DON FRANCISCO DE QUEVEDO
53. El Sueño
¿Con qué culpa tan grave,
Sueño blando y suave,
Pude en largo destierro merecerte
Que se aparte de mí tu olvido manso?
Pues no te busco yo por ser descanso,
Sino por muda imagen de la muerte.
Cuidados veladores
Hacen inobedientes mis dos ojos
A la ley de las horas:
No han podido vencer a mis dolores
Las noches, ni dar paz a mis enojos.
Madrugan más en mí que en las auroras
Lágrimas a este llano;
Que amanece a mi mal siempre temprano;
Y tanto, que persuade la tristeza
A mis dos ojos, que nacieron antes
Para llorar que para ver. Tú, sueño,
De sosiego los tienes ignorantes,
De tal manera, que al morir el día
Con luz enferma vi que permitía
El sol que le mirasen en Poniente.
Con pies torpes al punto, ciega y fría,
Cayó de las estrellas blandamente
La noche, tras las pardas sombras mudas,
Que el sueño persuadieron a la gente.
Escondieron las galas a los prados
Y quedaron desnudas
Estas laderas y sus peñas solas:
Duermen ya entre sus montes recostados
Los mares y las olas.
Si con algún acento
Ofenden las orejas,
Es que entre sueños dan al cielo quejas
Del yerto lecho y duro acogimiento,
Que blandos hallan en los cerros duros.
Los arroyuelos puros
Se adormecen al son del llanto mío,
Y a su modo también se duerme el río.
Con sosiego agradable
Se dejan poseer de ti las flores;
Mudos están los males,
No hay cuidado que hable,
Faltan lenguas y voz a los dolores,
Y en todos los mortales
Yace la vida envuelta en alto olvido.
Tan solo mi gemido
Pierde el respeto a tu silencio santo:
Yo tu quietud molesto con mi llanto,
Y te desacredito
El nombre de callado, con mi grito.
Dame, cortés mancebo, algún reposo:
No seas digno del nombre de avariento
En el más desdichado y firme amante
Que lo merece ser por dueño hermoso.
Débate alguna pausa mi tormento.
Gózante en las cabañas
Y debajo del cielo
Los ásperos villanos;
Hállate en el rigor de los pantanos
Y encuéntrate en las nieves y en el hielo
El soldado valiente,
Y yo no puedo hallarte, aunque lo intente,
Entre mi pensamiento y mi deseo.
Ya, pues, con dolor creo
Que eres más riguroso que la tierra,
Más duro que la roca,
Pues te alcanza el soldado envuelto en guerra,
Y en ella mi alma por jamás te toca.
Mira que es gran rigor: dame siquiera
Lo que de ti desprecia tanto avaro,
Por el oro en que alegre considera,
Hasta que da la vuelta el tiempo claro;
Lo que había de dormir en blando lecho
Y da el enamorado a su señora,
Y a ti se te debía de derecho.
Dame lo que desprecia de ti agora
Por robar el ladrón; lo que desecha
El que invidiosos celos tuvo y llora.
Quede en parte mi queja satisfecha,
Tócame con el cuento de tu vara:
Oirán siquiera el ruido de tus plumas
Mis desventuras sumas;
Que yo no quiero verte cara a cara,
Ni que hagas más caso
De mí, que hasta pasar por mí de paso;
O que a tu sombra negra por lo menos,
Si fueres a otra parte peregrino,
Se le haga camino
Por estos ojos de sosiego ajenos.
Quítame, blando sueño, este desvelo,
O de él alguna parte,
Y te prometo, mientras viere el cielo,
De desvelarme solo en celebrarte.
54. Epístola satírica y censoria
contra las costumbres presentes de los castellanos,
escrita al Conde-Duque de Olivares.
No he de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, o ya la frente,
Silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy sin miedo que libre escandalice
Puede hablar el ingenio, asegurado
De que mayor poder le atemorice.
En otros siglos pudo ser pecado
Severo estudio y la verdad desnuda,
Y romper el silencio el bien hablado.
Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
Que es lengua la verdad de Dios severo
Y la lengua de Dios nunca fue muda.
Son la verdad y Dios, Dios verdadero:
Ni eternidad divina los separa,
Ni de los dos alguno fue primero.
Si Dios a la verdad se adelantara,
Siendo verdad, implicación hubiera
En ser y en que verdad de ser dejara.
La justicia de Dios es verdadera,
Y la misericordia, y todo cuanto
Es Dios todo ha de ser verdad entera.
Señor Excelentísimo, mi llanto
Ya no consiente márgenes ni orillas:
Inundación será la de mi canto.
Ya sumergirse miro mis mejillas,
La vista por dos urnas derramada
Sobre las aras de las dos Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada
Que fue, si rica menos, más temida,
En vanidad y en sueño sepultada.
