran los25
pleitos de Pepe Rey; allí armó el lazo en que éste perdiera
la confianza del Gobierno; allí conferenciaba largamente
con D. Inocencio. Para conocer el escenario de otras
acciones cuyos efectos hemos visto, sería preciso seguirla al
palacio episcopal y a varias casas de familias amigas.30

No sabemos cómo hubiera sido doña Perfecta amando.
Aborreciendo tenía la inflamada vehemencia de un ángel tutelar
del odio y de la discordia entre los hombres. Tal es el
resultado producido en un carácter duro y sin bondad nativa
por la exaltación religiosa, cuando ésta, en vez de nutrirse
de la conciencia y de la verdad revelada en principios tan
sencillos como hermosos, busca su savia en fórmulas estrechas
que sólo obedecen a intereses eclesiásticos. Para que
la mojigatería sea inofensiva, es preciso que exista en corazones5
muy puros. Es verdad que aun en este caso es infecunda
para el bien. Pero los corazones que han nacido sin
la seráfica limpieza que establece en la tierra un Limbo prematuro,
cuidan bien de no inflamarse mucho con lo que ven
en los retablos, en los coros, en los locutorios y en las sacristías,10
si antes no han elevado en su propia conciencia un
altar, un pulpito y un confesonario.

La señora, dejando a ratos la escritura, pasaba a la pieza
inmediata donde estaba su hija. A Rosarito se le había
mandado que durmiera; pero ella, precipitada ya por el15
despeñadero de la desobediencia, velaba.

—¿Por qué no duermes?—le preguntó su madre.—Yo
no pienso acostarme en toda la noche. Ya sabes que Caballuco
se ha llevado los hombres que teníamos aquí. Puede
suceder cualquier cosa, y yo vigilo.... Si yo no vigilara,20
¿qué sería de ti y de mí?...

—¿Qué hora es?—preguntó la muchacha.

—Pronto será media noche.... Tú no tendrás miedo
... pero yo lo tengo.

Rosarito temblaba, y todo indicaba en ella la más negra25
congoja. Sus ojos se dirigían al cielo como cuando se
quiere orar; miraban luego a su madre, expresando un vivo
terror.

—¿Pero qué tienes?

—¿Ha dicho usted que era media noche?30

—Sí.

—Pues.... ¿Pero es ya media noche?

Rosario quería hablar, sacudía la cabeza, encima de la
cual se le había puesto un mundo.

—Tú tienes algo... a ti te pasa algo—dijo la madre
clavando en ella los sagaces ojos.

—Sí... quería decirle a usted—balbució la muchacha,—
quería decir... Nada, nada, me dormiré.

—Rosario, Rosario. Tu madre lee en tu corazón como5
en un libro—exclamó doña Perfecta con severidad.—Tú
estás agitada. Ya te he dicho que estoy dispuesta a perdonarte
si te arrepientes; si eres niña buena y formal...

—Pues qué, ¿no soy buena yo? ¡Ay, mamá, mamá mía,
yo me muero!10

Rosario porrumpió en llanto congojoso y dolorido.

—¿A qué vienen esos lloros?—dijo su madre abrazándola.—
Si son lágrimas del arrepentimiento, benditas sean.

—Yo no me arrepiento, yo no puedo arrepentirme—gritó
la joven con arrebato de desesperación que la puso sublime.15

Irguió la cabeza, y en su semblante se pintó súbita, inspirada
energía. Los cabellos le caían sobre la espalda. No
se ha visto imagen más hermosa de un ángel dispuesto a
rebelarse.

—¿Pero te vuelves loca o qué es esto?—dijo doña Perfecta,20
poniéndole ambas manos sobre los hombros.

—¡Me voy, me voy!—dijo la joven, expresándose con
la exaltación del delirio.

Y se lanzó fuera del lecho.

—Rosario, Rosario... Hija mía... ¡Por Dios!25
¿Qué es esto?

—¡Ay! mamá, señora—exclamó la joven, abrazándose
a su madre.—Áteme usted.

—En verdad, lo merecías... ¿Qué locura es esta?

—Áteme usted... Yo me marcho, me marcho con él.30

Doña Perfecta sintió borbotones de fuego que subían de
su corazón a sus labios. Se contuvo, y sólo con sus ojos
negros, más negros que la noche, contestó a su hija.

—¡Mamá, mamá mía, yo aborrezco todo lo que no sea
él!—exclamó Rosario.—Óigame usted en confesión, porque
quiero confesarlo a todos, y a usted la primera.

—Me vas a matar, me estás matando.

—Yo quiero confesarlo, para que usted me perdone...
Este peso, este peso que tengo encima no me deja vivir...5

—¡El peso de un pecado!... Añádele encima la
maldición de Dios, y prueba a andar con ese fardo, desgraciada
... Sólo yo puedo quitártelo.

—No, usted no, usted no—gritó Rosario con desesperación.—
Pero óigame usted, quiero confesarlo todo, todo10
... Después arrójeme usted de esta casa, donde he
nacido.

—¡Arrojarte yo!...

—Pues me marcharé.

—Menos. Yo te enseñaré los deberes de hija que has15
olvidado.

—Pues huiré; él me llevará consigo.

—¿Te lo ha dicho, te lo ha aconsejado, te lo ha mandado?
—preguntó la madre, lanzando estas palabras como rayos
sobre su hija.20

—Me lo aconseja... Hemos concertado casarnos.
Es preciso, mamá, mamá mía querida. Yo la amaré a usted
... Conozco que debo amarla... Me condenaré si no
la amo.

Se retorcía los brazos, y cayendo de rodillas, besó los25
pies a su madre.

—¡Rosario, Rosario!—exclamó doña Perfecta con terrible
acento.—Levántate.

Hubo una pequeña pausa.

—¿Ese hombre, te ha escrito?30

—Sí.

—¿Le has vuelto a ver después de aquella noche?

—Sí.

—¡Y tú!...