Y aquella libertad esclarecida
Que en donde supo hallar honrada muerte
Nunca quiso tener más larga vida.
Y pródiga del alma, nación fuerte
Contaba por afrentas de los años
Envejecer en brazos de la suerte.
Del tiempo el ocio torpe, y los engaños
Del paso de las horas y del día
Reputaban los nuestros por extraños.
Nadie contaba cuánta edad vivía,
Sino de qué manera: ni aun un hora
Lograba sin afán su valentía.
La robusta virtud era señora,
Y sola dominaba al pueblo rudo;
Edad, si mal hablada, vencedora.
El temor de la mano daba escudo
Al corazón, que, en ella confiado,
Todas las armas despreció desnudo.
Multiplicó en escuadras un soldado
Su honor precioso, su ánimo valiente,
De sola honesta obligación armado.
Y debajo del cielo aquella gente,
Si no a más descansado, a más honroso
Sueño entregó los ojos, no la mente.
Hilaba la mujer para su esposo
La mortaja primero que el vestido;
Menos le vio galán que peligroso.
Acompañaba el lado del marido
Más veces en la hueste que en la cama;
Sano le aventuró, vengole herido.
Todas matronas y ninguna dama,
Que nombres del halago cortesano
No admitió lo severo de su fama.
Derramado y sonoro el Oceáno
Era divorcio de las rubias minas
Que usurparon la paz del pecho humano.
Ni los trujo costumbres peregrinas
El áspero dinero, ni el Oriente
Compró la honestidad con piedras finas.
Joya fue la virtud pura y ardiente;
Gala el merecimiento y alabanza;
Solo se codiciaba lo decente.
No de la pluma dependió la lanza,
Ni el cántabro con cajas y tinteros
Hizo el campo heredad, sino matanza.
Y España con legítimos dineros,
No mendigando el crédito a Liguria,
Más quiso los turbantes que los ceros.
Menos fuera la pérdida y la injuria
Si se volvieran Muzas los asientos,
Que esta usura es peor que aquella furia.
Caducaban las aves en los vientos,
Y espiraba decrépito el venado:
Grande vejez duró en los elementos.
Que el vientre entonces, bien disciplinado,
Buscó satisfacción y no hartura,
Y estaba la garganta sin pecado.
Del mayor infanzón de aquella pura
República de grandes hombres, era
Una vaca sustento y armadura.
No había venido al gusto lisonjera
La pimienta arrugada, ni del clavo
La adulación fragante forastera.
Carnero y vaca fue principio y cabo,
Y con rojos pimientos y ajos duros
Tan bien como el señor comió el esclavo.
Bebió la sed los arroyuelos puros:
Después mostraron del carquesio a Baco
El camino los brindis mal seguros.
El rostro macilento, el cuerpo flaco,
Eran recuerdo del trabajo honroso,
Y honra y provecho andaban en un saco.
Pudo sin miedo un español velloso
Llamar a los tudescos bacanales,
Y al holandés hereje y alevoso.
Pudo acusar los celos desiguales
A la Italia; pero hoy de muchos modos
Somos copias, si son originales.
Las descendencias gastan muchos godos,
Todos blasonan, nadie los imita,
Y no son sucesores, sino apodos.
Vino el betún precioso que vomita
La ballena o la espuma de las olas,
Que el vicio, no el olor, nos acredita.
Y quedaron las huestes españolas
Bien perfumadas, pero mal regidas,
Y alhajas las que fueron pieles solas.
Estaban las hazañas mal vestidas,
Y aún no se hartaba de buriel y lana
La vanidad de hembras presumidas.
A la seda pomposa siciliana,
Que manchó ardiente múrice, el romano
Y el oro hicieron áspera y tirana.
Nunca al duro español supo el gusano
Persuadir que vistiese su mortaja,
Intercediendo el Can por el verano.
Hoy desprecia el honor al que trabaja,
Y entonces fue el trabajo ejecutoria,
Y el vicio gradüó la gente baja.
Pretende el alentado joven gloria
Por dejar la vacada sin marido,
Y de Ceres ofende la memoria.
Un animal a la labor nacido
Y símbolo celoso a los mortales,
Que a Jove fue disfraz y fue vestido;
Que un tiempo endureció manos reales,
Y detrás de él los cónsules gimieron,
Y rumia luz en campos celestiales,
¿Por cuál enemistad se persuadieron
A que su apocamiento fuese hazaña,
Y a las mieses tan grande ofensa hicieron?
¡Qué cosa es ver un infanzón de España
Abreviado en la silla a la jineta,
Y gastar un caballo en una caña!
Que la niñez al gallo le acometa
Con semejante munición apruebo;
Mas no la edad madura y la perfeta.
Ejercite sus fuerzas el mancebo
En frentes de escuadrones, no en la frente
Del útil bruto la asta del acebo.
El trompeta le llame diligente,
Dando fuerza de ley el viento vano,
Y al son esté el ejército obediente.
¡Con cuánta majestad llena la mano
La pica, y el mosquete carga el hombro,
Del que se atreve a ser buen castellano!
Con asco entre las otras gentes nombro
Al que de su persona, sin decoro,
Más quiere nota dar que dar asombro.
Gineta y cañas son contagio moro;
Restitúyanse justas y torneos,
Y hagan paces las capas con el toro.
Pasadnos vos de juegos a trofeos;
Que solo grande rey y buen privado
Pueden ejecutar estos deseos.
Vos, que hacéis repetir siglo pasado
Con desembarazarnos las personas
Y sacar a los miembros de cuidado,
Vos distes libertad con las valonas,
Para que sean corteses las cabezas,
Desnudando el enfado a las coronas;
Y, pues vos enmendastes las cortezas,
Dad a la mejor parte medicina:
Vuélvanse los tablados fortalezas.
Que la cortés estrella que os inclina
A privar sin intento y sin venganza,
Milagro que a la envidia desatina,
Tiene por sola bienaventuranza
El reconocimiento temeroso,
No presumida y ciega confianza.
Y si os dio el ascendiente generoso
Escudos, de armas y blasones llenos,
Y por timbre el martirio glorioso,
Mejores sean por vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
Os muestre a su pesar campos serenos.
Lograd, señor, edad tan venturosa;
Y cuando nuestras fuerzas examina
Persecución unida y belicosa,
La militar valiente disciplina
Tenga más platicantes que la plaza:
Descansen tela falsa y tela fina.
Suceda a la marlota la coraza,
Y si el Corpus con danzas no los pide,
Velillos y oropel no hagan baza.
El que en treinta lacayos los divide,
Hace suerte en el toro y con un dedo
La hace en él la vara que los mide.
Mandadlo así, que aseguraros puedo
Que habéis de restaurar más que Pelayo,
Pues valdrá por ejércitos el miedo
Y os verá el cielo administrar su rayo.
55. Memoria inmortal
de don Pedro Girón, Duque de Osuna, muerto en la prisión
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
Pero no a su defensa sus hazañas;
Diéronle muerte y cárcel las Españas,
De quien él hizo esclava la fortuna.
Lloraron sus envidias una a una
Con las propias naciones las extrañas;
Su tumba son de Flandes las campañas,
Y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope, y Trinacria el Mongibelo;
El llanto militar creció en diluvio.
Diole el mejor lugar Marte en su cielo;
La Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
Murmuran con dolor su desconsuelo.
56.
Ya formidable y espantoso suena
Dentro del corazón el postrer día,
Y la última hora, negra y fría,
Se acerca, de temor y sombras llena.
Si agradable descanso, paz serena,
La muerte en traje de dolor envía,
Señas da su desdén de cortesía:
Más tiene de caricia que de pena.
¿Qué pretende el temor desacordado
De la que a rescatar piadosa viene
Espíritu en miserias añudado?
Llegue rogada, pues mi bien previene;
Hálleme agradecido, no asustado;
Mi vida acabe y mi vivir ordene.
57.
Miré los muros de la patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
De la carrera de la edad cansados,
Por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo, vi que el sol bebía
Los arroyos del hielo desatados,
Y del monte quejosos los ganados,
Que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa; vi que amancillada
De anciana habitación era despojos;
Mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
Y no hallé cosa en que poner los ojos
Que no fuese recuerdo de la muerte.
58. Letrilla satírica
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Madre, yo al oro me humillo:
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado,
De contino anda amarillo;
Que pues, doblón o sencillo,
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es galán y es como un oro,
Tiene quebrado el color,
Persona de gran valor,
Tan cristiano como moro;
Pues que da y quita el decoro
Y quebranta cualquier fuero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son reales:
Y pues es quien hace iguales
Al duque y al ganadero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Mas ¿a quién no maravilla
Ver en su gloria sin tasa
Que es lo menos de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla
Y al cobarde hace guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Sus escudos de armas nobles
Son siempre tan principales,
Que sin sus escudos reales
No hay escudos de armas dobles;
Y pues a los mismos robles
Da codicia su minero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Por importar en los tratos
Y dar tan buenos consejos,
En las casas de los viejos
Gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
Y ablanda al juez más severo,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Y es tanta su majestad
(Aunque son sus duelos hartos)
Que con haberle hecho cuartos
No pierde su autoridad;
Pero pues da calidad
Al noble y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nunca vi damas ingratas
A su gusto y afición,
Que a las caras de un doblón
Hacen sus caras baratas.
Y pues las hace bravatas
Desde una bolsa de cuero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra,
Mirad si es harto sagaz,
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.